Tapa Abril 2012


Contratapa


CALAMITY JANE

UNA MUJER EN EL FAR WEST

Por Enrique Medina

Martha Jane Cannary nació en Princeton, Missouri, en 1852. Con el apodo de “Calamity Jane”, es una leyenda que no deja de crecer. Hay que hilvanar fino para promediar una verdad creíble. A los 10 años es llevada por su familia de pobres agricultores a Montana, urgidos por la fiebre de hallar oro. La experiencia de ese tiempo la marca brutalmente y como escudo de defensa decide vestirse de hombre. Como el hallazgo de oro sólo queda en sueños, realiza su primer acto de independencia alistándose en el ejército. Pero es echada. En un mundo de bandidos se comporta con la ferocidad que las circunstancias exigen y aprende a manejar las armas. Trabaja en lo que sea: de carrero, de fregona, como obrera para los ferrocarriles de la Union Pacific, de soldado para el general Custer, de conductora de caravanas y arreadora de ganados; hace de enfermera y partera, y en 1875 integra, como guía, la expedición científica geológica de Walter Jenney a las Black Hills. Su centro fijo fue Deadwood, una de las ciudades más pestilentes del Oeste. Se ocupó de camarera en los Saloon, y tuvo que prostituirse de tanto en tanto (“Un día comía pollo y al siguiente las plumas”). Ve que los indios Cheyenes le cortan la lengua al ganado, los detiene y los lleva presos. Trabaja para el general Crook llevando correos secretos, cruza a nado el río Platte y cabalga cientos de kilómetros hasta Fort Laramie, empapada y con frío, para entregarlos. Enfrenta un malón de indios que ataca una diligencia habiendo matado al conductor, los embiste, toma las riendas y salva el carruaje con todos sus valores. Se enamora de Wild Bill Hickok, que es quien la bautiza “Calamity Jane”, porque el abandono que ella exponía, realmente era una calamidad. En el Saloon se entera de que a él le han tendido una trampa para matarlo; para no despertar sospechas, cruza campos y montañas en plena noche desafiando a animales feroces, para avisarle. Gracias a ella, él los mata a todos y en compensación la toma por esposa. Tienen una hija, Janey. Él desaparece y ella, por no poder mantener en esa ciudad a su hija, la entrega a la anterior mujer de Hickok y su actual marido. Calamity piensa que Janey, en esa clase acomodada, tendrá una educación de excelencia. Nunca más verá a su hija porque la llevan al Este, y el resto de su vida vivirá un arrepentimiento atroz por haber tomado esa decisión. Entra en el alcoholismo extremo y la promiscuidad sexual. Escribe cartas a su hija. Allí, además de pedirle perdón, le ruega que entienda que esa buena educación que está recibiendo nunca la podría haber tenido en Deadwood. Cuenta las trifulcas con todas las prostitutas del Saloon, le dice de su segundo casamiento por conveniencia con Charles Burke; que los indios Squaw le habían cortado las piernas, los brazos y las cabezas a los soldados del general Custer, su alegría por haber derrotado a todos los hombres en un concurso de tiro; su pena enorme cuando su caballo Satán muere; su vida como cocinera de unos rufianes. Es guía de caravanas y comercia con los indios para sobrevivir. En el Saloon juega y apuesta, y sabe ganar buen dinero que le envía a los tutores de Janey, hasta una remesa de 10.000 dólares alcanza a mandar. Es generosa, le piden, y ella da. “No consigo tragar un solo bocado si veo un chico hambriento”. Se separa de Burke y vuelve a verse con Hickok, que ha retornado para postularse a sheriff en Deadwood. Lo matan. Investigando, ella descubre que la mafia que maneja Deadwood no quería ni ley ni orden ni ningún cambio en los negocios del pueblo; y se entera de que quien lo había matado por la espalda era un tal Jack Mc Call, por unos pocos dólares. Lo busca, lo acorrala en una carnicería, y blandiéndole un hacha sobre la cabeza lo entrega a las autoridades, que lo enjuician y ahorcan. Pensar en Janey y Hickok la convierte en desecho humano, pero lucha y sobrevive. Tan famosa se hace en vida, que el presidente de la nación, Grover Cleveland, en un discurso la menciona como pionera ejemplar. Bill Cody le pide que trabaje con él en su “Buffalo Bill´s Wild West Show”. En un rapto de lucidez, y para tener la obligación de recuperarse, acepta. En Nueva York el éxito es enorme. Parada en el lomo del caballo que corre alrededor de la pista, Calamity hace cabriolas y deslumbra con la estupenda puntería de sus armas a pesar de que cada vez ve menos; arroja al aire su sombrero Stetson, le dispara dos veces y el sombrero vuelve a caer en su cabeza sin que el caballo detenga su trote. Un periodista le propone vender sus memorias. Gana dinero publicando folletitos en los que exagera sus aventuras, siempre mencionando a Hickok. Tiene todo, salvo a él y a su hija. Empieza a quedarse ciega. Se instala en Miles City, vive muchísimo mejor que en Deadwood, ciudad que siempre odió, y mató a su hombre. La convencen para hacer una gira presentándose en público y charlar con la gente. El primer contrato es con el Palace Museum de Minneapolis. Viaja. Luego, ya ciega, se enferma. Agonizando, a los 50 años, pregunta: “¿Qué día es hoy?” Y le contestan: “2 de agosto”.  Entonces Calamity Jane murmura: “Hoy hace 22 años que mataron a mi hombre, entiérrenme junto a Bill Hickok”. Se cumple su deseo. Además de la gran cantidad de libros que la eternizan, Hollywood le consagró más de 10 películas con actrices formidables, Jean Arthur, Frances Farmer, Ivonne de Carlo, Jane Russell, entre otras, que rescataron la alegría desafiante de una mujer sola en un mundo de hombres salvajes y miserables. Las dos más intensas son las interpretaciones de Doris Day, insuperable en un musical excepcional, y la de Robin Weigert, también excepcional, en la extraordinaria serie televisiva “Deadwood” que supera a todos los westerns habidos y por haber. En las cartas a la hija, cartas que nunca envió, Calamity Jane escribe: “Haber renunciado a vos Janey, me ha matado”.

