Bienvenidos al Nº 14

Aquí vamos señores, como todos los fines de mes. Esta es la edición Nº 14 correspondiente a abril. Tenemos en el horno el Nº 15...
Saludos y gracias por estar ahí.

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LAS DE EMBARRAR*

Por Enrique Medina


Entusiasmado, el escriba vislumbra un acercamiento menos platónico y más tangible con la Aurorita de sus sueños. Ella le ha maileado sugerencias e insinuaciones que él, caballero al fin, no puede dejar escapar. Así que pone todos sus sentidos en las palabras que usará para responder al mail en el que ella acepta una reunión cumbre más allá de las fotitos del Messenger. La-tengo-la-tengo, es el ritmo de su corazón acelerado, y “estimada y amorosa amiga” es la educada proximidad que él concreta en palabras medidas. Y avanza -siempre con tiento- en elogios y posibilidades sobre las virtudes espirituales y principios de vida de la apreciable dama. Entusiasta sí, tarado no, se machaca el escriba habiendo tomado los necesarios recaudos para no caer en alguna trampeti de ésas. Bastantes son las turbias noticias al respecto: que un estafador, que un chantaje, tantas son las malas ondas… Como la de su amigo, que sufrió el desvalijamiento de la casa; o el otro, actor de teleteatros, desprevenido y despistado, que estuvo a punto de casarse con una brasileña… si no fuera que se le ocurrió pedirle la prueba del amor como en sus tiempos de jolgorio abacanado y revisteril… ¡No era brasileña, era una travesti de Avellaneda! Flor de escándalo que se armó, ¡los programas de chimento de la televisión alcanzaron más audiencia que los partidos de fútbol!
Lejos de esos bochornos, el escriba supera el entusiasmo medido y se anima a cosas algo atendibles, como: afinidad de gustos, necesidades de la naturaleza y agradecimientos al Sumo Hacedor le pluguiere por haberla conocido. Y ya. Relee y sospecha que la mata, que ella se muere y lo llama y concretan y chiche-bomba-lo–que-se-logra-no-es-presunto-conjetural. Así de llena su alma, el escriba, contento y con el retumbe repiqueteril imparable en el cuore: “la-tengo-la-tengo”, revolea el índice ganador y cliquea “enviar”. Y en esa milésima de segundo se produce el ipso facto irremediable: el escriba, casi sintiendo el filo del hachazo en su cuello, ve que la pantalla le anuncia que su mail ha sido enviado “exitosamente”, lo que debería dejarlo bailando en una pata, pero no, no sólo no baila en una ni en dos patas sino que maldice ver lo que está viendo en la pantalla de su compu. Y sí, le ha quedado enganchada la lista infinita de amigos y parientes a quienes les “reenvía” acopios de firmas por la paz, por los derechos de tuti-cuanti y demás. Así que, debido a que un mexicano ahorcó a su mujer y él reenvió la protesta, resulta que el asesino se ha vengado haciendo que al esciba le quedaran enganchadas todas las direcciones, y ahora, lo ahorquen al escriba, su mujer, sus ex mujeres, sus amantes, sus ex amantes, sus hijos, sus amigos “serios” de la política, ¡y por sobre todo su abogado al que ha mencionado mal en este mail amoroso! Alguna vez un amigo le confesó que él no caía en estas cagadas por pura mala suerte, sino por boludo al cuadrado. Y sí, el escriba reconoce que muchas veces la mala suerte es a causa de ser precisamente un reverendo boludo. Y como es la hora pico en la que todo el mundo tiene la compu prendida, comienzan a llegarle a latigazos, las consiguientes respuestas: La ex que le dice “amorosamente” (pero con la felicidad plena de haberlo agarrado como tramposo) que ha metido la pata; la amante del blog-mujeres–en-acción se desliga diciéndole que le ha mandado un mail por error que no es para ella; un colega de Montevideo que le pregunta si es una cargada; su hija mayor azorada preguntándole ¡¿qué es esto Pá?!… Y mientras siguen llegando mails con preguntas de todo tipo, la mayoría cargadas y bromas pesadas, el escriba sólo piensa en el momento crucial y cumbre en el que su amantísima mujer, refamosa cirujana en el ambiente médico y destacada ejecutora en operaciones de cánceres abdominales, prenda la compu en el hospital y abra su correo, teniendo aún en la mano el bisturí chorreando sangre…

* Del libro “El Fiera, el pibe y los otros”.

