Mostrando entradas con la etiqueta Música. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Música. Mostrar todas las entradas

Antro musical / ¿Hacia dónde va el rock?

SIGLO XXI

Por Nico Raterbach

Somos la Penélope de la música, que espera y resiste embates de radios y canales de televisión durante el día y por la noche hurga en SoundCloud por la llegada de esos nuevos sonidos. El desolador escenario que se vislumbraba musicalmente -aunque también podía trasladarse a otras artes- en la primera década del nuevo milenio, parecía extenderse. La gran mentira de los ciclos históricos, es a veces tan seductora, por su simpleza y la esperanza que nos brinda de que algo surgirá otra vez, que voluntariosos y estúpidos, queremos creer en ella. Y allí esperamos sentados en el umbral de la historia que ese sacudón musical que otrora dieran los Beatles, en un comienzo, suceda y nos conmueva. El primer lustro de la década actual, transcurrió nostálgico y con inercia suficiente de lo que había pasado, veinte, treinta años antes.  Aun tuvimos la paciencia; mientras tanto, los museos de la fama se llenaban de estatuas de cera de músicos fallecidos no tanto tiempo atrás. Era todo lo que la industria podía hacer, intentar eternizar las ultimas formulas exitosas. Los Ramones alcanzaron la categoría de banda de culto en EEUU, lugar donde en vida, fueron la banda más argentina de todo Queens y nunca tuvieron el reconocimiento merecido. De momento alcanzaba, pero los bucólicos, seguimos buscando. Y en The Vaccines, encontramos a los Beach Boys, a A-ha en Metronomy, a los Doors y sus teclados hipnóticos en Tame Impala… algo era algo. Pero repetir formulas funcionó más o menos impune hasta los noventa, luego, la velocidad de circulación de la información dejó caer el velo de los Salieris. No solo el público se refugiaba en el pasado glorioso del rock, sino que -y algunas veces con descaro- las bandas se dejaban influenciar,  otras transcribían partituras directamente. Los charts empezaron a colmarse de nombres propios, intérpretes que podían tener algo de talento, pero mayormente eran solo una cara bonita que no escribía un renglón de letra o una nota de sus éxitos. La osadía por la osadía misma, hartaba; y las fútiles transgresiones de lady Gaga, seducían a miles de incautos adolescentes. La fuerza motriz de la rebeldía, los jóvenes, eran conducidos por canales de internet a un lugar común, tibio y cómodo, alejado varios parsecs de la esencia del rock. El filo mellado de la furia, solo cortaba en dos la dosis de Soma, para compartirla; el mundo era un lugar feliz, sobre todo en Youtube, Facebook y ese tipo de jardines floridos. Pero el arte y los medios tienen un sótano, como también lo tiene la internet, que puede ser la de Zuckerberg o la de Assange. Y como en Seattle, al frio del círculo polar, Leningrad, la banda de la ciudad homónima ahora devenida en San Petersburgo, lograron que nos deleitásemos con sus canciones incomprensibles de letras y fonemas cirílicos y sus videos de altísima calidad artística. Podemos hoy traducir las desventuras propias del rock gracias a herramientas online, y darnos cuenta de que el vodka es parte del género y que si tan solo hubieran nacido un par de miles de kilómetros hacia el oeste, hoy estaríamos esperando que vuelvan a hacer algún estadio pronto. En el patio trasero de EEUU, también sucedieron cosas. “Atrévete” fue el gancho comercial que le abrió las puertas a Calle 13, para luego rapear “Latinoamérica” y arrasar en la misma entrega de los Grammys en los que escupieron un discurso de barricada. La esencia, el lado salvaje del rock, se percibe cuando René vomita letras sin pronunciar una sola R.
Después de recorrer sesenta años en esta columna, cabe preguntarnos, ¿hacia dónde va el rock, dónde se esconde, cómo llegamos desde Roy Orbison a Tokyo Hotel? Estamos en las ruinas de la cultura rocker, buscando las cucarachas supervivientes al apocalipsis, intuyendo que alguien debe haber escapado a la espada de Abadón,  aunque ya todos morimos un poco con Cobain (los de más de 30 saben de qué hablo y los de menos deberían). Estamos en verdad ante el lecho de muerte del género y  pensando en sus necrológicas, las tribus perdidas, permanecemos esperando un nuevo mesías que sacuda todo aquello en lo que cuajó el rock, una amorfa masa de música que es útil y digerible en la medida que venda. Una construcción a medida de los charts y de las limos de las estrellas. Pero quizás, en este momento, en algún lugar remoto, algún niño llamado pongámosle John, se encuentre con otro tal vez llamado Paul. Y todo vuelva a empezar.

