Bienvenidos al Nº 16

Mañana sale a la calle la edición impresa del Nº 17. Por el momento, les dejamos parte del material del Nº 16, para los que nos siguen vía internet.
Saludos y gracias por estar siempre.

Contratapa


ENTRE BORGES  Y RITA HAYWORTH

Por Enrique Medina

                        -¿Así que le gustó esa película?...
            El tono de reproche era duro. Se refería a “La intrusa” que había filmado Christensen y a la que yo le había hecho una crítica favorable. Rápidamente deduje que Pepe Bianco, que por teléfono me había retado por lo mismo, era el nexo indudable. Huí hacia adelante. Sanateé con una elegancia de la que yo mismo me sorprendí. Logré su sonrisa tolerante:
            -Bueno… Lamento…, no quise……
Le comenté que Alberto Girri me había regalado una serie de cintas grabadas por poetas, y que él estaba entre ellos y que yo había detectado cambios y renuncios en la comparación con los poemas publicados. Saqué el papel con los datos anotados y arremetí. Por qué, le pregunté, en EL TANGO, la poda que había cometido era casi imperdonable; y en EVERNESS entendí que hubiera cambiado “disperso” por “diverso” pero quería saber si el cambio de “Dios que labra el metal” por “Dios salva el metal” había sido un descuido del corrector; y por qué si en Spinoza, “no lo turba la gloria” por lo escrito “no lo turba la fama” se debía a una idea de concepto o, y en tal caso, cuál era el color que diferenciaba los sinónimos. Hizo un gesto vertical muy evidente de que no había entendido un pomo. Como yo tampoco entendí lo que quise decirle, seguí adelante como el boxeador que recibe tremendo golpe en la cabeza y le sonríe pavotamente al rival significando que no sintió nada de nada. Y por qué en MILONGA DE DOS HERMANOS, cuando el poeta escribe, desconociendo: “Y le armó no sé qué lazo”, en la grabación recita, sabiendo: “Y le fue tendiendo un lazo”. Le dije todo de corrido, fue una andanada semejante a la del que sabe que perderá por puntos y que debe jugarse el todo por el todo en el último round. Como lo creí sentido y pensé que se caía, me ahorré aclararle que estos dos hermanos del poema eran, precisamente, los mismos de “La intrusa” y que en el poema recitado además se escamotea la parte en que el hermano mayor, luego de matar al menor, lo echa sobre las vías para que “el tren lo deje sin cara”. Y me callé, guardándome la carta decisiva. Borges me repitió que una vez Alfonso Reyes le había dicho que los escritores publicábamos para dejar de corregir…  Y ahí yo saqué mi carta, el golpe triunfal:
            -En “Los Compadritos Muertos”, usted dice “en eternas disputas” habiendo escrito “en eterno altercado”; dice “gemido” por “silbido” y “cuando un tango embravece la guitarra” por “cuando la mano templa la guitarra”.
            Y me callé, esperando que se desplomara en su propio rincón para yo poder disfrutar como Gatica con sus vencidos: Rival a la lona, el Mono no perdona. Él me miró moviendo la cabeza hacia mí, hizo tiempo y sonrió:
            -O me confundo de poema o usted me hace trampa, Medina. ¿Hay algo más allí?...
            -Sí. Escribió “a su puta y su cuchillo”, y leyó “a su naipe y su cuchillo”… Es otra idea, creo, y no un sinónimo.
            -Sí…, es verdad… ¿Lo ve mal?... Creo que el lector es más tolerante, hay una comunicación íntima, privada. El acto de recitar puede ser vanidoso, y agresivo para el que escucha, ¿no?... Pero que le haya gustado esa película, Medina…
            -En realidad no me gustó.
            Puso cara de extrañeza:
            -¿Entonces?...
            -Quise bajarlo del caballo… Usted estaba enamorado de Rita Hayworth… Lo dijo en una entrevista, ¿recuerda?...
            -Sí, lo he dicho… Pero usted hasta pudo tomar un whisky con ella, yo no… Quizás, enamorarnos de la misma mujer, de alguna manera nos hermana ¿no cree?...
            -¿Y nos convierte en los personajes de “La Intrusa”?
            -Medina, me parece que está buscando una revancha fea…Convengamos que la vida nos permitió la felicidad de conocerla y que ese privilegio debe bastarnos…
            -No se distraiga, Borges. Estamos repitiendo el cuento y sabe que usted es el hermano mayor…
            -… ¿Y por eso yo debería matarlo a usted, como en el cuento?...
-También podríamos invertir los papeles. O escribir otro cuento. Soy yo quien debe matarlo, Borges.
-¿Y por qué haría eso?...
-Porque lo amaba a usted. Ella me lo dijo…
            Llegaron algunos amigos, y fuimos saliendo. Con disimulo, verifiqué en mi bolsillo. El puñal aguardaba la orden.

Directo al corazón... roto


10 AÑOS DESPUÉS

Por Ariel Nicassio

Valeria me dejó una certeza, y varias preguntas: ¿vamos en busca de lo perdido? ¿Debemos aceptar que el amor es una arbitrariedad del corazón así como el destino lo es del tiempo? Sus palabras fueron: “él fue el amor de mi vida, el hombre de mi vida todavía no llegó”.
El amor encuentra siempre la manera de abolir el tiempo, a veces como un deseo, otras con lo impredecible, con lo imposible y como aquí, con todas esas máscaras y con lo eterno.
Los protagonistas de esta historia compartían la misma ciudad, sin saberlo. Intercambiaron palabras por primera vez en sus viajes a la otra, la ciudad nueva, la de los libros, la de la Facultad; en el colectivo, en el instituto o esperando quien los acerque “a dedo”, al techo de sus padres.
Tiempo de estudio compartido, reuniones de amigos, una caja de chocolates, una cita que recorrió el monumento, la noche rosarina y la costa del río. Cosas simples que los fueron acercando al laberinto intrincado del secreto a gritos, al trote agitado de lo inminente, a la espera desgarradora y a la inseguridad. Él dijo lo de siempre, ella calló lo que debía, el beso vino del cielo, de los nubarrones que amenazaban con tormenta, quizás fue un relámpago, un sello del silencio. 
El flechazo duró poco, lo que su madre tardó en “espantarlo” cuando volvieron tarde de la casa casa de él, después de vivir esos momentos que ninguna circunstancia tiene la fuerza de impedir. Hubo gritos, palabras desmedidas y otra vez, como si fuese un preludio de todo lo que entre ellos fue y es significativo, otra vez, tiempo, ausencia y silencio, tres semanas de ensueño, sólo eso.
Nueve meses duró la ofensa, “tu vieja está loca, yo no puedo lidiar con gente así”. Los reproches de Valeria a su madre fueron cosa de todos los días; y el llanto, la distancia, la caja de chocolates pareciendo contener el hechizo. Sin embargo todo lo que los unió, seguía en pie; habían podado el árbol y la raíz hizo lo suyo. Fueron dos años intensos, el ir y venir de dos vidas que chocaban como la rima 41 de Bécquer. Hasta que el viento abatió a la torre, y la ola arrancó la roca. Todo volvió a la aparente calma, ella conoció otra voz, él miro otros ojos, “no pudo ser”. Algo se había roto, “ese no sé qué”; ese título absurdo que había creado el lazo, un nexo, una seguridad, no lo fue. Siguieron la danza del beso, el silencio y las sábanas, pero sin amanecer. Ella sabe que nunca ya nunca nadie revolverá la cama como él, y fue ese el latido que marcó el pulso de la vida de aquello que no fue.
El tiempo y la distancia, muchos kilómetros y diez años. Él, padrino de la hija de una amiga de ella. Ella, puños crispados, de mala manera no se detuvo a saludar, pero se procuró su número para pedir disculpas. Él quiso un encuentro, “tomar algo y ponernos al día, saber cómo estas”; ella aceptó con ganas, recordar buenos momentos.
Fue noche de confesiones, la torre decía que pasaba frente a la casa de ella, a cualquier hora; la ola no lo sabía, y sin embargo de alguna manera lo esperaba entre recuerdos mateando en la ventana. Subieron la escalera (la que lleva hasta la cama). Hubo nuevos besos, y otra vez, la ola chocando la torre, la torre chocando la ola como si no hubiera mañana. Y decirse tantas cosas, y saber que ya no se calla, que el mazo está mezclado, que ya se perdió la apuesta. Nadie conoce los pasos del baile de su mirada. Puede que un día abrirá la puerta y vendrá como si nada, alguna fiesta de amigos, una reunión en casa, él con su esposa y sus hijos, la misma mirada, una seña convenida, u otra vez el teléfono.
La despedida fue sencilla; con unas arrugas, se animaron a decirse lo que ya sabían. Ella no lo creía; él “la tenía clara”, “en otros diez años va a pasar lo mismo”.
El deseo, lo impredecible, lo imposible.
En el vacío del mientras tanto, confesar que se han querido, intuir en la distancia, lo palpablemente eterno.


Paisajismo


EL COLOR DEL INVIERNO

Por Verónica Ojeda de Razzini / Téc. en Parquización Urbana y Rural
veronicaojeda48@hotmail.com

El invierno tiene también sus galardones y puede llegar a ser un tiempo de hallazgos. Muchas especies de árboles dejan ver sus cortezas y ramajes desnudos; transforman el follaje que gentilmente antes de caer nos regala una postal efímera, pero que quedará grabada en la retina y que cobra un valor especial en nuestra memoria visual.
Es el tiempo de la grevilleas, el encanto de las magnolias, narcisos, fresias y rosas.
También podemos contar con la presencia de los pastos de invierno, es decir, gramíneas ornamentales que lucen mejor su follaje en la estación invernal. Con su estilo despojado aportan gracia y movimiento a nuestros jardines; son ejemplo, panicum, miscanthus sinensis, poa y algunas otras que completarán el paisaje desierto por estos días fríos.
Para armar nuestras macetas podemos optar por violetas de los Alpes. Recuerden que menos es más, así que al diseñar utilicen un solo color, el efecto será más imponente.
Si queremos ver frutos rojos recurriremos a Crataegus, Cotoneaster, Nandinas, que a la vez transformarán el follaje de rojo al igual que Acer Palmatum, Rhus, Photinia.
Las recomendaciones son utilizar manta anti helada sobre todo en las tropicales, palmeras, crotones y las sensibles al frío. Tapar siempre hasta el cuello de la planta, no sólo la copa, y hacer riegos preventivos para darle al suelo la temperatura adecuada y así mermar el efecto del frío sobre el mismo.
Incluyan algún objeto de color que desvíe la atención si el jardín está completamente seco y sería un buen momento para el replanteo del mismo, con la utilización de algunas plantas de follaje persistente que velarán todo el año por nuestro patio.

PARA COMPARTIR CON LOS MÁS  PEQUEÑOS…
El árbol de las risas
Esta historia comienza así: hace muchos años existía un famoso pueblito, alejado de la ciudad, llamado Glabilú. En el medio de la única placita que tenía, había un árbol, con hojas grandes, chicas, medianas, verdes, rojas, amarillas, celestes y muchos colores más. No sólo era hermoso, sino que regalaba sonrisas a toda la gente. Cada vez que alguien se sentía un poquito triste, se iba hasta la plaza, se acercaba al árbol y automáticamente se empezaba a reír. Para los chicos, Risitas, que así lo llamaban a su árbol, era un amigo más. Esperaban ansiosos que llegara la tarde para poder ir a jugar junto a él. Se trepaban en sus ramas, le cantaban canciones, se divertían mucho.
Una noche, el Señor Gogó, que era del pueblito vecino, fue hasta la placita. Miró para todos lados, se fijó que no hubiese nadie, y se acercó al árbol en puntitas de pie. Era un hombre muy malo y serio, y no le gustaba que sus vecinos siempre estuvieran alegres. Entonces, empezó a arrancarle las coloridas hojas a Risitas y a patearle su tronco ¡con mucha bronca! El pobre árbol empezó a reír cada vez menos... hasta dejarlo de hacer por completo. Y cuando lo hizo, el Señor Gogó se fue satisfecho a su pueblo.
A la mañana siguiente el árbol amaneció enfermo, casi muerto. La gente se puso muy triste cuando lo vio, y la risa desapareció de sus caras. Entre ellos se miraban y se preguntaban: ¿qué le habrá pasado? ¿Quién lo lastimó? Se pusieron a juntar sus hojitas, a cuidarlo, a regarlo, pero Risitas seguía igual. Hasta que un día, decidieron que la forma para curarlo era darle lo mismo que él siempre les dio a ellos: RISAS. Se juntaron todos, hicieron una ronda alrededor del árbol, se agarraron de las manos y empezaron a reír. Y rieron cada vez más fuerte, tan fuerte que hasta la tierra comenzó a vibrar. Risitas empezó a tomar vida, le volvieron a salir sus coloridas hojas y con ellas, su alegría.
Empezó riéndose bajito, casi no se lo oía, pero terminó riéndose tan alto que hasta contagió al sol. Comenzaron a crecer muchas y muchas flores a su alrededor y se formó un arco iris, el más bello que habían visto en toda su vida.
La risa empezó a contagiar a los pueblos vecinos y llegó hasta la casa del Señor Gogó, y sin darse cuenta, de sus labios, comenzaron a salir risas.
Y colorín, colorete, a este cuento se lo llevó un cohete.
Autora: Mariana Ramos

La violencia en tiempos de cólera


Por Carina Sicardi

En tiempos en que todo acto humano parece estar justificado; cuando en nombre de aumentar la autoestima, el maltrato es casi una forma de presentación; el replanteo sobre la comunicación aparece de inmediato.
El “yoísmo” surge como neologismo a partir de pensarse con absolutismo y en demasía, el hecho de “primero yo”. Hasta una famosa canción del dúo Pimpinela lo ha eternizado. Y no es que faltemos a la verdad si pensamos en esta opción como una forma para lograr impedir que el otro nos avasalle, nos humille o nos ignore.
Pero como toda teoría que se aplica sin cuestionarla, casi como un dogma, comienza a hacer aguas por doquier -como le gusta decir a mi hijo- si no tenemos en cuenta que convivimos con otros que tienen los mismos derechos que nosotros. Allí comienza el problema. ¿Dónde está el límite entre defenderse y atacar?
Muchas veces me cuestiono sobre el porqué de esas frases, lamentablemente tan comunes, que desde la crítica más cotidiana y no por eso menos violenta, ofenden: “¡qué gorda que estás!”, “¡cómo se te cayó el pelo!”, o “escuché el otro día en mi trabajo que sos odiosa”.
¿Qué aportan estas críticas? ¿A quién? No creo que el señor de la calvicie incipiente pueda remediar algo a partir de quien expone su pesar (inútilmente disimulado a veces). Ni la adolescente que ha incorporado algunos kilos a su cuerpo pueda comenzar una dieta por eso; en el mejor de los casos inventa una disculpa: “estoy hinchada” o “la ropa me engorda”. Ni siquiera aquella otra víctima podrá simular una sonrisa ahora, para demostrar que quizás pueda participar del concurso “Miss Simpatía” (¿existe eso todavía o es una reminiscencia de mi infancia pueblerina?).
Sería importante cuestionarse por el lugar del placer en estos dichos. El sujeto que emite las ofensas, siempre se justifica desde el lugar de la verdad: “yo no miento”. Pero, ¿es necesario sentirse mejor desde el dolor del otro? “Señor, si no me hacés adelgazar, hacé que engorden mis amigas”, dice Maitena a partir de uno de sus personajes femeninos.
Si tan sólo pudiéramos pensar el peso de la palabra en nuestra historia y en quien la recepciona… Si pudiésemos medir el dolor de aquel que nunca podrá olvidar el agravio de una frase dicha “sin pensar” o enmascarada detrás del chiste…
Marca tanto la palabra como la ausencia de ella. ¿Cómo medir la tristeza de aquel que espera? Tantos minutos mirando un teléfono que no suena; tantas horas que se llenan de vacíos, de fantasmas fruto de dejarse llevar por el pensamiento. Tantas “Penélopes” que ignoran la frase dolinesca: siempre estamos a la espera de un tren que ya pasó.
Muchas figuras violentas surgen hoy con nombres técnicos que pueden sonar extraños, pero no el acto que las provoca. El mobbing, palabra que significa acoso laboral, es el término legal utilizado para nombrar al hecho en que el empleador y/o compañeros laborales, no quieren la continuidad de trabajo de algún compañero ni pagar indemnización alguna por ello. Entonces, dedican las horas a buscar estrategias para que decida irse solo. El silencio, la falta de órdenes claras, el ignominio de las ideas que proponga, no asignarle ninguna tarea específica: desaparecerlo.
La figura de bullying aparece lamentablemente en los noticieros. Es la violencia ejercida por compañeros de escuela hacia otro, simplemente porque sí. No lo integran en el grupo, le pegan, lo insultan, le roban, lo ultrajan, generándole tanto miedo e impotencia que no puede ni siquiera poner en palabras tanto dolor.
Palabras que destruyen, incomunican y atacan la subjetividad -precaria a veces-, de quien las recibe.
Silencios que humillan, desesperan, intentando ubicar al otro en lugar de objeto… o de la nada misma.
En nombre del sinsentido se han hecho atrocidades. En nombre de la defensa ante un ataque que nunca existió, también.