Tapa Noviembre


Ser como él



A mi viejo, que me lo presentó.
A Alberto Crembil Achabal, QEPD.

Por Mariano Fernández

Esa habitación lúgubre de techos infinitos daba a la calle Mendoza. Si no fuera por el calor húmedo penetrante del litoral, hubiera sido la escenografía idónea para que Raskolnikov, el protagonista de Crimen y Castigo, morase allí. La situación por la que pasaba, era similar a la del estudiante ruso. Por las noches, el estallido del cambio de cables de la K, recortaba el negativo de los postigos metálicos, despintados de la ventana. Rítmicamente, cada hora y pico, me anunciaba que faltaba menos para empezar el día. En una de las paredes, tenía su póster. Como miles de pibes, tenía un póster de él. Y la foto en blanco y negro, con cada relámpago, también se iluminaba un poco. Allí lo conocí. Todos lo lo conocíamos; pero en esas circunstancias, lo leí, lo estudié, lo comprendí. Me atravesó una frase, reveladora e inspiradora: “Estudiar para dominar la técnica, que nos permita dominar la naturaleza”. Y la hice mía. Había que estudiar, sacrificarse, porque eso era lo que se esperaba de mí, de nosotros, de los que teníamos la chance de hacerlo. Muchas madrugadas esa frase le ganó al sueño y me mantuvo en vigilia, mate en mano, apunte delante, con la fotito de él haciendo una extracción a un guajiro en la Sierra Maestra, dentro de la carpeta de rendir. Así encaraba la Facultad, a pie, que el dinero del interno era para llegar hasta la barriada La Amistad, saltando charcos de agua infecta, para revisar pibes o hacer un pozo; o al fondo de Oroño, a acompañar la lucha de compañeros que no llegaron a la Universidad. Así encaraba los tribunales de examen, muñido de la imagen de Fuser y de conocimientos. Pocos, me vieron derrotado con esas armas. Allí encontré gente como Alberto, un profesor joven, que me enseñó con pasión. Una de esas personas que forman profundamente y son referencia. Ya como colegas, seguí visitando su cátedra, en señal de gratitud. A buscar el consejo, el saludo, junto con el mate amargo. Amargo como el final reciente, tan repentino de la vida de Alberto, mi benemérito profesor. Los pioneritos, los niños cubanos en educación primaria, por la mañana, recitan “Ser como él”. Él, así, suelto al viento. Para Alberto, que me ayudó a dominar la técnica, que me acercó un poco a ser como él, la intromisión de mi homenaje. Ser como él. Tomando un mate en la puerta de un rancho en la Sierra. Laburando en un leprosario en Guatemala. A lomo de mula, combatiendo inequidades; a punta de pistola, combatiendo injustos. Luchando contra los imperios con discursos en la ONU o en Argel, o con su cuero en la selva boliviana o en la sabana de Angola. Creando diez, cien Vietnam. Ser como él. Enseñando a leer y escribir entre batallas. Sentado estudiando un tema que no comprendía. En La Habana, en Rosario, en una habitación de mala muerte que daba a la calle Mendoza. Nunca llegué a ser como él, aún lo intento. Ser como él implica actuar consecuentemente, acorde con lo que se piensa, a pesar de que se quiera esconder debajo de la alfombra de la historia, justamente, su pensamiento. No es mi héroe, no; es un faro. Es el filo antiimperialista de la juventud. Ni un loco ni un aventurero, un soldado de sus ideas. Hace varios años se fue mi comandante. El verdugo mestizo, le causó más dolor que el propio asma toda la vida. “Apuntá bien, que vas a matar a un hombre”. Dos disparos lo atravesaron. Mil tiros le habían disparado. Nunca jamás, una bala lo mató, ni siquiera esa sombría mañana en la escuelita. Vive en la lucha de los pueblos; en las remeras de los pibes, de Maxi y de Darío; en los trapos de las canchas de Central, de Atlético, del Glasgow; en las paredes de las barriadas pobres de todo el mundo; en las pancartas de los que marchan en París o Nueva Delhi. Debajo de la piel de mi papá. Vive allí, lo que representa. De vez en cuando, prendo un Corona robusto, regalo de algún viajero que pisó su otra tierra, y lo imagino entre el humo, cerca del final, acuciado por el hambre, herido y abandonado por todos, escribiendo en su diario: "Y Manila... Manila no contesta", para ponerle palabras a la traición de su amigo.
Algún día iré a visitar el mausoleo. Allí, no hay nada más que huesos, lo sé. Pero iré. A presentarte mi venia. A llorarte como lo hicieron tantos jóvenes del mundo. A prometerme al pie de la estatua, seguir intentado ser como vos. De aquí, no hasta que la victoria venga, si no hasta que la vayamos a buscar. Siempre.
Cada octubre me pongo un poco triste, pero rápido me arrebata noviembre, donde llega la vida, donde te veo volver. Mi mejor homenaje, es nombrarte todos los días. Y así, a falta de uno, tengo dos Ernestos en el corazón.




