Tapa Noviembre

Contratapa Noviembre


EN LA CALLE*

Por Enrique Medina
                                                                                     
La gente pasa y lo ve echado en la vereda sobre un mugriento colchón de gomapluma, escribiendo en un cuaderno. Su estado es deplorable, pero se esfuerza por mantener una actitud aristocrática. Fuma sosteniendo el cigarrillo con una pincita. Exhala el humo como si estuviera gozando de un privilegio de elegidos. Algunos advierten que saca y mete unos libracos viejos del carrito de supermercado. De una pequeña radio a pilas se escucha música de tangos. Lee y copia. Mejor dicho toma apuntes, porque está muy claro que busca algo especial en los libros. Agarra uno, se coloca los anteojos que lleva colgados del cuello, percibe que el ojo malo sigue malo, pasa las hojas, busca, lee, escribe lo que está leyendo. Deja ese libro y agarra otro. De tanto en tanto, se pone de pie y, tambaleando como si estuviera medio borracho, habla aparatosamente por el celular inservible que hace un tiempo encontró en la basura. Dialoga imitando el comportamiento de toda la gente normal que hace uso del aparatito sin dejar de caminar. Sus perros le marchan alrededor pero enseguida vuelven a echarse sabiendo que la película se repite. El más chiquito, el Perro-Tres, que le salta hasta las rodillas, es ignorado. Él hace gestos, se detiene como sorprendido por lo que acaba de escuchar en el celular, mueve el brazo dando a entender que la cosa no es así, vuelve a caminar mirando el suelo y afirmando tolerante con la cabeza, se detiene y ríe, interrumpe hablando de corrido mientras gira en un círculo cerrado, ahora escucha muy atento, se estanca justo en el cordón de la vereda y como si estuviera haciendo guardia se queda quieto mirando el sol triste cruzado por nubes considerables, mueve la cabeza como diciendo que no, que eso no puede ser, no, no, te digo que no. Se cansa, se despide, y cierra la tapa del celular. Pasa una mina que no puede ser. Se queda mirándola sin disimulo. Abre el celular y dice: Che, Dios, dame una de éstas y juro no joderte más hasta que me muera. Guarda el celular en el bolsillo y se sienta en la vereda continuando con su tarea de leer y copiar.
Zacarías ya está arañando los sesenta años, pero, para quienes lo ven encorvado arrastrando el carrito con sus bultos y acariciándose la barba tobiana, aparenta más. Para representar cierta dignidad, ensaya un andar fibroso, hunde la panza y la disimula usando la camisa suelta. Se ayuda ajustando fuerte el cinturón y tratando de enderezar la espalda. Todavía no soy un viejo de mierda, se dice con presunción, ignorando su lamentable estado de linyera sin perspectivas ni halagos. Y es así porque su transitorio asentamiento en las distintas esquinas de este Buenos Aires, lo lleva a cabo en función del sol que lo acaricia, o de la lluvia que lo obligara a guarecerse. Sabe pedir limosna en medio del tráfico, y buscar comida en la basura de los restoranes. Perro-Uno, un dogo criollo algo viejo, y Perro-Dos, sin raza para lucir, actúan de guardaespaldas tiempo completo en una ciudad poco hospitalaria. Lo miro. Me mira. Me acerco y los perros se paran atentos. Él los calma. Le pregunto qué lee y qué escribe. Zarandea la cabeza como si estuviera ido. Vuelvo a preguntarle. Detiene el bamboleo y me mira fijo:
-      ¿Usted me conoce para meterse en mi vida?...
-      Bueno, es que estoy escribiendo sobre usted. Y lo bauticé Zacarías…
-      ¡Mierda! Me tocó, che, me hizo profeta…
Se rasca la barba, intenta una sonrisa. Y sigue mirándome fijo. Le digo que mi pregunta tiene buena onda. Me pide un cigarrillo. Le doy el paquete. Saca cuatro y me lo devuelve.
-      Leo libros…, revistas, diarios… Leo todo, sabe… Quiero entender el secreto de la vida… Saber por qué usted me pregunta cosas como si yo tuviera la obligación de contestarle…
-      Perdón si lo molesté…
-      Vuelva mañana.
-      De acuerdo.
Me voy, y los perros vuelven a echarse.

