Antro musical / Sinfonía agridulce

LOS ’90 TARDÍOS

Por Nico Raterbach

Es un cliché que los ‘90 fueron una década bastante agitada. Un par de generaciones, en un par de continentes, dejaron de pedir permisos. Sostengo que fueron el hato más interesante y explosivo de años; la década fue una montaña rusa histórica, sociológica y cultural donde el cine se transformó en una plataforma musical, sin ser el bodrio del musical propiamente dicho. Tarantino resucitaba actores y las bandas de sonido de sus éxitos mixturaban funk bien actual con goldies setentosos… ¿No corrieron algunas cuadra con “Lust for Life” sonando en su cabeza? Muchos de aquellos que vivimos de cerca la tormentosa década, seguimos al conejo y a Neo al otro lado, con “Wake Up” de fondo, ese himno de la contracultura light, de Rage Against the Machine. Todos deseamos tomar de la mano a Marla tanto como que el mundo se derrumbe mientras los Pixies nos llenan con “Where is my mind”. Lo audiovisual, aun sin mostrar todo el potencial de la proto internet de aquellos días, dominaba, la música, la imagen, rebosaban de arte, bello, muy bello. Es fácil retomar a partir de la segunda mitad. El sistema y las disqueras habían sacado el yeite a los nuevos estilos. Se podía producir en serie, con solo disfrazar un poco, empaquetar y vender. Los canales de distribución, en principio, desde el under, empezaron a ser cooptados por el negocio y MTV y los productores de festivales comenzaron a explotar la rebeldía y el sonido  de los jóvenes. “Es muy fácil deprimir adolescentes”, dicen Bart y Lisa Simpson en un episodio antológico, mientras escuchan Smapshing Pumpkins. Aun a sabiendas de que la industria encuentra una veta dorada, las expresiones artísticas de la segunda mitad de la década, son excepcionales. ¿Que era sencillo? Tal vez, pero sin perder de vista que los estilos directrices tenían exponentes de la talla de Nirvana, Sonic Youth, Beastie Boys, Radiohead, Blur, Elastica y todos esos mocosos ingleses. La vara era demasiado alta. La tecnología comienza, en las mentes más florecientes, a perder el status de cosa maldita y los experimentos musicales crean joyas. Existen dos casos puntuales de la década, que ejemplifican la apertura y la pérdida de clichés que culminan en obras maestras. Uno es un disco de colaboración entre bandas de hip hop y metal: “Bring the noise”, la producción de Anthrax y Public Enemy, invita a sacudir el cuerpo y los prejuicios. El otro punto es la épica y prolífica artísticamente vida de Damon Albarn, el padre de Gorillaz. Esta no-banda es la síntesis de la teoría integrada perfectamente con la experiencia práctica de una generación. Magistral es un adjetivo ostentoso pero justo, para definir el producto del músico inglés. Por supuesto que no en solitario, sino con la colaboración de muchísimos otros artistas. La web de Gorillaz, aun hoy, es un viaje psicodélico a un mundo demente. El advenimiento del nü metal con Korn, Limp Bizkit y otros, pareció darle un aire nuevo al rock en el ocaso de la década, pero salvo por Deftones, fueron tentativas comerciales. Los ‘90 terminan con luto y crespón negro, dice el vernáculo Solari. Las falopas nuevas y las viejas se cobran su tasa entre los artistas y bastante más con el público. Las marcas de ropa, bebidas, compañías telefónicas, comienzan a auspiciar festivales de rock y bandas. Korn, tenía además de su contrato con la disquera, uno con Adidas. La fecha de defunción, no es la del almanaque, sino en julio del Woodstock ‘99, festival del escándalo y del agua a 4 dólares la botellita con 40ºC. La industria había ganado una vez más, logrando exprimirles dólares a la música y el alma a los artistas. Ah, pero los ‘90… Siempre nos quedarán los ‘90, en la retina, el cuerpo y el corazón.


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