Tapa - Junio 2º

Papi, te quiero - Junio 2º



Por Mariano Fernández
marianoobservador@gmail.com

Mi viejo no es el mejor padre del mundo. Tuvo mucho a favor, y esa ventaja le resta mérito. Tuvo a mi vieja a su lado, por ejemplo, que es mucho. Tuvo techo donde criarme y trabajo con que llenarme la panza y darme muchos años de educación. Así, casi cualquiera es padre. Me largó al mundo de muy chico. Literalmente. Es como si me hubiera empezado a preparar desde que tengo uso de razón, para que llegado el momento quisiera salir de mi cuadra, de mi pueblo, de mi país, a ver cómo era el paño desde otros lados. Un poco de Julio Verne, otro tanto de historias de lugares exóticos, hicieron el trabajo. Todo eso atravesado por la paradoja de enseñarme a amar profundamente a mi tierra y a mis hermanos, de cualquier parte del mundo. Hoy parece un plan perfectamente orquestado, algo inverosímil para el sentido anárquico del orden de mi progenitor.
En mi infancia intentó enseñarme a pegarle a la pelota, pero yo soy zurdo -al igual que él-, y él diestro, eso complicó todo... Mocasines Carlitos, mojarrear en el arroyo, el destartalado Magnette, barrilete cuadrado, remo con bay biscuits en el club, figuritas de ET y suplemento infantil del diario Crónica. No puedo pedir más. Me estallan las retinas de recuerdos...
En la adolescencia me dio dos o tres consejos sobre las minas; siempre certeros pero igualmente insuficientes, y a cambio le di varios problemas. Me dijo algunas cosas bastante simples que su padre le había dicho a él: lo de no robar (cosa que llevó al extremo obligándome a devolverle al kiosquero un botín de unos pocos caramelos) y otras más propias de él, como el no tener tabúes, amar la vida, y eso de la injusticia, contra cualquiera, en cualquier lugar... Agradezco hoy -por el presente del club de sus amores-, haberlo traicionado -a él y a Serrat- y elegir otro equipo; pero incluso esa traición fue producto de sus enseñanzas, y hasta podría jurar que está de acuerdo con ella. Jamás olvidaré cuando me llevó por primera vez a la cancha. O al hipódromo, y gritar sólo él y yo un nombre sajón de un pingo ignoto, en medio de una tribuna abarrotada, y abrazarnos apretando un puñado de boletos ganadores.
Él eligió, sin saberlo, muchos años antes de que nazca, el nombre de mi hijo. Así vamos descubriendo a nuestros viejos en nosotros, a cada paso: que el espejo, ese tic, el mate amargo y el vino, tinto y sin mojar… Todos recordamos algo especial del autor de nuestros días -o al menos del firmante-, vivido en la niñez, que es cuando los padres son todavía Superman y la convivencia nos reúne: un perfume, un lugar, una mirada, a nuestra madre amenazando con un “ya vas a ver cuando le diga a tu padre”.
Vamos aprendiendo de sus aciertos, pero más de sus errores, aún siendo magnánimos; al fin de cuentas, se recibieron de padres el mismo día que nosotros de hijos. Y cuando nos toca ocupar ese rol, son tantos los dogmas paternales que se hacen realidad con precisión absoluta... Comprendo ahora lo que sentía mi viejo cuando yo o alguno de mis hermanos lo miraba, en el instante en que me traspasa, me demuele, me enternece hasta la médula la mirada de uno de mis hijos.
Aun así, con miles de aciertos y virtudes, insisto, mi padre no es el mejor del mundo. Ponerlo en esa posición sería soberbio y una ofensa a muchos padres. A aquellos que se levantan de madrugada y regresan de noche para procurar el sustento de los suyos. A los padres que son también madres y viceversa: a las madres que son padres. A los tíos, abuelos, hermanos mayores, que cumplen ese rol con entereza. A aquellos padres que han dado todo, incluso la vida, por cosas menos tangibles como la libertad de sus hijos y las de sus congéneres. A los perseguidos, a los desplazados. Muchos tienen/han tenido vidas más duras, más cortas, más injustas; y a pesar de esas circunstancias son/han sido padres ejemplares. Pensar otra cosa, sería también una afrenta a mi viejo.
Este es un homenaje a los padres. A los de todo el mundo. Aunque en realidad no a todos; no a lo que se empeñan en fabricar huérfanos y se ausentan con la misma naturalidad con la que oscurece al final del día. A esos no. A todo el resto, sí; al suyo, a los que ya no están en esta tierra. Por ahí no califican para mejores padres del mundo. Pero seguramente están entre los primeros diez mil, veinte mil, cien mil. Que no es poco…
Yo, humildemente, aspiro a ser más o menos como el mío.
Te quiero mucho papi. 