Leo Malizia - Día del animal


Directo al corazón


SÓLO FALTA LA FIRMA…

Por Alejandra Tenaglia
ale_tenaglia@arnet.com.ar

En el albor del 2004, una jovencita de 21 años ponía fin a una relación complicada. Fue entonces que una de sus amigas, le empezó a hablar de un chico que estaba solo –también él había terminado, poco tiempo atrás, con una pareja-. Tanto insistió su amiga, que finalmente le dijo: bueno, hablale. Corrió la celestina a cumplir su tarea, dando aviso al caballero, cuatro años mayor que la dama. Esta, cambió luego de decisión, afirmando no tener ganas, por el momento, de conocer a nadie. Pero el muchacho igual se lanzó. Quizás el estar en el mes de los enamorados lo haya ayudado en su intento, o quizás se ha de valorar los caracteres que lo definen y que desde el primer momento, deslumbraron a quien se convertiría en su compañera. Atento, caballero, dispuesto, tranquilo, reservado y trabajador, desplegó una serie de actos que, el tiempo demostraría, no fueron esgrimidos sólo como mecanismo de atracción, sino por ser constitutivos de su modo de andar. La invitaba a cenar, a tomar algo en un bar, a pasear; la llamaba todos los días por teléfono; cuando ella llegaba de Rosario, al pie del ómnibus estaba esperándola…
Los días sucedieron y la relación fue forjándose, aún a la distancia, pues él vivía en su pueblo natal, donde trabajaba en negocios familiares ligados al cultivo de los campos; y ella residía durante el ciclo lectivo en la ciudad ribereña al Paraná, estudiando y ganándose el mango, en actividades ligadas a lo comercial. Al año de estar juntos, ella se fue de vacaciones con su grupo de amigas, por 15 días, y volvió antes por lo mucho que lo extrañaba; ahí se dio cuenta que en verdad lo amaba. Comenzaron en adelante entonces, los viajes con él. En ellos la convivencia se ponía a prueba, ya que el resto del año no pasaban juntos más que 2 ó 3 días corridos. Y a pesar de que verdadero es, lo aseverado por Mark Twain, respecto a que “no hay forma más segura de saber si amas u odias a alguien que hacer un viaje con él”; también es cierto que los días de descanso en un bello lugar, se acercan más a un mundo de ensueño que a la realidad más monótona y a la vez compleja, de la vida diaria.
Los años fueron sumándose hasta llegar seis. Y ahí, un buen día, o para ser exactos, una buena noche, antes de que les sirvieran la cena y después de un par de copas de vino, ella le propuso irse a vivir juntos. Él sonrió, bajó la cabeza, y aceptó diciendo: “sabía que no faltaba mucho tiempo para esto”. Fue el primero en instalarse en la casa que los albergaría, compró lo necesario, y esperó a que la dama concretara su regreso al pueblo y cierre de compromisos. Ya llevan un año y medio de convivencia, convivencia que estrechó aún más sus corazones. Él, mirando hacia atrás y a su alrededor actual, afirma que debió haberse mudado incluso antes. Ella, a pesar de reconocer que las primeras semanas fueron terribles, por tener que enfrentar las tareas del hogar, está muy segura de lo que ha hecho porque claro tiene que él es el hombre de su vida. Sus personalidades tan opuestas no han sido motivo de discordias sino más bien de logrado complemento, salvo, en cuanto al orden refiere. Pero aún en eso, hacen esfuerzos para acercar posiciones, es por eso que ella tiene un cuarto exclusivamente para alojar allí sus cosas, librándolo a él de ver toda la casa decorada con su ropa. No obstante, difícil es cambiar la característica que define a cada uno, en cuanto a la disposición del mundo. Aún puede escuchárselo a él, diciéndole a su compañera algo como: “hay tres pares de zapato debajo de la mesa, por favor, sacalos…” Por otro lado, ella ya tanto lo conoce, que reacciona con parsimonia y templanza ante los berrinches que él es capaz de desplegar, cuando algo le molesta; por ejemplo, el amontonamiento de gente. Tal es así que en una ocasión, recién llegados a un shopping repleto de paseantes, con la intención de ver una película en alguna sala disponible, desapareció, y desde afuera la llamó por teléfono: “salí que nos volvemos, no hay lugar y estoy cansado de dar vueltas…” Ella logró al menos, convencerlo de ir al cine en otro lugar… Simpática, inquieta, sociable, con mucha iniciativa y necesidad de hacer siempre algo más, sabe evidentemente cómo calmar a quien, si todo sigue como lo planean, firmará junto a ella ante un juez. El paso por la Iglesia, con vestido blanco y noche de pepe pepepepé, es una ilusión que asoma en el brillo de su vivaz mirada. Sólo el futuro sabe, si se hará realidad…