Antro musical / Agujero negro

FINALES DEL 2000

Por Nico Raterbach

Un agujero negro es capaz de tragarse todo, materia y energía, con una voracidad desmedida. El horizonte de evento es el límite físico entre la desaparición y la existencia, la frontera que al cruzarse hace imposible que nada escape, incluso la luz. En esa cornisa caminó el rock en la segunda mitad de la década del 2000. Las listas de Vevo y los top de la Billboard, fueron el ejemplo del sumidero cósmico donde todo se transformaba en una singularidad, una masa amorfa de composiciones con cierto talento, mixturado con una vacuidad lírica y rebosante de banalidad. Videos inundados de autos caros y ampulosas mujeres, cosificaron el costado más frívolo del género; y recetas repetidas, sponsoreadas, lánguidas, opacaron a los exponentes más oscuros y a los más prometedores. Por inercia de la década anterior, aun había momentum con suficiente energía cinética para destacar algunas bandas. A partir del 2000, la música era totalmente accesible para una generación acunada con la internet, lo cual es bueno; pero los canales de distribución, conducían el rebaño, lo cual no lo es. Con algunas pinceladas, Keane, The Fratellis, Artic Monkeys y muchas bandas que la BBC mostraba tocando bajo puentes, marcaban el débil pulso del rock del nuevo milenio. Kasabian, con su sonido retro y psicodélico, fue tal vez lo más notable del rock anglosajón. Los ingleses nos habían tenido muy mal acostumbrados desde hacía décadas, a esperar que algo grande suceda en su tierra, o por lo menos, en su idioma. Pero la música, que lleva en su savia la rabia y el descontento como motores de creaciones, es análoga a un fluido con sus características de incompresibilidad. Ante la presión, deberá desplazarse. Ese trance, sucedió. El género debía mudarse, aprovecharse de las nuevas tecnologías y de la caída de los prejuicios éticos, estéticos y musicales de la nueva era. Era innovador y se toleraba que Kean casi no utilice guitarras. ¿Soportaríamos que fueran trompetas y tubas? Había que esperar el emergente, descargando mp3, escuchando música de todos los lugares del mundo, en una cruzada por descubrir dónde estaba latiendo, dónde emergería la furia contra la máquina, adivinando dónde y cuándo Morfeo nos confesaría que vivimos en un mundo ficticio con la sola intención de deleitar nuestros ojos y nuestros oídos. Y como la vida vino con el sol, allí se mudó el rock, al Mediterráneo. A la incomodidad de sociedades conflictuadas, latinas, eslavas, de armas portar y mucho beber. Keith Richards debía hablar romaní y Gogol Bordello cantaba en inglés su punk gitano visceral. El mundo, era un lugar más pequeño, cercano y definitivamente multicultural. Bailar Unza Unza, beber tocaj, fumar tabaco de mi tierra, gozar lo efímero de nuestro paso por el sempiterno universo con The no smoking orchestra, Aretuska, Tonino Carotone, Amparanoia, desde Macedonia hasta Barcelona, ida y vuelta. Como Kamchatka, esa geografía se transformó en un lugar para resistir las embestidas de las disqueras y la popularidad hollywoodense. Si esperábamos el sacudón, este no llegó, el rock se agazapó allí en las costas croatas, en Barrilonia, el squat de la rambla del Raval y webs del submundo de la red. Lenta y tímidamente, desde sus refugios, brotando en la grieta corporativa, un movimiento se consolidó, no para ganar marquesinas sino para ser los herederos y sin saberlo, guardianes  de la esencia, del rock and roll, no ya de su estilo prístino. Con más pena que gloria, el cambio de milenio y su primer década pasó dejando melancolía y posmodernismo a su paso. La vacuidad del espacio como metáfora valida. Un agujero negro puede tragarse todo, incluso al rock, hasta hacerlo desaparecer. Todo, menos a Santiago. Santiago debe aparecer.