El importante



Por Verónica Ojeda
veronicaojeda48@hotmail.com

Hace ya unos años, un señor muy importante al que nunca conocimos, oriundo él de una ciudad también importante, uno de esos señores que viajan lejos y pasan de plan a plan, nos convocó a través de otra persona para trabajar en un proyecto que nos pareció interesante. Un enorme terreno, con casa grande, pileta importante… Todo era importante acá.
Corría por entonces el invierno, estaba todo por planificarse, teníamos mucho tiempo, la obra así lo demandaba.
Algunas reuniones entre colegas, mates de por medio algunas veces y otras veces vía mail. Así iba fluyendo nuestro trabajo. Esas charlas eran las mejores; como buenas paisajistas nos íbamos por las ramas, pero siempre era lindo escuchar desde la mirada del otro y aprender.
Lo cierto, volviendo al tema, es que luego de algunas consultas -vía intermediario siempre, ya les dije que este hombre era importante y tenía un trabajo importante-, llegó el momento de la entrega de nuestro proyecto. Proyecto que podríamos resumir como una bolsa llena de ilusiones que albergaba mano de obra especializada, maquinaria, nuestro querido material verde, la infaltable flor que ornamentaría la vista del dormitorio… En fin, no sé si era todo lo importante que él hubiera querido, pero para nosotras sí lo fue; es que para paisajistas como nosotras, tanto plantar un cactus en una vasija de barro traída de las vacaciones, como diseñar el cantero de Doña Rosa, tiene su importancia. Sabemos que los clientes son más que eso, y muchas veces (casi siempre) lo pretendido tiene que ver con un estado de ánimo determinado.
El señor en cuestión, tenía por supuesto el suyo.
Volviendo al árbol, después de varios días -que traducidos en meses sumaban casi dos- desde la entrega, tuvimos noticias. Ya saben que las cosas importantes siempre relegan a otras que a veces pensamos que no lo son tanto y nos equivocamos…
La realidad tocó nuestras puertas y las del buen señor también.
Sí, es lo que piensan. Se terminó el amor, la casa, la pileta, el jardín y las flores. Hasta el arquitecto voló por los aires, junto con él mi colega y también yo. Rapidito y sin poder ni siquiera chistar por cobrar, fuimos todos despachados del lugar.
No está de más aclarar que aunque la suma no era tan importante para él, para nosotras sí lo era. Y hasta ya teníamos comprometido el dinero en sueños cotidianos. ¿Quién no hace planes con el vil metal?
Nos quedamos perplejas ante la noticia y con la desilusión de ni siquiera haber conocido a nuestro cliente, que ya por estas horas debe ser paciente de algún diván, ya que, haciendo alusión a mi profesión, lo dejaron colgado de la palmera…
Cada quien a sus cosas.
Luego de un tiempo, acordamos contactar al tal señor para reclamar por nuestro trabajo, que aunque fue frustrado en la concreción, nuestra formación académica nos da el permiso de llamarnos paisajistas o técnicas, algo por lo que sí cobramos, señor.
Para mi asombro y el de mi colega, nota de por medio con disculpas incluidas, el ahora pobre señor de tristeza importante, nos enviaba el dinero acordado. En el mensaje decía: Sepan disculpar, lo olvidé, tenía que resolver cosas importantes.