Directo al corazón... roto


QUIERO EN TUS BRAZOS MORIR…

Por Alejandra Tenaglia

Doloroso sería ver estadísticas que se refieran a la cantidad de amores que prosperan, en relación a todos aquellos que van encendiéndose sin encallar nunca en puerto alguno. Muchos, jamás son revelados, y hasta el mismo portador los aparta de su vida diaria como si se tratara de una pretensión simplemente imposible. Otros apenas se traducen en vanos intentos de acercamientos. Algunos llegan hasta lograr un par de encuentros en los que, el incitador se siente tocando el cielo, mientras la otra parte no hace más que buscar sin disimulos la escapatoria más cercana. Y hay destiempos, palabras desafortunadas, explicaciones necesarias nunca dadas, sobrentendimientos que en realidad nadie entendió, fantasías tan bien alimentadas que se convierten en abismos enormes que distancian de aquello que inicialmente las generó, y así podríamos continuar in extenso, sin que nunca se agotaran las opciones que el amor y su opuesto, esto es, el desamor, acarrean consigo. Lejos estamos de inmiscuirnos hoy, en aquellos casos en los que la relación se inicia, más allá de su derrotero. En la plaza que hoy nos reúne sólo hay amores no compartidos, en los que una mirada, un roce imprevisto, un beso robado, un decir exacto, un perfume siniestro, un gesto espontáneo, un rasgo exquisito, detienen las agujas del tiempo y el sentido de todo aquello que no guarde relación con la persona que cautivó al enamorado. Porque así se siente él a partir de entonces, preso de su sentir, ya no es un forastero en todas partes sino un prisionero a cielo abierto. En ella piensa ni bien despierta, y antes de cerrar los ojos por la noche. Con ella sueña compartir las maravillas de la naturaleza, la magia de los viajes, los sobresaltos que en su alma provocan los libros que lee, el bienestar que hasta en el cuerpo le produce la música que por las tardecitas lo acompaña, el dinero que obtiene no sin esfuerzos, y los amaneceres, y las siestas, y todos los instantes que contiene el tiempo. Embriagado de tales sentimientos llegó nuestro protagonista a mi casa. ¿Te gusta el tango?, me preguntó. Y sin esperar respuesta, dejó sobre la mesa un CD, me indicó el número del tema, y afirmó con una sombra que le enturbiaba la mirada: Esa es mi historia de amor. O, al menos, la única que vale la pena contar. Aunque… no es una historia de dos, es la historia de MÍ amor. Te digo más, si no fuera porque la vida me regala la oportunidad de tenerla cerca, creería que es uno de esos inventos que uno hace para no sentirse solo, como cuando se es chico y se tiene un amigo imaginario… Pera ella existe, la pucha si existe… Y aunque hasta llegué a besarla en una noche en la que, como buen cobarde, me aproveché de su borrachera, ella jamás sospecharía que, como dice el tango, quiero en sus brazos morir… De eso estoy seguro. Tan seguro como estoy, de que no me quiere…
Se fue. Nada pude decirle. ¿Qué tenían que ver las palabras con esa tristeza que había invadido el ambiente no sólo del lugar donde estábamos sino del planeta y aun más allá? Porque así como los finales felices sosiegan el alma e irradian esperanza, los tristes extienden sus efectos como lava ardiente que nos une en la desgracia.
Presioné play. La orquesta era de Pugliese y la voz de Alberto Morán. El tema, “Pasional”. Y así decía: No sabrás… nunca sabrás / lo que es morir mil veces de ansiedad. / No podrás… nunca entender / lo que es amar y enloquecer. / Tus labios que queman… tus besos que embriagan / y que torturan mi razón. Sed… que me hace arder / y que me enciende el pecho de pasión. / Estás clavada en mí… te siento en el latir / abrasador de mis sienes. / Te adoro cuando estás… y te amo mucho más / cuando estás lejos de mí… Y como el mismo enamorado anticipó, el tango finaliza rezando: Y ardiente y pasional… temblando de ansiedad / quiero en tus brazos morir.
A pesar de que la canción ha llegado a su final, el atardecer otoñal sostiene su certera melodía.



