Tapa Marzo 2014


El ritual de la escuela



Por Alejandra Tenaglia

Usted jamás va a saberlo
y es apenas una frase:
¿Cómo escribir que la quiero
en el cuaderno de clase?

Del “Poema del enamorado de la maestra”
Elsa Bornemann

Enamorarnos de un maestro no era algo que a las nenas nos pudiera suceder a menudo, ya que pocos masculinos se dedicaban por entonces a la tarea de educar; sin embargo el candor de aquellos días de pelo estirado y prolijo en colitas hechas por abnegadas mamás, bajo el insistente “quedate quieta” y el quejido “¡me tira!”, no son fáciles de olvidar.
Y el primer día, que nos ponía entre ansiosos y empacados a la hora de partir, sin saber si en el reparto en “A” y “B”, quedaríamos juntos con nuestros más amigos. Y el banco elegido, convertido en propio hasta fin de año. Y el que repitió, mirando entre serio-canchero-enojado-sobrando. Y “el nuevo”, acercándose a ofrecer su amistad. Y el chico “especial”, que lograba encendernos las mejillas con tan sólo pasar a nuestro lado. Y las risas compartidas calando hondo en el estómago y el recuerdo, sin sospecharlo siquiera en ese momento; y los murmullos cómplices habilitando puentes con quienes, en muchos casos, siguen siendo 30 ó 40 años después, nuestros fieles laderos; y la popa, la estatua, la escondida, las corridas y las charlas en los recreos; y los plantones en la dirección; y los sermones por las travesuras, que eran ingenuidad pura mezclada con deseos fervientes de doblegar lo estatuido, en busca de una supuesta diversión que apetecía sólo por estar prohibida.
¿Y la “señorita”? ¿Quién sino ella, merece párrafo aparte, con dibujitos en los márgenes y resaltador fosforescente? Con paciencia lograba que la torpe mano agarrara la huella que surca letras. Con ingenio enseñaba la abstracción perversa en que reposan las matemáticas. Con dedicación deletreaba la vida para que podamos aprehenderla, así, con “h” intermedia, aunque por entonces no supiéramos ni por broma qué significaba una palabra como esa. Cuánto me gustaba que se acercara a mi banco, su felicitación, sus correcciones, su ternura inextinguible, el calorcito acogedor que emanaba, su firmeza para hacer entendible el misterioso mundo del conocimiento al que se ingresa con tanta virginidad en esos primeros años. Ojalá todos los niños tengan la suerte de contar en algún momento, con una señorita Eva como la mía.
Inolvidable es también, el olor a café con leche por las tardes, frente a la tele, dibus en pantalla, banquete triunfal a la vuelta de clases. Y luego las tareas, escalón ineludible hacia la posibilidad de salir a jugar o practicar deportes.
No sé ustedes, pero yo, ni bien mi madre me termine de peinar, me pongo el guardapolvo rígido de blancura, y portafolio en mano parto hacia el horizonte que ese maravilloso ritual de ir a la escuela, me enseñó a proyectar. ¿Los espero en la puerta?