Paisajismo


LA HISTORIA DE UN PATIO NO TAN PATIO

GRAMÍNEAS Y OTRAS YERBAS

Por Verónica Ojeda

Hace unos años atrás, recién comenzaba con esta actividad tan linda y que muchas satisfacciones me ha dado. Recibí el primer llamado de auxilio ni bien terminaba de cursar la carrera, pensé que se trataba de un patio común de una casa urbana. Nerviosa, contenta, con la ansiedad de quien está empezando, me dispuse a interiorizarme en el caso en cuestión, que significaría ni más ni menos que mi estreno como paisajista.
Para mi sorpresa el debut no sería en un pequeño jardín o patio trasero o cantero, sino que mi presencia y mi impronta comenzarían su recorrido en una casa de la zona rural.
Acudí a la cita; hubo una extensa charla con los comitentes; acordamos espacios, necesidades, gustos.
Confieso que al caminar por allí, me sentí con la pequeñez de una hormiga, saqué mi cámara y comencé a tomar fotos tal como nos habían enseñado a lo largo de la carrera, fueron muchas, aún tengo grabadas en mi retina esas imágenes, las especies, las baldosas naranjas de aquella casa que me abría sus puertas y que  albergó la entrevista mate de por medio.
El proyecto de los propietarios requería de bastante movimiento en el lugar, recambios, trasplantes, apertura de espacios.
Pero lo mejor fue pensar en lo nuevo que había que instaurar. No podía equivocarme en la elección. Entonces surgió la idea, “si estoy en el campo, nada mejor que gramíneas”, pensé.
Todo fue aprobado. El proyecto se iba realizando de a poco y las cosas fueron tomando forma.
Con los años esa familia decidió trasladarse a la zona urbana; y otra vez, ya avanzado el proyecto de la casa nueva, solicitaron mis servicios.
La dueña de casa añorando el verde del campo y los enormes espacios que durante años fueron su lugar en el mundo, me dijo sin vueltas, “quiero traer un poco de lo que hiciste allá”.
Así, esas gráciles especies también acompañaron la morada urbana.
Etéreas, sutiles, aún hoy siguen dando movimiento, color, nobleza y rusticidad en aquella casa que de vez en cuando, cuando paseo por Arequito, el pueblo que me vio nacer, visito desde afuera como cualquier otro espectador. Ahí están dando contraste y sin necesitar ningún cuidado especial, nutridas por el cariño y la nostalgia de quien recuerda los años vividos en aquel, su paraíso.