Cine

TEMPLE DE ACERO

A SANGRE FRÍA


Por Lorena Bellesi

bellesi_lorena@hotmail.com

Temple de acero (“True grit”) es la última película de los hermanos Ethan y Joel Coen, y es también un western. Se trata de un impecable film que recupera y revitaliza todas las prototípicas características del género cinematográfico más “americano” que exista. La lucha entre el bien y el mal es el auténtico duelo que sobrevuela en ese recóndito lugar, el “salvaje oeste”; pero es también una frontera permeable que distorsiona dichos absolutos. La violencia sería inusitada si no estuviera funcionando como ley, tanto escrita, voz  legitimada –la horca es el destino que las autoridades prefieren para  los delincuentes-, como código de relación entre aquellos que intentan llevar adelante un acuerdo cara a cara. Y si algo queda claro, es que el encuentro con el otro siempre es un enfrentamiento, en el sentido de sentirse desafiado no sólo a encontrar las palabras justas para replicar –los diálogos y el acento que le imprimen a éstos los actores, son un enorme acierto-, sino que también, la provocación reta a determinar el más veloz a la hora de desenfundar el arma.
La trama argumental de Temple de acero no reviste ningún tipo de complejidad, y esto también hace honor al género. Una niña de catorce años, ante la impasibilidad de las autoridades, decide ir tras el asesino de su padre, con el único propósito de capturarlo y llevarlo ante la corte para que se haga justicia. Es imposible no reparar en la gran actuación de Hailee Steinfeld como Mattie Ross, una joven totalmente convencida de su causa, que emprenderá una travesía  hacia el horror mismo. A pesar de sus pocos años, logra el control de la discusión con inteligencia y astucia, y lo simpático de esta situación es el desconcierto de aquellos curtidos adultos que la escuchan, totalmente azorados.
Pero si hay una presencia que aporta comicidad a la película, esta es, sin dudas, la del avezado sheriff Booster Cogburn, un antihéroe entrañable, que siente una profunda aversión  hacia los indios, y que maravillosamente personifica Jeff Bridges. Tuerto, desaliñado y borracho empedernido, aun así es una leyenda, y es la persona a quien contrata Mattie para adentrarse en tierras indias, y capturar al homicida de su padre. Aparentemente, Cogburn se aleja del estereotípico héroe, y proyecta una imagen más digna de pantomima que de aguerrido guardián de la justicia, sin embargo, este malhumorado y testarudo personaje no resigna sus valores de lealtad y solidaridad.
Temple de acero es una remake, y aun así, puede apreciarse cierta actualidad en sus planteos.  Por medio de un ritmo narrativo pausado, los hermanos Coen, utilizando preciosas imágenes, moderadas por una arrulladora y melancólica música, nos hacen pensar en nuestra propia sociedad. “La maldad impera cuando nada la detiene”, se lee antes de comenzar la película. Este proverbio anticipa el conflicto auténtico que está por encima de las meras circunstancias acontecidas, y que tiene que ver con la falta de compromiso por parte del hombre, de hacer del mundo un lugar más justo. Lo contrario significaría, la transmutación de la realidad en pesadilla.