La sangre de los hombres furiosos - Junio 2º


 
“LOS MISERABLES”


Por Lorena Bellesi
lorenambellesi@gmail.com

“Cantan toda la película, toda, toda, toda”, semejante advertencia merecía que lo piense dos veces antes de ingresar al cine. ¿Exageraban o estaban en lo cierto? Definitivamente, no se equivocaban, desde el principio hasta el final la voz de los actores se hace escuchar en melodía. Resulta ser que “Los miserables” (Les Misérables) es en realidad el traslado a la pantalla grande de la consagradísima pieza teatral estrenada en Francia en 1980, y aún vigente en todos los escenarios del mundo. El director Tom Hooper, el mismo de El Discurso del Rey, es muy cuidadoso a la hora de filmar, cada escena se destaca por su belleza fotográfica, por su delicada armonía entre el contenido de la canción interpretada y la recreación escénica. La obra en su totalidad es una suerte de concierto articulado, secuenciado por una potente historia imaginada por el escritor francés Víctor Hugo en 1862, un clásico de la literatura universal. Cada intervención es una canción, todo está empapado de música, de movimientos artificiales visiblemente ensayados. Cuando una frase se escapa sin cadencia, quiebra el ritmo ininterrumpido y parece ser una  intrusión, especie de aparición herética, desubicada. En este transcurrir resonante, el inolvidable relato de Hugo sigue ahí, las grandes pasiones humanas se reflejan en la vida de esos miserables, sumergidos en una realidad injusta y desigual.
Tanto en la película como en la novela, la cuestión social es omnipresente. La Francia de la post revolución, que había logrado enarbolar los ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad, es un chasco. La voz polifónica del pueblo estremece, está enojado, hambriento y esa furia irá creciendo hasta tomar forma de barricada, de revuelta juvenil, de enfrentamiento armado. En este marco cada personaje es un poderoso temperamento. La presencia medular es la de Jean Valjean  (tremendamente interpretado por Hugh Jackman); luego de estar preso por robar un pedazo de pan, le otorgan libertad condicional, pero esta viene acompañada del desprecio y el rechazo. Cuando parecía que la sociedad lo abandonaba, un alma piadosa le hace ver que todavía hay esperanza. La compasión, el amor hace posible ver con otros ojos la fatalidad, la desgracia, la vida en sus peores momentos. Valjean continúa su vida bajo otro nombre, se crea a sí mismo, hace de sí una persona bondadosa que practica la justicia y la solidaridad. Ese aura de nobleza no impide el conflicto de conciencia, puesto en medio del vendaval de la historia. A su vez, en su afán de hacer cumplir la ley, el inspector Javert (Russell Crowe) nunca dejará de perseguirlo, ambos protagonizarán un juego de persecución y evasión incesante. Entretanto, la vida de Valjean  cambiará radicalmente luego de conocer a Fantine (la conmovedora Anne Hathaway), una desamparada y sufrida  obrera, y a su hija, Cosette (Amanda Seyfried). En el instante en que el ex convicto acepta compartir su vida con la pequeña, hacerse cargo de ella, ya no será el mismo.
Es que la paternidad no es únicamente un hecho biológico, es un espíritu proteccionista que está albergado en el corazón de hombres nobles, y a veces en el de mujeres valientes. El padre es un sujeto que hizo de vos una persona, por eso se lo idolatra, se lo respeta, se lo homenajea perpetuando su nombre en hijos o nietos. Es presencia, te aplaudió, te castigó; en soledad, o no, se preguntó qué hizo mal, se sintió orgulloso de vos… Cómo no aprovechar este espacio para decir entonces: Feliz día papá.





                       
           

