Bienvenidos al Nº 19

Contratapa


Usted a mí

Por Alejandra Tenaglia

Usted, señor de oficina.
Usted y su oficina de calle Santa Fe.
Usted, que probablemente ya ha muerto.
Usted, conocido de conocidos, que nos hicieron conocidos.
Usted, con su cabellera blanca, su traje gris, su figura empezando a encorvarse.
Hace más de 15 años, como hoy, el invierno cedía en la ciudad. Y usted, en su oficina de calle Santa Fe, con una estufa vieja que parecía silbar, me recibía por primera vez.
Usted, que luego me citaba no menos de una vez por semana, imponiéndome un rosario de palabras, simulando misterios exóticos, enhebrando petulancias y entelequias en una sarta infinita de cuentas. Empezando aquel invierno, cruzando la primavera y el verano, recibiendo el otoño y otra vez el invierno. Y yo, paciente y continuamente como el mismo tiempo, seguía su juego inentendible para la adolescente ingenua que por entonces era.
Usted, que me prometía una ayuda acodado en su trayectoria, sus contactos, su trabajo.
Usted, que me ilusionaba con el ingreso al Palacio de Justicia, donde decía, podría explotar mi capacidad y mitigar mis apremios económicos.
Usted, que usaba cada una de las mañanas en las que iba a su oficina de calle Santa Fe, para referir a sus hijos exitosos, viajeros, lejanos.
Usted, agente inmobiliario por herencia, hijo de los repartidores de las tierras en los pueblos.
Usted, con su anillo de oro, su máquina de escribir obsoleta, y su corazón de piedra.
Usted, que hablaba sin descanso de su auto nuevo, su casa de fin de semana, las idas al teatro con su esposa, las cenas en restaurantes lujosos, los destacados clientes a quienes había “dado una mano”, hasta el momento en que decía que iba a ayudarme.
Usted, que se aprovechó de mi necesidad, y de mi paciencia, y de mi involuntaria solidaridad.
Usted, un viejo solo y medio loco, dedicado a recordar; rememorando una y otra vez el pasado o revistiendo de realidad fantasías nunca concretadas, para hacer de su vida algo trascendente. Para trascenderse. Para trascender.
Hoy le pregunto: ¿necesitaba conversar o simplemente hablar?, ¿necesitaba mirar mi cuerpo adolescente, sentado en su sillón, frente a usted, esperando, para luego frotarse con mi recuerdo?, ¿o era mi sumisa y calma presencia la que hacía bullir sus intereses? ¿Qué necesitaba?, le pregunto. ¿Sentirse generoso prometiéndome esa ayuda?, ¿poderoso?, ¿abnegado?, ¿justificado? Y le pregunto también, ¿cuánto necesitaba? Con sus años y sus cabellos blancos, sus hijos y sus carpetas amarillentas, sus tantas riquezas y sus miserias selectas; su oficina de la calle Santa Fe con un teléfono que sonaba poco, una puerta a la que nunca golpeó nadie, una estufa silbadora en invierno, un ventilador viejo en verano; y unas mañanas donde todo el trabajo parecía terminado, unas mañanas habladas hasta mi hastío.
Mucho. Usted necesitaba mucho más que yo la ayuda que nunca le prometí y sí le di. Sabiendo no saberlo. Sabiendo no saber exactamente por qué seguía yendo a cada nueva cita donde la promesa de una ayuda para ingresar al Palacio de Justicia, quedaba detrás de la colina de palabras de pendiente ni siquiera abrupta. Donde la promesa de una ayuda  para ingresar al Palacio de Justicia, sólo conducía a una nueva cita con novedades. Y la nueva cita no tenía novedades, sino la promesa de una ayuda para ingresar al Palacio de Justicia, que conducía a una nueva cita, con novedades.
No. No dejé de soñar con esa ayuda, con la posibilidad de un buen trabajo de la mano de esa ayuda, con la posibilidad de estudiar gracias a un buen trabajo –menos horas, mejor dinero-, que conseguiría gracias a esa ayuda.
Usted me ayudó a empezar a descreer.
Usted me ayudó a empezar a desconfiar.
Usted me ayudó a conocer el complejo entramado del sentido que parece sinsentido.
Usted a mí, lenta pero certeramente, me ayudó.
Me ayudó a no volver a creer en quien enuncia una promesa, más de una vez.


Directo al corazón...