La hermosa luna



Por Sergio Galarza
sergiogalarza62@gmail.com           

Carl Sagan escribió que nació la ciencia porque el hombre vio en la naturaleza cambios regulares; es decir, cambios previsibles, cambios de acuerdo a un ciclo. Un mundo estable no la hubiera generado, y uno cuyos cambios fueran aleatorios, tampoco.
Luna alterna sus fases. Su forma cambia cada “x” cantidad de días y el ciclo se repite. El número de días para las sucesivas fases: creciente, llena, menguante y nueva, quedó inscrito en las semanas del mes. Siete por cuatro suma veintiocho días, casi una lunación. Vemos aquí que nuestro satélite organiza parte del calendario. En la antigüedad fue tan importante como el sol para datar nuestro paso por el mundo. Aún hoy hay culturas que siguen un calendario lunar.
Luna es hija de un impacto antiguo. Un planeta que ya no existe (bautizado Theia) chocó con una Tierra primigenia. Ambos se fundieron en un abrazo colosal. Nuestro núcleo ganó cierta masa del pretérito Theia y el resto, rocas y polvo, por rebote, quedó en órbita a nosotros y formó una banda o anillo que aglutinó en el satélite que ahora vemos. Se cree que tal evento sucedió hace 3.800 millones de años. Desde entonces, y por efecto de las mareas, Tierra demora sus días y Luna se aleja cada año un poquito (4 cm); un día no estará allí.
El par Tierra-Luna es único en el sistema: no hay otro ejemplo con tal mutua influencia. Luna, por ser tan masiva con respecto a nosotros (1/80), actúa como un ancla y estabiliza el eje de giro terrestre, lo cual mantiene constante la irradiación solar bajo la cual evolucionamos los seres vivos que conocemos. Si estamos aquí, en gran parte es por ella. Es curioso, aquel choque que suena a Apocalipsis ha creado las condiciones para la vida actual.
Luna, Lua, Moon, Selene, Astarté, nos adueñamos de ese mundo primero con la palabra; luego con la pluma de los escritores más lúcidos, los fantasiosos; por último con nuestros pies. En el año 1969 descendió sobre ella Neil Armstrong, un mercenario que se había ganado la vida bombardeando aldeas coreanas. El tipo bajó allá arriba y dijo: Sólo un paso para el hombre pero un gran paso para la humanidad. En fin, propaganda yanki, nomás.
Cuando ofrezco telescopios para mirarla todos sueñan con ella, su cara sucia salpicada de cráteres es bellísima. Una amiga, me dice: Yo la amo... No es para menos. Luna es nuestra de la más íntima manera. Habita nuestra literatura y las religiones, dio paso a la ciencia y mide aquello que más queremos: la gestación. En voz antigua, luna es menós y de aquí derivan las palabras mes y menstruación. Por supuesto, anuncia los nacimientos y tanto en la actualidad como en el pasado, curanderas, brujas y obstetras cuentan lunas para fechar los partos. El significado literal de la palabra Luna es Luz, y otra vez una metáfora: nacer, dar a luz.
Para cerrar con algunos datos –que siempre espantan- diré que Luna dista 385.000 kilómetros de casa.
Listo, cumplí, ahora a jugar: su diámetro es 2.6 veces menor al nuestro, de modo que podemos imaginar lo que sigue: toma una bocha, esta será Tierra; ponla en el piso y camina cuatro pasos; ahora, pon allí una pelotita de ping pon, esta será Luna. Ya está, aléjate para ver la obra. Ahí tienes un modelo a escala, así es como se ven ambas en el cielo. La una y la otra, danzando bajo la…
Uy, iba a decir danzando bajo la Luna, pero no, ellas danzan bajo las estrellas, hasta el fin de los tiempos, para regocijo de los hombres y de mi nieto, Leónidas, quien cada vez que lo llevo a la noche me la señala para que la nombre, la hermosa luna.