Penas y olvidos


Por Carina Sicardi

No habrá más penas ni olvidos cantó y canta la inolvidable y eterna voz de Carlos Gardel. Promesa tan enorme como vana. Las penas se sienten, como las alegrías; pensar que no existan es una simple y esperanzadora fantasía.
El tenor Plácido Domingo se despidió de un público anhelante de buena música, justamente con este tango, con la emoción que conlleva el hecho de ser una buena persona, un luchador más allá del brillo que le da su talento.
Terminó la actuación presentando a sus dos nietos, que quizás no entiendan aún qué hacían recibiendo un multitudinario aplauso por ser, simplemente, parte de la descendencia de un gran artista. Pero, sin dudas, quedarán esos momentos grabados en el inconsciente, lugar desde el cual algún día podrán salir, cuando la vejez  aleje al abuelo de los escenarios pero no de las pasiones, y sentados frente al fuego de una fría tarde española, les diga: ¿se acuerdan de aquella noche, en la lejana Argentina…?
Mi inquieta imaginación no tiene límites. Siempre tratando de encontrarle finales felices a las historias, aun pensando que el argumento es muy bueno, los actores excelentes y se aleja de la ciencia ficción por el realismo que conlleva.
Duele pensar que mucha gente que nos ha precedido en nuestra historia reciente, no tenga esa misma posibilidad. Duele la historia que no cierra, duele no tener ni siquiera la posibilidad de imaginarse un final porque el camino quedó trunco por el sólo hecho de pensar distinto, ¡ay, Dios!, como afirman los Fabulosos en “El matador”.
Lucas aparece en mi vida cuando cursábamos en la Facultad. Solcito de grandes brillos pero ensombrecido por una pena que pocas veces mostraba, escondido detrás de la música, la poesía, la lucha.
Mi gran amigo… Su vida me mostró que la historia era una realidad, no sólo algo que le pasaba a otros, muy, muy lejos de mi tranquila infancia pueblerina. Donde mis conflictos pasaban por la interrelación con la minúscula cantidad de gente que me rodeaba, él tenía la lucha social que su padre emprendió desde montoneros. Cuando las peleas con mis amigas pasaban por competir por la mamá que mejor se esmeraba en peinarnos para un acto escolar, él iba a visitar a la cárcel a su mamá, Ana, por el sólo hecho de ser Asistente Social en un momento histórico y social equivocado. ¡Mi querida Ana!
Ocho años de su vida viviendo con sus abuelos maternos, después de la caída de su padre en un enfrentamiento. Ocho largos años tratando de entender. Ocho años de soledades y de implosiones, como él mismo definía al momento en que su hermana y él se tenían que despedir, semana tras semana, de su mamá…
Yo, mientras tanto, soy producto de la falta de elección de la gente de la década del setenta, que soñaba con la posibilidad simple de un empleo con sueldo fijo, sea cual fuere éste. Con padres que pensaban, como la mayoría del barrio, que el Proceso de Reorganización Nacional pasaba taaan lejos, aunque a media cuadra, una noche de tantas, se hubiesen “llevado” a esa vecina demasiado intelectual para el libro “Corín Tellado”.
Padres que luchaban por el día a día, que ya no les resultaba nada fácil, para los que el mundo empezaba y terminaba en ese querido pueblo.
Los de él, luchando por un mundo mejor para ellos y para todos los que vendrían. Como los de mi amiga Alejandra, quien, después de muchos años de vivir con sus tíos, a media cuadra de mi casa, logró irse a Francia a reunirse con su núcleo familiar, con esos padres que no estaban allá porque les encantara la torre Eiffel…
Pero pese a todo, tanto Lucas como Alejandra supieron siempre quiénes eran, cuál era su identidad, aquello que a muchos les fue negado porque para otros tantos fue un simple detalle, un cambio de nombre y nada más, por creerse con derecho (lo opuesto a izquierdo, a torcido, a lo que no corresponde, vaya paradoja), a adueñarse de la vida, de la historia de aquellos que no tenían voz.
Y no tuvieron voz ni nombre aún para la muerte. Porque la muerte de los seres queridos marca, hiere, duele, pero en la mayoría de los casos, se elabora el duelo y se sigue, aun con esa falta que tiene nombre propio. Pero la desaparición nos deja en un lugar imposible, en un tiempo atemporal, en la nada misma.
No hay duelo posible sobre la falta de certezas de la muerte, aunque lo imaginemos, aunque creamos que…
No habrá más olvidos. Pero… ¡qué pena!
  