AMOR REPARADOR…*

Por Alejandra Tenaglia

El deseo insiste, me dijo un amigo cierta vez. Y quizás ningún terreno sea tan fértil para hacer de esa máxima una práctica, como el del amor.
La pareja que hoy nos ocupa fue, antes de unirse, partícipes de otras historias sin llegar a ser, posiblemente, verdaderos protagonistas de las mismas.
Se conocían desde hace más de una docena de años; fueron amigos por esas circunstancias de roces casuales en razón de terceras personas; incluso él ocupó un lugar especial en las fantasías de ella, que ni intentaron ser convertidas en realidad por prohibiciones morales impuestas por costumbres tales como “con los amigos de familiares, no”.
Luego fue la fatalidad quien se apropió de estas dos vidas divergentes, que discurrían por lechos solitarios puertas adentro del corazón, a pesar de estar acompañados en la cotidianeidad de los días. Ambos perdieron seres muy cercanos y queridos, entrando en ese ensombrecimiento que nos toma cuando la muerte pega en el fleje de nuestras existencias. Así, quizás un poco por el aturdimiento, quizás simplemente porque “no era el momento” -como suele decirse para llamar de algún modo al caprichoso y sinuoso mapa del tiempo-, construyeron cada uno por su lado, matrimonios; tuvieron hijos, buscando como todos lo hacemos, vislumbrar el rostro esquivo de una felicidad que siempre se presenta en pequeñas parcelas.
Hasta que un grupo de trabajo en común fue la excusa de que se valió el travieso Cupido, y en medio de una charla sencilla en la que nuestros enamorados se narraban su presente y el modo en que habían arribado a él, el arquero certero los ungió con su flecha. Tal es así que ella, debido a ese encuentro, se planteó por primera vez y con seriedad lo que ya abuela, madre y amigas le advertían a gritos: ¿soy feliz? Y a él –lo confesaría después a nuestra dama-, lo invadieron similares mordaces cuestionamientos.
Ella, escoltada por sus hijos pequeños, partió hacia una nueva vida aunque lo por venir con sus mil dificultades, la asustara hasta quitarle el sueño.
Él, decidió también que el final era el destino obligado de su matrimonio, y con más prisa pero sin pausa emprendió el camino hacia la separación.
Luego, se animaron a probar. Ya hace más de un año que esta historia postergada, se ha convertido en una tangible realidad, que integra incluso a los pequeños que cada uno posee.
Los golpes que les ha propinado la vida permite que puedan mirar desde una misma hendija, el paisaje que se despliega todos los días desde que nos levantamos hasta que nos vamos a descansar; la lucha perenne por alcanzar la alegría; el incansable esfuerzo por hacer de los proyectos personales, metas logradas; las amistades indispensables para arroparnos el alma, compartidas, potenciadas, estimuladas…
Ella aporta practicidad, resolución, modos concretos de ejecutar los mil proyectos que él siempre pergeña, de a poco y coherentemente.
Él, a pesar de su naturaleza impulsiva, su vehemencia y locuacidad viscerales, es el puntal que le brindó a ella la seguridad deseada, ganando, para sí mismo, la tranquilidad que tanto necesitaba su atribulada personalidad.
Un soñador que ha encontrado la complitud exacta para, sin dejar de volar, aprender a caminar.     
Una mujer que ha recuperado la sonrisa, la mirada jovial, el juvenil modo de andar que nada tiene que ver con la edad que portamos.
Amor y dolor, dos sentimientos feroces a la hora de tomarnos por el cuello.
Pero quizás, y tan solo quizás, sean los únicos que posean el ímpetu despiadadamente arrollador como para hacernos cambiar y, en ese mismo cambio, conscientemente y con los ojos bien abiertos, descubrir cuán importante es decidir, ser feliz.

* Basado en una historia real cuyos protagonistas han pedido la reserva de sus nombres.


Paisajismo


TIEMPO DE RENOVAR LA VERDE ESPERANZA

PRIMAVERA

Por Verónica Ojeda de Razzini

Después de un invierno crudo por momentos y de a ratos placentero, después de la helada despiadada y de esos días en que la humedad nos confundía intensificando nuestras ganas de que por fin llegara -y aun cuando alguna helada tardía intente tirar nuestros propósitos por la borda-, aquí viene… la primavera.
El tiempo de los sueños en donde vemos crecer la esperanza -no sabemos por qué pero todo parece ser  más lindo-, en donde los propósitos van en ascenso, la energía fluye, nos ponemos más carismáticos y todo vuelve a empezar…
Tal es así que cuando salimos a barrer la vereda, miramos si el de al lado puso o sacó una plantita y para no ser menos corremos a comprar la novedad del mercado. Sí, sí, la primavera nos da ese ímpetu, ansiedad o envidia sana que nos lleva a sacar las herramientas y dar una vuelta por el jardín procurando que quede mejor que el del vecino. No importa el motivo, lo que importa es que lo hagan.
Algunas de las que nos aportaran color hasta el otoño, son copetes, lobelias, petunia en lo que se refiere a plantín, recuerden colocarlas en matas unificando colores, como siempre les digo el efecto es más fuerte; las pueden utilizar para crear bordes o en grupos con otras especies en canteros.
Si desean arbustos floribundos, recurran a jazmín polyanthum, se apoya en paredes o rejas; alguna abelia grandiflora también nos puede sacar del agua, es persistente, posee muchas flores y además sus brotes cambian de color en invierno tornándose broncíneos. Si necesitamos algún arbusto que dé altura y flores, el laurel es ideal. Si la idea es sólo verde y de crecimiento rápido: formio tenax. Cuando lo que quiero es aroma, color, persistencia, bajo mantenimiento: lavanda.
Utilicen las gramíneas de estación ya que son de rápido crecimiento y de movimientos gráciles, aportan al jardín algo diferente.
Recuerden aumentar la frecuencia de riego sobre todo en céspedes muy quemados por el frío y piensen para el próximo invierno en hacer una buena resiembra de pasto invernal.
Renueven no sólo las especies sino también pueden agregar algún material nuevo dentro de sus patios: piedras, troncos, listones de madera, rejas, un farol, una tinaja que puede ser muy útil para juntar agua de lluvia y usar en el riego, durmientes, etc., con poco podemos transformar.
Y si hay poco tiempo pero hay ganas de que el paisaje cambie, clavemos un par o trío de figuras en chapa, apostemos a las macetitas pintadas que están muy de moda, unas esferas de fibrocemento de algún color estridente y lo que se imaginen, pero reciban a la primavera como se merece. Al fin y al cabo la esperamos durante casi todo el año, es momento de apostar todo y volver a empezar.