El banquete de Severo Arcángelo - Junio 2º


LEOPOLDO MARECHAL

Por Julieta Nardone
julinardone@hotmail.com

Junio es el punto del calendario que reúne nacimiento y muerte del argentino Leopoldo Marechal (11/06/1900-26/06/1970), de quien, tras años de un rotundo silencio, sus contemporáneos se anoticiaron con esta obra memorable (1965) de que todavía seguía dispuesto a luchar contra todo remanente de ponzoña cultural; aún cuando estuviera atrincherado en su departamento, fuera de la órbita pública.
“Si lo extraordinario parece hoy inaccesible a la criatura humana es porque ésta se ha venido apretando en horizontes mentales cada vez más estrechos, y porque la zona cortical de su alma se ha solidificado en un cascarón infranqueable”. Estas líneas del libro apuntan desde el comienzo a la aventura esotérica -entre mística, política y humana-, que alimenta el magín de uno de los convocados al entrevero de esta aventura, Lisandro Farías (protagonista y narrador). Todo el relato dilata la consumación del Banquete anunciado reiteradamente en esa tonada “juiciofinalista” que se torna llamado para la reconstrucción del país, en la renovación espiritual del nuevo hombre. Se prepara el tránsito de todo un pueblo hacia la redención histórica y transhistórica.
Totalmente desprovisto de solemnidad, y a través del coraje del humor y los resortes de lo grotesco, Marechal propone un salto simbólico entre terrenos poco próximos entre sí, como lo son el helenismo (en un enjambre de reminiscencias de la tradición grecolatina) y la teología cristiana. Singular estilo que cuenta también a su favor con la expresión fibrosa de la lengua rioplatense, atenta al latido universal de lo humano.
Es notable, como dice el propio Farías, “el soplo de locura o de fanatismo” que anima a cada uno de los participantes del Banquete. Sin excepción, los convocados a tal empresa, son seres fronterizos, que fueron previamente “arrancados de una frontera ominosa”: el astrofísico Frobenius interesado en los dilemas del cascote sideral que es nuestro planeta y su habitante, el bípedo humano; el profesor Bermúdez, quien diserta sobre la condición miserable en la que ha decantado el devenir del hombre;  refutado a su vez por Papagiorgiou, un navegante solitario proveniente de la Universidad Libre de La Boca. En otra vereda, Gog y Magog, dos clowns, dupla guerrillera -mezcla folletinesca y circense-, que lidera la fuerza subversiva cuyo cometido es boicotear la maquinaria del proyecto...  
El convocante del disparatado e inquietante operativo asume rasgos mitológicos, religiosos e históricos: Severo Arcángelo, un ex-fundidor metalúrgico de Avellaneda, quien desde la ambigüedad del borde mesiánico o el simple aburrimiento oligarca reúne a los demás en vistas de hacerlos salir de la “Vida Ordinaria”, para entrar al “Gran Juego de la providencia”.
La densidad simbólica de esta novela, como se ve, traza una parábola del destino de la humanidad en clave de épica cómica, fusionando alegorías y alusiones históricas en miras a generar en nosotros, lectores activos, un estado revelador y crítico.

Laburantes / Facundo Gómez - Junio 2º



DE A UNO – DE A POCOS – DE A MUCHOS

Por Alejandra Tenaglia

Facundo Gómez llegó a El Solar Supermercados como albañil en el año 1989, y allí se quedó trabajando pero como carnicero. Con una broma siempre disponible para hacer sonreír a los clientes, 66 años y su delantal blanco, se lo puede encontrar detrás del mostrador de esta empresa que alberga alrededor de 120 empleados.

¿En qué consiste tu rutina de trabajo?
Cada día comienzo preparando todo para que cuando se abra el negocio y llegue la gente, estén las cosas en orden.
Cuando comenzaste con el presente trabajo, ¿tuviste la posibilidad de elegir entre este y otro/s? ¿Por qué elegiste este?
Antes yo trabajaba en la construcción, fui a El Solar a hacer reformas y seguí trabajando con ellos.
Cuando eras chico ¿qué soñabas con ser o hacer de grande?
Cuando era chico me gustaba mucho el fútbol y seguramente me hubiera gustado ser jugador.
¿Cuál es el motor que te pone en movimiento cada mañana, para salir a trabajar?
El motor de cada persona pienso que es la familia, y en mi caso más todavía, porque tengo una gran familia.
¿Qué sentís que aportás con tu trabajo?
Todos los que trabajamos en esta empresa sabemos que nos debemos a la gente, es como una vocación de servicio.
Además de un sueldo ¿tu trabajo te aportó algo más?
Todo ser humano trabaja para ganarse el sustento, y en mi caso, además, me hizo ganar muchos amigos y afectos.
¿Sin qué objetos te sentís “desarmado” a la hora de trabajar?
Desarmado me siento cuando alguna vez, me siento cansado, eso es lo más difícil que me ocurre; entonces trato de estar alegre y contagiarlo.
¿Qué es lo que más disfrutás de tu trabajo?
Lo que más disfruto del trabajo es el estar con mis compañeros y estar siempre de buen humor.
¿Qué es lo que menos te gusta de tu trabajo?
Lo que no me gusta es que alguien, cualquiera que sea, me trate de mal modo, sin amabilidad.
¿Qué cosas te preocupan?
De la vida me preocupan muchas cosas, pero en especial una: que no ayudemos a los que más les hace falta; hay mucha gente que gasta fortunas en cosas innecesarias.
¿Le temés a algo? ¿A qué?
No tengo temor, me gusta dejar las cosas en manos de Dios, que él disponga de mi vida y mi destino.
¿Tenés alguna frase de cabecera?
En la vida me parece que debemos tener una conducta, por lo que la frase podría ser: “cada uno cosecha lo que siembra”.
¿Cuándo te gustaría “bajarle la persiana” al trabajo?
En cuanto a dejar de trabajar, es inevitable que llegue el momento; pero mientras mi trabajo sirva de algo, voy a seguir siempre que pueda.
¿Qué te gustaría hacer en ese tiempo que te quedaría disponible?
Me gustaría dedicarlo más a la familia, porque a veces no le damos el lugar que merece tener.
¿Qué es la vida?
La vida para mí es un regalo, y los regalos hay que disfrutarlos. Yo en mi caso soy un agradecido de la vida, de Dios que me dio una familia que es mi mayor tesoro, y soy un agradecido también de tener salud, que es lo que me permite seguir.