Antro musical / Réquiem para Cobain

COMIENZO DEL 2000

Por Nico Raterbach

Definir a la historia como ciclos que se repiten, es una salida filosófica fácil además de un reduccionismo extremo, a veces intencional. Contrariamente, la historia de la humanidad, y de la música que es lo que nos atañe, es un proceso que avanza inexorablemente, como siguiendo una espiral ascendente. En ocasiones parece detenerse, retroceder, para luego seguir su curso vertiginoso e inevitable. ¿Por qué este desvarío intelectualoide? Porque la música de la primera mitad de los 2000 (y les adelanto, del resto de toda esa década y de la siguiente) tiene ese sentido del revival y de explotar viejas fórmulas otrora exitosas, apenas maquilladas algunas y en los mejores casos, con destellos de creatividad. Siendo llanos, advertiríamos el ciclo, la vuelta a lo que alguna vez funcionó; desde la misma óptica pero con una pizca de malevolencia, diríamos que la oscuridad, el eclipse total de los talentos volvió a suceder. Que no. Que no hay ciclo, es sólo la historia pareciendo retroceder, pero los procesos que la construyen aun avanzan. En el 2000, el rock de paladar negro, hablaba en inglés con acento británico para preciarse de tal, y explotaban mil “garaje Bands”, bandas con más ganas que conocimientos musicales, una formula bien punk, tanto, que al estilo se lo llamó también “post Punk”. Así era todavía el hueco que había dejado Nirvana y algunos más. En algunos casos, esta estética de dejadez y desprolijidad, fue cuidadosamente premeditada y alevosa, porque los cánones del éxito lo imponían. La vanguardia estaba en Inglaterra, no podía ser de otra manera,  se destacan bandas como The Libertines, Babyshambles, los suecos The Hives, y algo en EEUU, The Strokes y The White Stripes. Estas muy buenas bandas, con melodías desagradablemente agradables, daban la sensación al escucharlas mezcladas, de ser un solo disco ininterrumpido de la misma agrupación. Uno, sin embargo, que podía escucharse por horas. Los Red Hot editan “Californication”, aclamado por el público, que sin embargo y a título personal, no llena. Por el lado comercial del escenario, los Coldplay le daban profundidad lírica y escénica a los lamentos de una generación apática. Una joven Amy Whinehouse, con una voz que controlaba a su antojo y sometía a sus caprichos, nos deleitó con canciones propias y covers clásicos, de los Specials por ejemplo. ¡La maldita heroína nos debe tanto talento! Del comienzo de la década, dos perlas inadvertidas valen la pena: Babacools, de Alemania, se afianzan y editan algunos discos; y los P-18, el experimento franco-cubano de Tom Darnal, mestizaje musical maravilloso. El rock, dando trompadas al aire, tomando cosas del pasado, fundamentalmente de la década anterior, hace lo que puede en los 2000. La vara estaba demasiado alta y ser originales era una figurita difícil, cuasi imposible. Para destacar, es la aparición de una discográfica a fines de los ’90: Hellcats Records, una división de Epitaph, el conocido sello que editaba punk gringo. Durante el decenio siguiente, Hellcat atrincheró bandas que no encontraban otros espacios, destacándose The Aggrolites y su reggae “sucio”. Esperamos el sacudón, la patada en el culo, pero esta vez no llegó. El primer lustro transcurrió aún con el luto por Cobain, bañándonos en el mismo rio, una y otra vez, sumidos en la resaca y el mono de la década anterior. Afortunadamente, Radio Bemba, ese conjuro de músicos sólo en vivo, grababa su álbum, un shock adrenérgico políglota que nos advirtió, que tal vez, la espiral de la música estuviera avanzando lentamente. Fukuyama, el del fin de la historia, estaba equivocado una vez más.