Lo que fuimos, lo que aún somos...


NIÑEZ Y CRECIMIENTO

Por Carina Sicardi
  
Determinadas fechas que se popularizan suelen ser motivo para dejar que se entremezclen alocadamente las ideas. El tiempo pasa subjetivamente para cada uno de nosotros, entonces, me encontré pensando estos días (finalizando agosto), en el día del niño; ese que se fue modificando de acuerdo a las necesidades de los adultos, pero no en el ánimo de los verdaderos protagonistas de esta historia.
Historia que comienza con una simple pregunta de compleja respuesta: ¿qué es un niño? Muchos autores han llenado páginas de libros en relación a esta temática. Un niño es, ante todo, un sujeto en formación. Un comienzo real, una concreción de deseos inconscientes, la posibilidad de compartir el camino con aquellos que lo anteceden en los capítulos de la novela familiar, modificándolo.
Yo, particularmente, festejo la posibilidad que me da la vida de compartir los días con mi niño de nueve años y con sus amigos, con los que disfruta cada momento y para los que el tiempo de juego parece no tener fin. Y con mis sobrinos, cuya inocencia y amor recíproco me sorprenden y emocionan día a día. También con aquellos pacientitos cuyos padres traen a consulta y confían en mi saber para intentar decodificar lo que quieren decir a partir de los síntomas, a quienes aprendo a querer desde el momento en que nos descubrimos y nos esperamos sesión a sesión.
Pero fundamentalmente, me gusta conectarme con la niña que fui, con la inocencia de quien se permitía soñar aún estando despierta, con quien no conocía límites en cuanto a la avidez para conocer y descubrir, con aquella que sufría cuando sentía el desamor, la que no soportaba las peleas ni los enojos de los compañeros de juego, la que lloraba cuando no la aprobaban, la que entendía lo que quizás un niño no debería comprender aún…
En fin, con aquella que todavía soy, en otras dimensiones de la historia, con los aprendizajes que da el cabalgar sobre el lomo del río de la vida, transitando torrentes, cascadas, luchando por no encallarme cuando el cauce se hace angosto en tiempos de sequía, disfrutando de la luna que brilla sobre las aguas en la mansa quietud que hamaca la brisa nocturna.
Por eso insisto: no apuren el crecimiento de los niños, tienen poco tiempo para serlo y el resto de la vida para recordarlo desde un lugar de madurez.
Los acontecimientos vividos a destiempo generan síntoma y malestar. Hay muchos niños disfrazados de adultos y muchos mayores eternamente niños.
¡Qué bueno no tener la certeza de la fecha de vencimiento de la niñez! No hay un día de cumpleaños en que al otro día ya se sea adolescente. Es un proceso, un cambio lento y progresivo, casi imperceptible.
La certeza está en el hecho de saber que cada experiencia vivida deja una huella, que no se puede vivir en borrador, que, aunque intentemos borrar lo escrito, es imposible, la verdad subyace. Escribimos cada palabra con tinta indeleble.
¿Qué resabios del pasado se esconde en cada síntoma? ¿Qué hace que lo traumático juegue a las escondidas sabiendo que, en algún momento lo van a descubrir? (Nada ni nadie puede esconderse eternamente).
La resistencia opera en la terapia dándonos las primeras pistas a seguir: “Vengo a resolver este problema puntual, no hablemos del pasado”, como si hablar del presente no incluyera la vivido antes de hoy, como si los síntomas no fueran parte de lo no resuelto, como si se pudiera vivir una historia en donde cada día fuera un segmento, como si no fuéramos también lo que fuimos.
Intentar negar el pasado es tan erróneo como querer avanzar mirando permanentemente hacia atrás.
Gracias a todos aquellos que me han permitido compartir su niñez, abrazo desde aquí a esos locos bajitos.