Directo al corazón Febrero 2012


UNO MÁS UNO, TRES*

Por Alejandra Tenaglia

En una esquina, un bar. En el bar, una barra. En la barra, una dama. Él se acercó a pedir un trago –se acercó más a ella que a la barra-, y ella -que nunca antes había visto al caballero-, hizo de intermediaria alcanzándole lo que el mozo intentaba entregarle en medio del gentío. Ese fue el instante en que, hace casi 5 años, esta historia de amor que hoy usted tiene en sus manos, echó a andar sus primeros y tímidos pasos.
Quizás por el temor que pudo haberle causado a él, el abordar a una mujer que lo superaba en edad, o como simple ardid buscando un punto de apoyo a la cercanía –y no hablamos tan solo del espacio que separa a dos cuerpos-, la charla se forjó sobre un supuesto interés de él, en una amiga de ella. La noche siguió luego adelante, cada uno vuelto a su grupo de salida. Cuando la mañana se desplomaba sobre las calles del pueblo y comenzaba a filtrarse por las ventanas, se volvieron a encontrar no por casualidad sino porque ella desayunaba con sus amigas en otro bar, y él se acercó al lugar y sin vueltas se sentó a su lado. Sobre el punto siguiente de la historia -por ese andar caprichoso que tiene la memoria apresando de distintos modos un mismo suceso-, los protagonistas discrepan. Él asegura que ella le dio su número de teléfono, y que además no lo anotó correctamente. Ella, en cambio, no recuerda haberle dado nada más que su compañía. Más allá de ese detalle y, como el humano es hábil cuando el deseo lo incita, él consiguió los dígitos correctos para llegar a ella a través de mensajes de texto. Así comenzaron a conocerse, a través de caracteres que iban y venían, construyendo de a poco la confianza que permitiría luego, ponerle al discurso, el cuerpo.
Quién sabe en qué momento Cupido lanzó sus flechas, lo que sí sabemos es que logró alcanzarlos a los dos: el actuar del caballero, hasta aquí, ya lo demuestra; y ella, entre tantos mensajes, empezó a salir a la noche para verlo. Esto es, sabía que él se reunía con sus amigos en un ciber, y hacia allí se encaminaba para, simplemente, estar cerca; una fuerza extraña la impulsaba a intentar convertir su ausencia -desde la que lo pensaba-, en pletórica, contundente y nítida presencia. Dicen que el amor es ciego, pero, vaya si sabe arrastrar a quienes atrapa, hacia allí donde el otro se encuentra, revistiendo gestos, palabras, pequeños actos, con una incomparable ternura.
Volviendo a la crónica, les contaré que él se decidió, y le propuso un encuentro. Ella dijo que sí. El invierno ofreció una gélida noche, quizás poniéndolos a prueba, ya que la cita se dio en un parque. Como pudieron, zigzagueando frío y nervios, hablaron. Siguieron hablando. Volvieron a hablar. Otros días. Otras noches. Otros lugares. Hasta que, el caballero avanzó, venciendo todos los miedos, y la besó. Ella asegura que jamás olvidará ese momento… Desde entonces, comenzaron a andar la vida, a la par. Tanto es así, que plantearon en concreto, vivir juntos. Pero, como esas olas que, de pronto y aun simulando estar calmo el mar, nos alcanzan y nos quitan la estabilidad, así llegó a ella la inseguridad. Quiso repensar el asunto, sintió que era muy pronto para dar semejante paso, arguyó sus razones, sus planes, sus dudas; y la relación naufragó. Por meses, no se dirigieron ni siquiera una palabra. Cada uno, intentó rehacer su vida, por su lado. Hasta que ella, lo vio con otra mujer. Fue entonces cuando sintió con crudeza y vehemencia, que amaba a ese hombre. Lo hizo todo para que lo volvieran a intentar. No sin razones, él temía ser nuevamente lastimado por alguna dubitación de la dama; pero como dice la sabiduría popular, el que no arriesga no gana, así que pese a todo, cerró los ojos y apostó a esa posibilidad de felicidad, que pocas veces tenemos al alcance de la mano. La pareja se solidificó y decidieron tener un bebé. Desde el “positivo”, el vínculo que los une no hizo más que fortalecerse día a día, mientras Juana crece, y el amor se le ríe en la cara a las matemáticas, demostrándole que en su mágico universo, uno más uno, suele dar tres…

* Basado en la historia real de Laura y Ariel.

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