El laburo



ROBERTO ARLT

Por Julieta Nardone
julinardone@hotmail.com

La lengua que va de trabajo a laburo es la lengua situada en un espacio, en una capa social. Entonces, laburo va mejor con los personajes de Roberto Arlt (1900-1942). Y si hablamos del tópico “trabajo” es imposible no hacer eco de una frase célebre que nuestro homenajeado lanzó a los escritores exquisitos y críticos reticentes; palabras de gran estímulo como pocas: “El futuro es nuestro, por prepotencia de trabajo”. No obstante, este ideal no se condice precisamente con el espíritu general que campea en su universo literario. Un pesimismo de alto voltaje contamina todo esfuerzo humano; el grupo de marginales que puebla la narrativa de Arlt congrega delincuentes, linyeras, prostitutas. Pero además, pequeñoburgueses que manifiestan cuanto menos un grado visible de histeria; y los hay también totalmente trastornados, criminales, anárquicos extremistas. La libertad es fanática, para decirlo en jerga ricotera. ¿O será que de tanto malestar y enajenación social, cuando el barro se subleva, salpica rencor, perversidad, degradación?  La respuesta –siempre tentativa- habría que elaborarla desde adentro de la propia escritura del porteño, y por eso aquí trazaremos apenas unas líneas gruesas de sus libros más resonantes.
En su primera novela El juguete rabioso (1926), podemos decir que el protagonista Silvio Astier transita el pasaje de una adolescencia esperanzada y romántica hacia una juventud que va destiñendo poco a poco sus fantasías a la vera de trabajos poco motivadores. El giro se produce ante la exhortación materna que un buen día pronuncia el mandato “hijo, tenés que trabajar”. La reacción del joven es angustiosa: “...estremecido de coraje; rencor en sus palabras tercas, odio a la indiferencia del mundo, a la miseria acosadora de todos los días, y al mismo tiempo una pena indomable: la certeza de la propia inutilidad”.
La certeza de la propia inutilidad. Qué tristeza, ¿no? Con Arlt, imposible omitirlo, no cabe reír demasiado. Sin embargo, la angustia a veces permite pensar. Pensemos, entonces, en el contexto socioeconómico de la época: crisis del ’30. Asimismo, el tango aloja un puñado de letras de cara a la sociedad distorsionada por efecto del capitalismo salvaje. Además, son múltiples los vasos comunicantes entre el lenguaje arltiano y el lunfardo. Ergueta (en Los lanzallamas) así desespera: “¿Saben a qué vino Jesús a la tierra? A salvar a los turros, a los chorros, a los fiocas. Él vino porque tuvo lástima de toda esa merza que perdía su alma entre copetín y copetín. ¿Saben ustedes quién era el profeta Pablo? Un tira, un perro, como los de Orden Social. Y yo les hablo en este idioma canero porque me gusta como chamuyan los pobres, los humildes, los que yugan. A Jesús también le daban lástima las reas. ¿Quién era Magdalena? Una yiranta, nada más. ¿Pero qué importan las palabras? lo que interesa es el contenido, el alma triste de las palabras...”
En Los siete locos (1929) y Los lanzallamas (1931), el escritor deja al desnudo la condición social y moral de los sujetos y su íntima relación con los salarios. La realidad fantasmagórica de sus tramas refracta este drama social de la “década infame”. La voz narrativa toma por asalto la perspectiva de quien está de vuelta por completo. De ahí, la constante alusión a la falsedad de los valores, la inutilidad del esfuerzo, la insensatez de la esperanza: "...un enigma abre su paréntesis caliente en sus entrañas; este enigma es la razón de vivir. Si le hubieran clavado un clavo en la masa del cráneo, más obstinada no podría ser su necesidad de conocer la razón de vivir".
La certeza de los excluidos de Arlt -y acá, aunque también resulte tortuoso, sirve para pensar nuestro presente- arraiga en la alternativa del mal y la trasgresión.

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