El año del caballo



CHINA
Por Ana Guerberof
ana.guerberof@gmail.com

Desde China
China entró el 31 de enero en el año del caballo. Mi compañera Hazel, que en realidad se llama Jing, dice que no le gustaba el anterior, el de la serpiente. Como la mayor parte de mis colegas chinos, ella también tiene dos nombres que en lugar de simplificar la comunicación, me crea cierta confusión porque tengo que memorizar los dos y, al final, acabo por no recordar ninguno. Le doy la razón, a mí tampoco me gustó el de la serpiente. Tenemos muchas esperanzas depositadas en el caballo; tiene fuerza, es elegante, creativo y libre. Pero ningún mensaje agorero podría empañar el crecimiento y el dinamismo chinos. Beijing está cubierta de grúas, allá donde se mira se construye un bloque de oficinas, una estación de trenes, un centro comercial, departamentos. Es una ciudad en efervescencia. La población está deseosa de crear, construir, aprender. Por momentos, es cierto que parece una copia deslucida de cualquier ciudad de EE.UU. y digo deslucida porque de alguna manera los acabados no son los mismos y el uso tan intenso acaba deteriorándolos. Se trata de una impresión pasajera porque pesa más el empuje de una economía que el año pasado creció alrededor del 7%. Sí, menos que otros años pero que Europa y EE.UU. observan con envidia (con tímidos crecimientos) y Argentina no logra arañar (con un 2,5%). Uno acaba contagiándose de ese entusiasmo, de la energía de una población joven que tiene la esperanza en un futuro que imaginan es suyo. Ese futuro tiene un coste, contaminación, largas jornadas laborales, desplazamientos prolongados, precios elevadísimos de la vivienda, encarecimiento de los productos básicos. La contaminación en Beijing es tan alta que durante los primeros días siento una opresión en el pecho constante y sequedad en la garganta y nariz. Ellos me dicen que tengo suerte porque justo esa semana está a unos niveles “normales para Beijing”. La contaminación se mide en microgramos (un índice de partículas “peligrosas”) y estos días está en 300 en contraposición a los casi 700 de la semana anterior. Para que se hagan una idea la OMS recomienda 25 de máxima. No puedo evitar notar un polvo marrón sobre todos los autos (en su mayoría nuevos modelos). Me pregunto en cuánto acortará la esperanza de vida estar expuesto desde el nacimiento a estos niveles de polución. Me dicen que en las ciudades pequeñas (esas de 4 millones de habitantes) los índices son más bajos, pero con el crecimiento imparable y no regulado llegarán a igual destino. Sé que las condiciones salariales de algunos han mejorado en los años de prosperidad e imagino que, como consecuencia, la calidad de vida de muchos habrá aumentado pero el coste que paga la sociedad es elevado. Como a un niño que le hayan negado unos caramelos o jugar a la Play durante la semana y que el fin de semana se lanza desbocado a todo, así ha abrazado China al capitalismo, con una fuerza que produce vértigo.
En general, los comentarios que me han hecho sobre los chinos a raíz de mi visita no han sido del todo benévolos: que si maleducados, que si “guarros” (es decir unos “chanchos”), que si mentirosos. Mi experiencia laboral-digital se ha caracterizado por una gran incomprensión mutua, como si intentáramos hablar un mismo idioma (el inglés en nuestro caso) pero cada palabra significara algo diferente en cada cultura. Como si un zapato fuera un sombrero y un sombrero, un paraguas. Pero al llegar, al estar allí cara a cara, las palabras parecen volver a su cauce y logramos comprendernos. Los encuentro amables y hospitalarios en las distancias cortas, mucho más cercano al carácter de un sudamericano que al de un europeo. En todo lo que es público me da la impresión de que se trata de un sálvese quien pueda, si hay que pisar, se pisa. Sin embargo, en un tren repleto (todo parece saturado de personas en China) siempre noto una sonrisa que parece decir que están allí para ayudarte si no entiendes su lengua. Debemos de parecer extraterrestres intentando descifrar los símbolos a nuestro alrededor. Aún así, ciudades como Beijing o Shanghái son amables con el visitante y los carteles también están escritos con alfabeto latino que ayudan a no perderse del todo. Pero es en las comidas donde realmente despliegan sus habilidades de grandes anfitriones, siempre se pide una gran variedad y en exceso pero a decir verdad todo está delicioso. Esta hora se transforma para mí en una fiesta, primero por la degustación de esos manjares y segundo por las traducciones de las fotos en los menús. No tienen precio. Puedes pedirte unos brotes de soja estúpidos de madre (mi traducción del inglés) por ejemplo, por el simple hecho de matar la curiosidad.
China, aunque mi visita sea demasiado breve, me deja buen sabor de boca, con todos esos contrastes que veo y otros que sólo puedo intuir. Me gusta especialmente cuando te explican con detenimiento lo que significa un nombre, cómo cada carácter actúa para descifrar una personalidad. Y una se llama Águila que además significa ser independiente y otra se llama Jazmín pero uno de sus caracteres significa alegría. Es aquí cuando la China más capitalista e implacable desaparece y adquiere un toque humano y poético que, aunque más inaccesible para un occidental, no deja de ser el más interesante. Queda mucho por ver, en efecto.

Múltiples opciones



OTOÑO – INVIERNO 2014

Por María Pascuaré / Diseñadora de Indumentaria

La moda para el 2014 nos augura un otoño – invierno  con múltiples opciones, aires retro nos traen en algunas colecciones versiones renovadas de la silueta usada en los años ‘90.