     
  
  

Cronistas de a pie


DIFERENCIAS

Por Ana Guerberof*

Mi amiga Amanda es lo que acá llaman una “cachonda mental”, que significa algo así como una persona muy divertida. A Amanda le suceden cosas. Constantemente. Hace un par de años la seleccionaron para un programa de televisión en el que recorría un ignoto país sin plata, el programa proponía unos retos dentro de unos sobrecitos de vivos colores para que los concursantes se vieran forzados a relacionarse con los “nativos” y pasarla bastante mal. Amanda regresó cargada de “batallitas” que el resto de nosotros, menos aventureros, disfrutamos sentados frente a unas cuantas copas de vino mendocino, cortesía de esta servidora. A través de la universidad donde está realizando un doctorado -creemos que en antropología, pero en ocasiones no sabemos si es sociología, o ambos-, se fue a vivir un mes con una tribu en una diminuta isla del Pacífico donde practicaba clavados desde los escarpados acantilados y convivía en una choza circular del poblado con unas cuantas cabras, testigos mudos de su interesante estudio. No trajo ninguna foto porque la religión las prohibía (en seres animados e inanimados) y Amanda es muy respetuosa con las costumbres ajenas. Allá donde fueres, haz lo que vieres. Los mal pensados, entre los que me encuentro, sosteníamos que Amanda se refugiaba en algún lugar del Pirineo fabricando historias que luego nos narraría bajo el auspicio constante del vino mendocino.
Tras un par de semanas desaparecida, nos contó que había estado con unos chamanes en México para explorar sus vidas anteriores. Al parecer, Amanda había participado en la conquista del oeste, más concretamente había sido una Sooner en el estado de Oklahoma. Allá, había permanecido hasta su muerte rodeada de catorce hijos. Un verano se enamoró de un chico, alto y rubio, y decidió seguirlo hasta Helsinki, su ciudad natal. Cuando regresó, con interesantes vivencias aunque ya sin novio, nos contó que, a pesar de haberse aburrido más que nunca con la aventura conyugal, había hecho amigos de por vida. “¿Y cómo eran los fineses?”, “¿Qué quieres decir?”, “Serán muy diferentes ¿no?”, “No sé, no me fijo mucho en eso, no veo tanta diferencia”. Ahí comenzó una larga discusión sobre si las diferencias entre los países eran superficiales o si realmente afectaban a los lazos que se establecían entre las personas. Amanda nos miraba, con los ojos muy abiertos y bebiendo el vino a sorbos muy chiquitos, como si habláramos un idioma mucho más complejo que el finés.
A principios de este año, nos desveló que se iba a Japón para asistir a un curso internacional de poesía Haiku. “No sabía que escribieras poesía”, le dije, “Yo, tampoco”, exclamó riendo, “Pero decidí probar y les gustaron mis haikus”. Se trataba de una beca del ministerio para pasar seis meses en Japón perfeccionando la técnica. ¿De dónde sacaba Amanda la información para sufragar sus incontables aventuras?
En realidad eso ahora carece de importancia porque, tras los acontecimientos sucedidos en Japón, no sabemos qué ocurrió con Amanda. Los amigos no nos animamos a hablar del tema, andamos taciturnos, como juguetes sin cuerda. Es como si lo que ocurriera en Japón fuera una historia de Amanda imaginada en algún lugar del Pirineo, una historia que sólo está ocurriendo en su imaginación y que nos va contando en un blog. De golpe, me di cuenta que ella tiene razón porque aun si existieran profundas diferencias culturales entre los países, después llega un tsunami o una explosión atómica y lo borra todo, no importa de dónde o cómo sos, si sos finés, argentino, español o japonés, la marea te arrastra, te engulle, sin importar a quién o a qué te aferrabas en el preciso instante de su paso tempestuoso.
En esta ocasión, he apartado unas cuantas botellas de vino mendocino; la historia se alargará hasta la madrugada porque Amanda, nos tendrá que contar la aventura más increíble de toda su vida.

*Argentina residente en España.