Antro musical / Sinfonía agridulce

LOS ’90 TARDÍOS

Por Nico Raterbach

Es un cliché que los ‘90 fueron una década bastante agitada. Un par de generaciones, en un par de continentes, dejaron de pedir permisos. Sostengo que fueron el hato más interesante y explosivo de años; la década fue una montaña rusa histórica, sociológica y cultural donde el cine se transformó en una plataforma musical, sin ser el bodrio del musical propiamente dicho. Tarantino resucitaba actores y las bandas de sonido de sus éxitos mixturaban funk bien actual con goldies setentosos… ¿No corrieron algunas cuadra con “Lust for Life” sonando en su cabeza? Muchos de aquellos que vivimos de cerca la tormentosa década, seguimos al conejo y a Neo al otro lado, con “Wake Up” de fondo, ese himno de la contracultura light, de Rage Against the Machine. Todos deseamos tomar de la mano a Marla tanto como que el mundo se derrumbe mientras los Pixies nos llenan con “Where is my mind”. Lo audiovisual, aun sin mostrar todo el potencial de la proto internet de aquellos días, dominaba, la música, la imagen, rebosaban de arte, bello, muy bello. Es fácil retomar a partir de la segunda mitad. El sistema y las disqueras habían sacado el yeite a los nuevos estilos. Se podía producir en serie, con solo disfrazar un poco, empaquetar y vender. Los canales de distribución, en principio, desde el under, empezaron a ser cooptados por el negocio y MTV y los productores de festivales comenzaron a explotar la rebeldía y el sonido  de los jóvenes. “Es muy fácil deprimir adolescentes”, dicen Bart y Lisa Simpson en un episodio antológico, mientras escuchan Smapshing Pumpkins. Aun a sabiendas de que la industria encuentra una veta dorada, las expresiones artísticas de la segunda mitad de la década, son excepcionales. ¿Que era sencillo? Tal vez, pero sin perder de vista que los estilos directrices tenían exponentes de la talla de Nirvana, Sonic Youth, Beastie Boys, Radiohead, Blur, Elastica y todos esos mocosos ingleses. La vara era demasiado alta. La tecnología comienza, en las mentes más florecientes, a perder el status de cosa maldita y los experimentos musicales crean joyas. Existen dos casos puntuales de la década, que ejemplifican la apertura y la pérdida de clichés que culminan en obras maestras. Uno es un disco de colaboración entre bandas de hip hop y metal: “Bring the noise”, la producción de Anthrax y Public Enemy, invita a sacudir el cuerpo y los prejuicios. El otro punto es la épica y prolífica artísticamente vida de Damon Albarn, el padre de Gorillaz. Esta no-banda es la síntesis de la teoría integrada perfectamente con la experiencia práctica de una generación. Magistral es un adjetivo ostentoso pero justo, para definir el producto del músico inglés. Por supuesto que no en solitario, sino con la colaboración de muchísimos otros artistas. La web de Gorillaz, aun hoy, es un viaje psicodélico a un mundo demente. El advenimiento del nü metal con Korn, Limp Bizkit y otros, pareció darle un aire nuevo al rock en el ocaso de la década, pero salvo por Deftones, fueron tentativas comerciales. Los ‘90 terminan con luto y crespón negro, dice el vernáculo Solari. Las falopas nuevas y las viejas se cobran su tasa entre los artistas y bastante más con el público. Las marcas de ropa, bebidas, compañías telefónicas, comienzan a auspiciar festivales de rock y bandas. Korn, tenía además de su contrato con la disquera, uno con Adidas. La fecha de defunción, no es la del almanaque, sino en julio del Woodstock ‘99, festival del escándalo y del agua a 4 dólares la botellita con 40ºC. La industria había ganado una vez más, logrando exprimirles dólares a la música y el alma a los artistas. Ah, pero los ‘90… Siempre nos quedarán los ‘90, en la retina, el cuerpo y el corazón.