* De “El último argentino”, próximamente en librerías.


Leo Malizia - Día de la Tradición

Directo al corazón Noviembre


DE LA NOCHE, AL DÍA…

Por Alejandra Tenaglia

Esta historia bien podría ir, además de en esta sección dedicada a los enredos del corazón, en aquella que titulábamos Demoliendo mitos. ¿O es que no han escuchado o afirmado alguna vez: “no es en un boliche donde voy a conocer al amor de mi vida”? Es sabido que Cupido es un travieso niño con la habilidad suficiente como para colarse en cualquier lugar, y sabido también es que la realidad logra con facilidad librarse de las máximas a través de las cuales los humanos intentamos determinarla. Así es que nuestros protagonistas de la presente edición, se conocieron hace 13 años y dos meses, en un sitio bailable. Ella frecuentaba el lugar, con su grupo de amigas; él trabajaba allí, atento a cualquier disturbio que pudiera alterar el ritmo habitual de la noche. Sábado tras sábado, durante dos meses, la cita se repitió sin previo ni expreso acuerdo. Tampoco sin intención de algo más que una incipiente amistad, según afirma la dama, a quien no le gustaba bailar y por ello pasaba sus noches de salida, charlando junto al bafle, con el fornido muchacho. Pareciera ser que él, sintió algo más vehemente que la intención de una incipiente amistad; por ello, después de valerse del más tradicional recurso para llegar a una mujer –esto es, los datos que puede proporcionarle una de sus amigas-, se aventuró al pueblo donde ella vivía, a pleno día, con la excusa de un obsequio. Y a pesar de que en esa ocasión, sólo logró conocer a quien sería su suegra -porque la agasajada no estaba en su casa- lo que sí logró fue dejar en evidencia un interés que -a la luz del tiempo transcurrido, lo podemos afirmar- iba mucho más allá de lo que ninguno de los dos pudo imaginar.
Ella tenía por entonces 23 años, él 26; vivían y trabajan en localidades distintas, pero las visitas se sucedían. A la noche se incorporó la tarde, a la tarde la mañana, y cuando se dieron cuenta, la convivencia estaba allí con toda su contundencia. No es esto ajeno a la naturaleza con la que el amor opera ni al latido con el que suele imprimir los días, incluso más allá de las decisiones conscientes que los implicados puedan tomar.
Al año de estar conviviendo, ella quedó embarazada de la niña que hoy tiene 11 años. Cinco años después llegaría la segunda pequeña, casi por imposición de nuestra protagonista, que no quería que su primogénita careciera del maravilloso vínculo que gesta la hermandad.
Él, ya lejos de los boliches, se dedicó al manejo de un camión que lo apartaba de su casa semanas enteras. Así, como un largo noviazgo, ocurrieron 9 años. Hasta que recientemente, decidieron priorizar el bienestar afectivo familiar. Él abandonó el volante para ser operario en una empresa local. Rodeado de su mujer y sus niñas, va conociendo más de esa rutina que ellas compartían diariamente. La mecánica interna del hogar, va reacomodándose. Ella aporta su paz interminable, él su inquietud constante. Ella camina la realidad, él extiende su imaginación hasta las nubes y más allá. Ella estudia los pros y contras de toda situación antes de tomar cualquier decisión, él lleva a cabo lo que se propone aunque deba para ello atravesar un desierto en pleno verano. Ella aporta sobriedad y desempeña con facilidad su rol de “seria”, él demuestra sus sentimientos sin pudor ni obstáculo alguno a su espontáneo y genuino modo de andar.
El amor, este amor. Este amor que pasó de la fantasía de la noche bolichera a la tangibilidad del sol a pleno día. Que iluminó penumbras dispares, privadas, anteriores, singulares. Que los unió, complementándolos como lo hace la noche con el día y el día con la noche. Dos partes indivisibles de una misma jornada. Quizás del mismo modo, se necesiten nuestros enamorados de hoy; ni más ni menos que, para poder ser en plenitud, quienes intrínseca y esencialmente, son…