Sólo vemos el pasado - Junio 2º


Por Sergio Galarza
sergiogalarza62@gmail.com


Nuestro Sol es una estrella. ¿Significa esto que cada estrella que vemos en las noches sea un Sol? Por supuesto. Las estrellas son soles lejanos que arbitran la suerte de millones de otras Tierras allá en lo alto.
La distancia a ellas es lo que condiciona su tamaño aparente, causa que las veamos como puntos de luz siendo ellas inmensas. De hecho, al Sol lo vemos como a una moneda en lo largo del brazo y su tamaño real es inconcebible. Estamos a 150 millones de kilómetros de él. De la Próxima -y así llamada- dormimos a 40 billones de kilómetros.
Estos números no dicen nada sin embargo. ¿Qué son 150 millones o 40 billones de kilómetros? ¿Cómo hacernos una idea de tal magnitud?
En astronomía se usan tres unidades para medir distancia según sea el caso. La unidad astronómica (UA), el año luz (AL) y el pársec (pc).
La Unidad Astronómica es la media Tierra-Sol, se usa en el Sistema solar y equivale a 150 millones de km.
El Año Luz es la distancia que recorre un rayo de luz en el vacío durante todo un año, se usa para medir distancias a las estrellas. Equivale a 300.000 km x 60´´ x 60´ x 24hs x 365ds. Es decir: nueve y medio billones de kilómetros.
El pársec es la distancia desde la cual la órbita terrestre se ve como un segundo de arco, se usa para distancias mayores y lo veremos más adelante.

“Voyage, voyage” (viaja, viaja)
Si por alguna magia pudiéramos viajar en una nave a velocidad luz, demoraríamos lo que sigue para llegar a los centros vacacionales que abajo detallo:
Un finde en Luna: 1,25´´ (seg).
Ir a por las Doradas Manzanas del Sol: 8´ (minutos).
Conocer los volcanes de Io, quien da vueltas a Júpiter: 45´.
Salir de paseo fuera del Sistema Solar: 1 año.
Ir a por un recuerdo tallado cerca de Próxima kentauro: 4,5 años.
Esto parece incluso razonable. Veamos las propuestas más audaces:
25 mil años, al centro de La Vía Láctea.
150 mil años para bañarse en las playas de otra galaxia, una muy cercana.
12 millones de años para llegar a las hermosas nubes de polvo en los brazos de la galaxia del Sombrero o la Moneda de Plata, galaxias fáciles en nuestros telescopios y binoculares, asequibles a los ojos de cualquiera que sepa buscarlas.
Hay una opción mayor para este tour, lo máximo que alguien pueda  ofrecer: trece mil millones de años para llegar al momento en que el Big Bang se hizo visible.

Delay y perspectivas
Habrán notado que en el Universo las cosas no son como en casa. Moni me habla y luego dice que no le presto atención, que no la escucho y la tengo a medio metro de mi oído afortunado. Si se concreta el reality marciano que a poco se anunciara, hablar con los colonos nos llevaría en el mejor de los casos, cuando Tierra y Marte coincidan en su órbita, ocho minutos para una frase y su respuesta. Nueve años para hablar con alguien en un planeta de Próxima. Veinte millones de años para dialogar con Seres Luminosos en la galaxia del Sombrero (M104).
En una palabra, los astrónomos miramos el pasado.

Esta perspectiva siempre me sedujo. Mi padre me la hizo ver hace tiempo. Me dijo: Sergio, cuando la luz de esa galaxia salió hacia vos, no había hombres sobre la Tierra.
Así, el día que podamos leer los mensajes de esas gentes escondidos en tanta luz lejana, estaremos oyendo una charla que no fue hecha para nosotros. Faltaban diez millones de años para que naciéramos como especie, cuando fue emitida.