La más justa búsqueda

Por Alejandra Tenaglia



Verano. Olor a pileta, el cloro se percibe en los patios y hasta en las calles del pueblo. Desde las veredas se escuchan los chapuzones y las risas, son los niños disfrutando la patria amplia de la infancia. La doña con la reposera en la puerta de casa, cuando el sol emprendió su retirada y el airecito fresco amerita la salida. El señor caminando despacito por la plaza, con las manos tomadas en su espalda y los ojos cargados de tiempo. Hay quienes intensifican su rutina deportiva para disminuir prominencias desubicadas, o simplemente pretenden disfrutar del clima que invita a involucrarnos con los espacios verdes y el aire libre. La traspiración surca a los que trabajan a la intemperie, el aire acondicionado aleja a los oficinistas de la verdadera sensación térmica, hay quienes van por la segunda ducha a la hora del almuerzo y no será la última del día, y otros que afirman innecesariamente no sufrir el calor, pues el atuendo que llevan no permite otra conclusión salvo que los problemas les hayan alterado hasta el entendimiento corporal.
Alguien en la casa toma la posta de buscar el arbolito de navidad, revisar adornitos y luces, decidir lo que hay que comprar para ornamentar la ocasión que los más chicos esperan con la desesperación que corresponde a un suceso tan mágico para ellos. No todos los días anda un hombre por los cielos en trineo, cargado de regalos que va dejando a su paso. Mamás, abuelas, tías, hermanas, también algunos caballeros, se dedican a la producción de cosas ricas para que la Noche del 24 sea realmente Buena más allá de las prácticas religiosas que en realidad, cumplen muy pocas familias. Se prueban nuevas recetas, se repiten las que fueron exitosas en temporadas anteriores, se busca agasajar a los seres queridos con una buena comilona rociada de bebidas varias. Si hasta a la casa se le hicieron arreglitos, una manito de pintura, cambiar el porta lámpara que tenía a oscuras el pasillo desde hace meses, embellecer el patio, tener impecable el agua de la pile, tirar lo que amontonamos inútilmente en el asador del fondo que ahora cobra importancia capital. Porque después de Navidad -no le voy a dar ninguna noticia que usted desconozca-, sigue fin de año. Y ahí se suman a los festejos muchos que han decidido por diferentes motivos, pasar la anterior celebración por alto. Arrancan las despedidas con amigos, compañeros de trabajo, vecinos, familiares de aquí y más allí, encuentros mucho más informales que pueden consistir en media horita dedicada a quien quisimos desear de cuerpo presente y con la mayor sinceridad de que somos capaces, que se le cumplan todos sus anhelos más preciados, aunque no consigamos decírselo así con todas las letras y sinteticemos el asunto en un apretado abrazo postrero.
Esta costumbre humana de partir el tiempo en períodos para poder contarlo, trae aparejada la oportunidad de ver para qué lado se inclina la balanza en ese final que contiene diciembre. Hacemos entonces un repaso de lo andado, a solas mirando el techo del cuarto, frente al espejo del baño, en largas mesas cargadas de anécdotas, sentados en el escaloncito del bar al que vamos a festejar que llegó el 2013 con todo lo que de él esperamos. Atrás quedan los errores, los intentos frustrados y los malos momentos, les bajamos la persiana para deshacernos de su embrujo pero capitalizando lo que nos han podido enseñar. Nos hacemos fuertes con lo bueno, lo proyectado-logrado y lo sin querer-obtenido, los gestos pequeñitos pero estruendosos en nuestro corazón, la mano que nos sostuvo en medio del peor temblor, la advertencia que nos hizo optar por hacer volver la tropa a casa y evitar un sacrificio sin sentido en el campo de batalla equivocado, el comentario justo que desató tensiones y nos robó una carcajada siempre bienvenida. Ese instante cuyo eje no podemos precisar, en el que brotó la esperanza con miles de sueños hermosos que siempre trae en su espalda.
Niños, adolescentes, jóvenes, adultos, ancianos, volvemos a empezar todas las veces que sea necesario porque no hay mejor forma de dignificar la vida que pelear por ella día tras día, mes tras mes, año tras año. Dejar brotar los deseos y fecundarlos para que no sólo echen raíces y hojas y frutos y flores sino que además puedan llenarse sus ramas de pájaros. Aunque a veces soplen vientos bravos que llegan a convertirse en tempestad, dejándonos solos y desesperados como navíos náufragos en medio del mar. Pero la calma llega. Y uno agradece haber encontrado la manera de aferrarse con fuerza al mástil que lo salvó. Y se reincorpora. Y las heridas cierran a pesar de dejar cicatrices. Y una mañana usted se encuentra nuevamente amaneciendo a la vida. Sonriéndole con toda la entereza que creyó no recuperar jamás. Desplegando su esencia. Aportando su singularidad. Entregándose a través de su obra diaria. Y retomando la búsqueda que une a toda la humanidad desde el comienzo de los tiempos y en cualquier punto cardinal, la más justa de las búsquedas que un hombre puede emprender en su paso por la Tierra, aquella que brega por alcanzar la felicidad. Sus arrullos de ensueño, indescifrables a nuestro entendimiento, son sin embargo capaces de colmarnos en un instante para toda la eternidad.
Ese es mi deseo para ustedes, amigos lectores, que la felicidad les susurre al oído lo más a menudo posible.
Copa en alto, no me queda más que decirles: ¡Salud y honestidad!

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