    

Paisajismo Noviembre


FICHAJE DE TEMPORADA

Por Verónica Ojeda de Razzini

Son invasoras, fáciles de cultivar, nos proporcionan flores o follajes atractivos en las distintas estaciones, he aquí un listado de herbáceas bulbosas y otras yerbas para tener en cuenta en el jardín.

Oenothera rosea: Es una perenne nativa de Arizona, hasta México y Bolivia, se adapta bien a cualquier región. Es una planta semi rastrera, crece en suelos francos y a pleno sol, durante  el invierno la parte área muere y resurge en primavera conformando gráciles matas de flores rosadas muy etéreas similares a una amapola, siguen floreciendo hasta entrado el verano. En flor llega a una altura de 40 ó 60 cm.

Iris pseudacorus: Pertenece a la familia de la iridáceas, es proveniente de la cuenca del mediterráneo, naturalizada en la cuenca del Paraná y zonas húmedas de Buenos Aires, donde crece en mantos cubriendo grandes extensiones. Es común verlas a la vera de lagunas, estanques, cunetas. Se adapta a sol o media sombra. La floración es primaveral, no perdura mucho tiempo, al contrario de sus hojas que permanecen todo el año. Es el iris amarillo. Se divide a fines de verano hasta el otoño.

Crocosmia crocosmiflora: Originaria de Sudáfrica, posee bulbos pequeños que se reproducen con rapidez, se adapta a pleno sol o media sombra, sus hojas son planas, alargadas y livianas, las flores se manifiestan en varas de color naranja rojizo desde finales de la primavera, estas llegan a medir un metro. También las hay de color amarillo y rojo, son muy llamativas, de muy fácil cultivo, ideal para armar canteros.

Watsonia (Vara de San José): Es una planta rústica, desprovista de tallo, tiene hojas acintadas, alargadas, florece en vara, en color rosado, fucsia, salmón, blanco y anaranjado, durante el invierno y toda la primavera. La época de reposo es verano e invierno. Se divide a fines del otoño.

Zantesdechia (Cala): Es originaria de África, florece en invierno y primavera hasta principios del verano, situación semi sombra, lugares muy húmedos, posee un tubérculo alargado, robusto acaule, es decir sin tallo. La inflorescencia es una espádice amarillo, la flor es el tallito amarillo que observamos dentro de una gran espata blanca, amarillenta o de varios colores.

Zephyrantes: Originaria de zonas cálidas del continente americano, la época de floración es verano y otoño. Es una planta bulbosa, sus hojas son lineares verde oscuras, de tamaño pequeño; mide 20 cm de alto; sus flores son blanco cremoso muy llamativas; es ideal para realizar borduras, la hoja permanece todo el año en la planta. Se divide en otoño o finales del invierno.

Jazmín del Paraguay: Arbusto originario de Sudamérica, es perenne de hojas verde oscuras, alcanza dos metros de altura, muy ramificado y denso con copa globosa, sus flores son muy perfumadas en tres tonos dentro de la misma planta: blanquecinas, lilas y violetas. Requiere suelo con muy buen drenaje. Vive bien a la sombra de otros árboles.

Paraguayita: Es una enredadera que se viene para la próxima temporada, recién está comenzando a rebrotar, es originaria de México, se adapta a todos los climas, vive trepada a rejas o tejidos, siempre con estructuras, sus hojas son acorazonadas, follaje denso, rugosas, de color verde medio, son muy floribundas, de color fucsia o rosadas, florece durante todo el verano y parte del otoño, se hela pero rebrota en la siguiente temporada.