Amor y violencia



Por Carina Sicardi / Psicóloga

Detrás de muchos aparentes buenos gestos, puede esconderse una intencionalidad macabra, sólo detectada en principio, por aquellos que tienen encendida su señal de alerta.
Siempre estamos tentados a poner la esperanza en los comienzos de algo, situaciones nuevas, primeros pasos, amaneceres.
Será por eso que la noche despierta fantasmas desconocidos e inabarcables, y cada día tiñe de color los grises de la bruma nocturna, tan tenebrosa e inquietante como tentadora.
Así, andamos por la vida en la búsqueda de aquello que nos complete, que nos reencuentre con lo inalcanzable, sólo equiparable a la placidez de la vida en el vientre materno.
“Por las noches la soledad desespera”; sí, la noche que tanto esperamos como parámetro para terminar el día, sinónimo de descanso y paz, es también la que, quien sabe por qué transmisiones culturales, nos envuelve en un halo de misterio casi casi asimilable a la tan implacable y fea, pesada hasta por la palabra misma: muerte.
Como en cada decisión, la pulsión de vida, la pulsión de muerte, van luchando para lograr llegar al primer puesto: siempre gana la pulsión de vida, aún en el suicidio.
En el medio, se entretejen historias forjadas de encuentros e ilusiones. En la búsqueda del par, en tanto seres sociales como somos los humanos. Pero aquellos que se encuentran, buscan ser reconocidos, aceptados y amados desde el mejor concepto del amor.
Ese amor de cuento infantil con el mejor de los finales: “Y vivieron felices para siempre”; o de novela de la tarde, en la que, pese a las lágrimas, los protagonistas salvan cualquier diferencia y terminan juntos llenos de corazones y sonrisas…
Las historias de consultorio no siempre son así, aunque duela pensarlo. Y el discurso se hace pesado. Las marcas son evidentes, a veces en el cuerpo más que en la palabra.
Y comienzan las preguntas sobre ese color violáceo que la manga de la camisa no logró tapar del todo, o es el inconsciente el que necesita empezar a mostrar lo que el discurso calla. La lucha se despliega en ese mismo instante, y miles de excusas aparecen: me caí en el baño; es que soy muy torpe, me choqué la punta de un mueble; etc…
Se pone en juego el dolor y la vergüenza, el miedo y la bronca, en un camino que angustia y justifica.
¿Cómo escucharse decir algo tan malo de la persona que amo y que me ama? Pero en un momento ese bloque defensivo, que parece impenetrable, empieza a resquebrajarse y tímidamente, casi pidiendo permiso, lo que era evidente para la mirada, se hace audible. La palabra aparece tratando de balbucear una oración que salga de lo escrito entre líneas: es que anoche me pegó…
Palabra habilitante que enseguida quiere ser tapada, por miedo. “Lo que pasa es que yo tampoco soy mansa; es que se deja llevar por lo que le dicen los amigos; a él le pegaban de chico; está nervioso; es celoso porque la pareja anterior lo engañaba; la culpa es mía, si yo sé qué lo saca…”
Estremecedor discurso que en general termina con la frase: “pero es bueno, después se arrepiente y me pide perdón llorando, no quiere pegarme…”
Se pega con el puño y con la palabra que hiere y desautoriza, se denigra con el insulto y con la mirada burlona o amenazante, se mata con la duda sobre la salud mental: estás loca, no es así…
Sí es así, la vida va para adelante, no se puede volver, es imposible borrar lo que fue… y lo que no fue…
Dice Alfredo Grande: “Ni el amor es siempre sagrado ni la violencia siempre es impía, hay amores que matan y violencias que permiten seguir viviendo…” Está en nosotros, descubrir y aceptar esas diferencias.