¿De qué color?
En este otoño – invierno 2014 no habrá una única paleta de colores que predomine, por el contrario, se trata de una temporada en la que van a convivir distintas tendencias y en la que se fusionan estilos.
Los acromáticos blanco, negro, y  grises en todas sus variantes, aparecen también en casi todas las colecciones; y para ponerles color se buscan combinaciones en el contraste de tonalidades.
En primer plano vamos a ver el bordó en todas su amplia gama; el azul nos va a acompañar una temporada más, verde, petróleo y violeta.
El rojo y los “tierra” van a estar presentes como todos los inviernos, para darnos un poco de calidez cuando las frías temperaturas se hagan sentir.

Abrigos
En cuanto a abrigos, van a convivir todos los estilos: tapados, blazer, camperas y chaquetas; mucha textura, color y diseños que van desde los más holgados hasta los que realzan al máximo la figura. En cuanto al color de los abrigos, van desde monocromáticos a estampados con búlgaros, animal print, estampados ópticos, cuadros y lunares.
O sea que no va a ser necesario cambiar el viejo saco porque ya no se use más esa solapa o la cruzadura que tenga, porque en cuanto a abrigos, todo vale.

Zapatos
Los zapatos también llegan fusionando tendencias. Van a haber tacos de todo tipo, desde finos y altos a los más anchos y básicamente cuadrados que para muchas mujeres resultan ser más cómodos y combinables para el día.
Muchas tachas, hebillas funcionales y como parte del diseño. En cuanto a las puntas, no hay regla definida.



Plantas como la gente



APARIENCIA

Por Verónica Ojeda / Téc. en Parquización Urbana y Rural
veronicaojeda48@hotmail.com

Es difícil comenzar con este relato. Tengo en mente aquella foto, un aroma, la sensación que me causó ver su porte; recuerdo la  soltura con la que lograba algunos movimientos al exponerse con destreza de cara a la brisa, como si todo lo que se anclaba a su alrededor no existiera, era el centro, la atracción, podía capturarte por horas ante la impavidez de aquello otro conocido hasta el hartazgo. Altura, elegancia, apariencia… Mucha belleza arrogante capaz de persuadir hasta al más experto.
Brillaba al sol sólo para brindar gracia, frescura; podía ser a la vez abrigo, refugio, sombra, prodigaba de hecho el doble que todas las demás.
Luego de mucho pensarlo y de varios días de reflexión y observación, el destino ayudó para que el pensamiento fuera  decisión tomada.
Entonces busqué un espacio, creo que fue el mejor y el más privilegiado que se podía dar, con toda la luz, con todos los cuidados, las visitas necesarias y requeridas. 
Y así fue como comenzó a crecer, en todo su esplendor. Vi sus frutos, pude percibir sus aromas… El tiempo pasaba y conforme a ello, se hacía cada vez más grande, arraigaba fuerte; lo que en un momento parecía abrazar, ahogaba, invasora al punto de matar a las de su alrededor con tal de ganar cada vez más espacio; sólo quería brillar, trepaba, trepaba, comprimía, resurgía por cualquier hueco con alguna de sus púas -sí, púas que nunca vi, a veces uno ve sólo lo bello o lo que quiere ver-, tremendas espinas que me lastimaron más de una vez, eran su defensa pero mis manos sangraron...
¿Cómo yo podía deshacerme de tanta deidad?
Tal vez no era lo que parecía… No era tal deidad… Ni tanta la hermosura…
Y ahora que recuerdo una frase muy trillada pera tan cierta al fin, quizás lo que decían era cierto, el enamoramiento es una cosa, pero el amor verdadero es algo más grande y complejo; debo admitir que me dejé llevar por ilusa, mas todo terminó en decepción.
Y como buena jardinera y para que el dolor no se hiciera dureza, decidí ponerle corte a la situación.
Una mañana desperté y con toda la arrogancia que pude sostener, salí de la casa, respiré profundo, pensé varias veces y luego de una caminata que me permitiera aclarar las ideas, puse punto final; tijera de podar en mano, mutilé hasta que no quedara ni uno solo de sus brazos. Cavar la tierra no fue gratificante. Sacar las raíces, una tarea que de vez en cuando me roba las horas, tampoco; pero a medida que pasa el tiempo todo alrededor florece.
Reina la calma.
Algunas brotan ahora plácidas, otras se muestran agradecidas y me regalan sus perfumes que no serán tan exóticos, pero sí genuinos. Cosas que pasan…
¿De qué pensaron que hablaba? ¿De un alma?
Cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia.