PEREGRINOS EN CRISIS
“EL CAMINO”
Por Lorena Bellesi
El oftalmólogo Tom Avery (un sólido Martin Sheen) se encuentra jugando al golf en su soleada California, cuando una aciaga llamada le cambiará la vida para siempre. Desde Francia, le informan que su hijo único ha fallecido. Desorientado, solo (es viudo), sin terminar de entender lo que eso significa, viaja a Europa para traer el cuerpo de su vástago a casa. Con ese propósito tan poco reconfortante, llega a Saint Jean Pied de Port donde es recibido por un amable comisario que le detalla la situación de la muerte de Daniel (Emilio Estévez), tal es el nombre de su hijo. Resulta ser que el muchacho, de unos casi cuarenta años, perdió la vida en los Pirineos el mismo día que iniciaba su peregrinaje hacia Santiago de Compostela. Trayecto de fuerte raigambre espiritual, no exclusivamente religioso, que supone caminar ochocientos kilómetros desde Francia hasta llegar a la Catedral del apóstol en tierras españolas, donde reposan las reliquias de Santiago el Mayor. La ruta transitada representa un desafío físico y mental, espacio de introspección, pero también de reconciliación con el otro. “El hecho de que me duela no significa que esté herido” canta Coldplay en pleno recorrido, y ese sentimiento afecta al grupo de caminantes. Cada uno con su cruz, algunas tan superficiales como querer adelgazar, sus frustraciones o remordimientos, anda a paso cansado por esos terrenos agrestes e irregulares. “Donde se cruza el camino del viento con del de las estrellas”, anuncia bellamente un cartel en la cúspide del mundo, en pleno ascenso.
En El camino (“The way”), el tema de la paternidad es omnipresente, y trasciende al guión mismo. El director de la película es Emilio Estévez, quien dirige a su padre, Martin Sheen. Además, esta relación de la vida real, continúa representándose en la película. Es ahí donde vemos, a través de los recuerdos, el desacuerdo entre padre e hijo. Daniel presiente que para aprender debe abandonar sus estudios y recorrer el mundo, por lo tanto, terminar su doctorado en la prestigiosa Universidad de Berkeley, a sus ojos, no tiene sentido. Tom no consigue comprenderlo, insiste en su posición, lo confronta, sin hacerlo cambiar de opinión. Todo queda grabado en la memoria del compungido padre, que luego de recoger las cenizas de su hijo decide él mismo terminar la travesía iniciada por Daniel. Cambia su elegante traje por ropas cómodas, acordes a la situación, y se lanza a la aventura, con una tremenda carga guardada en una atesorada caja de latón.
Melancólico e introvertido, casi huraño, no bien comienza la marcha, Tom irá encontrándose consigo mismo y con otros, sin proponérselo, eso es muy evidente: no hace nada para tener compañía. Así y todo, un pequeño séquito totalmente heterodoxo, lo escoltará. Sus miserias, vacilaciones y excentricidades se dejan ver, poniendo de relieve cuestiones afectivas de índole plenamente humanas.
A medida que vamos avanzando los paisajes se transforman, al verde le continúa el pétreo gris, o el cálido amarillo, la niebla lo cubre todo, la lluvia complica las cosas o el sol ilumina preciosas panorámicas. Las lenguas también se superponen, el francés, el español, el inglés, el holandés forman una mezcla grata, evidenciando el carácter cosmopolita de la travesía, y otorgando una tierna cadencia a nuestros oídos. Frecuentemente, las voces de los personajes se dejan de escuchar, y, en su lugar, la música, con su melodía y letra, viene a llenar de significado ese silencio, creando escenas conmovedoras sostenidas por verosímiles actuaciones.
Con alguna que otra frase muy cercana a la autoayuda, del tipo “la vida no se escoge, se vive”, El camino trasciende lo meramente retórico y emociona, viaje transformador que nos hace reír, al mismo tiempo que alguna lágrima puede asomar. Recupera un valor prácticamente en desuso como lo es la hospitalidad, el peregrino cansado siempre logra dar con un lugar que lo acoge, es recibido con indisimulable alegría por sus pares cuando se reencuentran, luego de una larga caminata. Una famosa bebida tiene un slogan conocido por la gran mayoría: “el sabor del encuentro”, de eso se trata; si el camino se hace al andar, dijo Antonio Machado, sólo nos resta regodearnos en el encuentro. Diciembre es un mes perfecto para intentarlo. Felicidades.
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