Antro musical / Del caos a la vida

LOS ‘90

Por Nico Raterbach

Sencillo abordar los noventa desde lo musical, o al menos desde la riqueza. Una escena notable de un filme mediocre de la década, deja la semblanza de que cuando hay destrucción, caos, se genera actividad, movimiento, vida. Un planteo asimoviano. Y eso precisamente es lo que sucedió en este prolífico decenio. Veamos la frescura del primer lustro. Después de Nirvana y la inyección de adrenalina que le dio al rock, muchos tomaron la posta. El grunge, el género de los universitarios desarrapados, se extendió metastasicamente en los cimientos de la música. Atravesó todo y en esa línea, pero con aportes propios, Alice in Chains, Pearl Jam, dieron maravillosos álbumes. Los prejuicios desaparecían en lo estético, lo compositivo y daban pista libre a varias propuestas que otrora se hubieran marchitado. Así la osadía era premiada, pero por sobre todo, la originalidad. Ninguna banda se diluía en el talento de otra, en líneas generales. Los Red Hot Chilli Peppers se consolidan, estallando música y escenarios. Jane’s Adiction, la banda del loquísimo Pery Farrel, es una joya, un diamante en bruto y pulido a la vez; la furia, la ironía y la decadencia sonora que se disuelve en el 91, pero impregna todo y da lugar al “rock alternativo”. Con el hip hop ya habiendo roto las fronteras de las barriadas de la costa este y oeste de EEUU, y con pretensiones de instalarse en los suburbios de las clases acomodadas gringas, se expande multiculturalmente. Los latinos residentes en el país del norte invaden el género. Cypress Hill, el rap blunter (marihuanero) por naturaleza, crea samples y canciones memorables. En Boston, unos tipos blanquitos, descendientes de irlandeses, la rompen: House of Pain, dicen llamarse. Y tratándose de blancos rapeando, los noventa le pertenecen a esos tipos que mientras graban juegan al PGA Golf en la play y crean temas perennes: Los Beastie Boys, que estaban lejos de esa presunción de chico de gueto. Tal vez “Ill Comunication” es el disco dorado de la primera mitad de la década. En Europa, la multiculturalidad, el resurgimiento del fascismo abiertamente, crea la contracultura desde la música también y la integración de géneros rockers y letras ideológicamente activas. Tal vez Mano Negra es el exponente mayor; pero en la Francia apática de Miterrand, otras expresiones que pasaron desapercibidas en occidente rozan la excelencia, tal es el caso de Raymonde et les Blanc Begs, la banda liderada por la bella Zin Zin. También en Alemania suceden cosas aunque en menor medida. Indaguen, allí esta lo feliz de la red.  Envalentonado por el sacudón grunge, el punk se lava el rostro y también estalla. Sucede una invasión de bandas, que denominan “melódico” al subgénero, y lo hacen digerible a un público más amplio. Si bien repetitivas en casi todos los aspectos, y de dejar la sensación de que un disco es exactamente igual al otro, tienen en algunas agrupaciones, canciones y CDs, puntos notables. Rancid, Pennywise, NOFX y desde Suecia Millencollin, merecen la pena ser escuchadas, un poco alejados del eclipse que produjeron Green Day y Offspring. MTV era un canal de música. Music 21, su vertiente under por momentos. Las calles se llenaban de remeras con tapas de discos. Los Ramones venían una vez por mes a tomar la leche a nuestras casas. El barro de Woodstock salpicaba otra vez a millones de jóvenes que se liberaban del oscurantismo publicitario de la década anterior. El mundo era nuestro. Un horizonte optimista y esperanzador se vislumbraba. Nada importaba, ni siquiera ser atrapado robando, como cantaba el gigantesco Perry en el apologético “Been Caught Stealing”.  Nada podía empezar mejor.