Agradecimiento: a Verónica Biasizzo y Juan Carlos Demaría.

Libros


POÉTICA DE INTUICIÓN Y COMBATE

CÉSAR VALLEJO

Por Julieta Nardone
julinardone@hotmail.com

La desaforada ternura y la proliferación aventurada de la palabra que se percibe en la Obra Poética Completa (Alianza, 2006) del peruano César Vallejo (1892-1938), hace exactamente 74 años vienen resucitando al hombre de carne y hueso que murió un 15 de abril: angustiado, ardiente, desamparado, rebelde, comprometido. Un hombrecito al que vimos siempre de traje gris y rictus taciturno; quien, no obstante, solía expresar su hondo desgarro en el torrente sanguíneo de lo contradictorio, de lo paradójico, llegando al despojo de señalar que hasta el dolor dobla el pico en risa, o bien anunciando el derecho a estar verde y contento y peligroso.
Y como la libertad también tiene su precio, el absurdo tal vez sea el único lugar posible después de haber demolido los viejos esquemas con mano de artesano agitador.
Tan genialmente concreto, y a menudo pueril -en el mejor sentido de la palabra, que es, por otra parte, el más franco sentido-; dolorido y preciso como las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema, o como un domingo en las claras orejas de mi burro, de mi burro peruano en el Perú (Perdonen la tristeza).
Imposible, como ya habrán notado, hablar de su obra sin hablar de Vallejo mismo. Esas cosas que suceden con los grandes de la literatura, porque en él, como en muy pocos, el estilo “es” el hombre. Arte que no se jacta de encandilar con el brillo de versos impactantes; y que resulta plenamente novedoso porque es simple y auténtico, porque conmueve. Pura sensibilidad y honestidad espiritual; puro ardor desesperado y humano que debió destrozar el lenguaje, corromperlo, torcerlo, hasta lograr que al menos sugiera aquello que no dice y que modere lo que vocifera sin nuestro entero consentimiento. Trizar la lengua, desarticularla; y con otro puñetazo, desmantelar la lógica del tiempo, buscar sus fisuras para dar con el revés de toda experiencia: Tengo fe en ser fuerte. Dame, aire manco, dame ir galoneándome de ceros a la izquierda. Y tú, sueño, dame tu diamante implacable; tu tiempo de deshora… Pero la libertad que busca, parece sugerirnos la voz poética, no existe como posibilidad individual; más bien al contrario, se encuentra en la interrogación profunda que impone la condición humana misma y bajo la herida de una realidad común, pues al fin y al cabo, a todos nos pasa esto de haber nacido para vivir de nuestra propia muerte.
Si bien en estos versos se hace manifiesta una aventura del conocimiento, que es incluso una experiencia de los límites –como ya han señalado algunos de sus intérpretes-, descartamos de plano caracterizarla como una poesía que teoriza. Su palabra se afirma en lo palmario de las intuiciones y en la materialidad de las cosas de este mundo, y como parte de la misma realidad, se amarra también en los fantasmas y en los sueños de los hombres.
Por otra parte, se hace notable cómo el rechazo de la satisfecha racionalidad y las maquinarias de la costumbre, va tomando distintas formas a lo largo de sus poemarios: conciencia desolada frente al Padre ausente en “Heraldos Negros” (Dios mío, si tu hubieras sido hombre, hoy supieras ser Dios); lucha sin tregua con la palabra indómita como condición para desenmascarar la realidad en “Trilce” (Quién hace tanta bulla y ni deja testar las islas que van quedando); un mayor acercamiento a lo coloquial, aunque con la perplejidad propia de los grandes asuntos metafísicos en “Poemas en prosa” y “Poemas Humanos” (Hoy me gusta la vida mucho menos, pero siempre me gusta vivir: ya lo decía. Casi toqué la parte de mi todo y me contuve
con un tiro en la lengua detrás de mi palabra
); y finalmente, la puesta en primer plano del compromiso revolucionario en “España, aparta de mí este cáliz” (Al fin de la batalla, y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre y le dijo: “No mueras, ¡te amo tanto!”).
Sin medias tintas, Vallejo fue conciente de que hay que ser poeta hasta el punto de dejar de serlo. Y así se pasó los años el hombre de carne y hueso… yendo de la vida al arte, del arte a la vida. Y cierta vez, escribió con un dedo en el aire lo que bien podría haber sido su propio epitafio: su cadáver estaba lleno de mundo.