La incoherencia de la gente


Por Carina Sicardi

Se me ocurrió preguntarle a un amigo sobre la temática a escribir en este número, y, casi sin pensarlo, me respondió: “sobre la incoherencia de la gente, y si querés te puedo dar letra”.
Como nos pasa en la mayoría de las oportunidades, no tuvimos tiempo para que pudiera explayarse, porque aunque trabajamos en consultorios contiguos y disfrutamos de las charlas, la realidad es que nos despedimos casi siempre con la frase: “después te cuento”. Un después que nunca llega.
Igualmente, pienso, ¿qué es ser coherente? Porque si es lograr que coincida el pensar y el sentir con el hacer, parece una utopía.
Aquí surge el cuestionamiento en relación a la comunicación: multiplicidad de información, la tecnología en nuestras manos que permite que desde cualquier lugar del planeta estemos conectados, para no decirnos nada. Un vocabulario cada vez más reducido, y un intento, muchas veces infructuoso, por descifrar consonantes sueltas o mensajes incompletos. La inexistencia de signos de puntuación hace que, el estado emocional del receptor, sea el que los ubique, quizás erróneamente, generando cantidades de desencuentros, de malos entendidos, de palabras vacías, porque no hay tiempo para la repregunta, ni mucho menos para la conversación oral (que además y no causalmente, es más costosa).
Una simpática y querible señora mayor, me cuenta sobre el aburrimiento en el que está inmersa casi todo el día, porque después de años de una vida muy activa, el ser parte de los pasivos de esta sociedad, dejó espacios en donde el minuto parece más largo y las jornadas se suceden sin poder distinguir un día del otro. Sin embargo, llega siempre una hora antes del horario acordado con el médico, “por si falta alguien y me atiende antes”, para volver a sentarse detrás de la ventana a ver pasar la vida de los demás, o sea, al hastío que convoca en su queja.
Aprendemos de frases hechas, a veces fuera de contexto o mal interpretadas, para no responsabilizarnos de nuestro accionar. Hay que ser feliz, como si fuera un mandamiento bíblico, y el que no lo logra es un fracasado, alguien con el que nadie quiere estar, no vaya a ser que sea contagioso. Perimido y bastardeado, está prohibido comprarles a los niños armas de juguete para no engendrar violencia. Pero les permitimos sentarse horas frente a la pantalla de la compu o de la play sin pensar que muchos de los juegos se basan en sumar puntos a partir de matar a alguien. Forma cómoda que hemos adquirido para acallar la conciencia o manejar la culpa. Los vemos, los salvamos del peligro inminente de la calle, están en casa, pero, ¿están con nosotros o nosotros estamos con ellos? Estar físicamente al lado del otro no significa estar juntos, implica simplemente una suma de individualidades.
Monólogos en compañía, largas frases que no dicen nada, silencios que aturden, sonidos que tapan la palabra que no llega. El desencuentro en el abrazo por no saber cómo estar cómodos en el cuerpo del otro sin esperar más que el cobijo reparador frente a una realidad adversa. La mirada crítica porque sí. El deshacer lo construido por otro porque no se me ocurrió a mí. La desaprobación a priori, por las dudas…
Nos asombramos por la amabilidad, por un gesto solidario, porque aún existan hombres que demuestren su caballerosidad en épocas de feminismo, por mirar a alguien que se sonroja, por sentir que aún podemos emocionarnos. Nos asombramos por sentirnos vivos: “La pucha que vale la pena estar vivos”. Porque la pena también es parte de la vida y porque es necesario sentir el dolor antes que vivir anestesiados. Es la única manera de poder también sentir en plenitud la alegría.
No sé, quizás también sea incoherente tratar de escribir sobre esto, en lugar de haberme sentado a escuchar la “letra” que tenía Marcos para darme sobre el tema. U ocupar esta página escribiendo más desde el discurso científico. O responder a la demanda de mi hijo que quería que hablara de él y su inminente comunión.
Tal vez, como me dijiste el otro día, la respuesta esté allí; en lograr aceptar las diferencias, en pos de una común unión…