Antro musical / La década oscura II

LOS ‘80

Por Nico Raterbach


Los ochenta son muy extensos como para una sola columna. También los 70,  pero debo reconocer la empatía que me genera la década oscura del rock. Y el placer, por supuesto.  Aclaro que Phil Collins nunca tocó en Yes,  error cometido en la columna anterior. Si bien nunca fui amante de los productos musicales del rock sinfónico como del pseudo hard rock del baterista, me disparó la pregunta: ¿cómo pude enredarme en esa confusión? Si repasamos la década, lo que proponía el establishment que había caído en la cuenta de que el mundo estaba huérfano de los Beatles, eran baladas aceleradas algunos tempos y no tanto. Con algunos virtuosos se podía construir el éxito de marquesinas y de dólares o procesar bandas en la picadora de estrellas de rock fugaces del tipo “one hit wonder” (maravillas de un solo éxito). Los desafío impunemente a que tarareen otra canción de Europe que no sea “La ultima cuenta regresiva”. Hacia la segunda mitad del decenio, a pesar de todos los intentos de Hollywood y del Rock in Rio, del Live Aid,  nos dábamos cuenta de que el rock era nuevamente y al menos por arriba, un bodrio maquillado, refrito de la década anterior que todos querían superar, un producto empujado por mucho marketing y poco corazón. Y que el mismo mundo era lo suficientemente desagradable como para empeorarlo con posters flúo. El “no future” punk había llegado, hacía rato. En España por ejemplo, una epidemia de heroína, acompañada por el recién descubierto H.I.V., descabeza prometedores exponentes del rock radical vasco. En Europa, específicamente en Inglaterra, la falta de sol se empezaba a notar. Lo lúgubre teñía todo. En Bélgica florecen las discos y de la mano de una accesible electrónica, los jóvenes empiezan a componer música por ordenador y sintetizadores. Subestimar este interesante fenómeno y a esos aventureros y experimentadores, sería negar hoy a Chemical Brothers. Los circuitos under comenzaban a repetirse y perdían el ímpetu, tanto del estanco cultural y de la mixtura al salir de este. Damas y caballeros, el rock agonizaba nuevamente en un hartazgo de solos de guitarra, de peinados ridículos y de poses y actitudes que uniformaban a las estrellas. El pulso débil lo mantenían algunas bandas  frescas de Manchester y unos pocos en Europa. Dice una teoría que la vida se originó del sol. Que nada puede venir del frío. Pero en Seattle, donde el tornillo se siente, y los campus universitarios tienen radios FM, empezaron a circular cassettes piratas de una banda que era todo menos taquillera. La música y las letras parecían salir de una existencia atormentada,  de la náusea misma y de las ganas y la impotencia de acabar de una vez por todas con las miserias humanas. Creo que a Camus le hubiera encantado Nirvana, la banda a la que estoy refiriéndome. El rock, una vez más, a la tercera década, había resucitado y caminado entre nosotros. Tal vez, el mérito de reconocerle a los 80  ser el germen de lo que vendría después, es un sucio ardid para negar al decenio. El bajo de Novoselic en “Love Buzz” sincroniza el corazón del que escucha la canción. “Blew” genera deseo de que el mundo acabe y se despedace mientras desgarra la garganta de Cobain. Los bucólicos y desesperanzados del mundo tenían quien les cante. Aquellos que no, despertaban del sopor y sentían en carne propia las miserias del universo en su música. El rock volvía a la rabia. El parto escatológico y oscuro del rock, había tenido lugar durante el oscurantismo del rock. Corría el año 1989 cuando era editado “Bleach”, la segunda patada en el culo al rock y primera gema de Nirvana.


Antro Musical / Fastidiosos '70

Por Nico Raterbach

Los ‘70 son tan ambiguos como el rock mismo. Podemos encontrar en las bateas lo peor y más nefasto del rock, así como las joyas más perfectas de su historia. Claro que es una apreciación subjetiva, pero puede sostenerse. Con los escarabajos separándose a mediados de la década y los Stones consagrados y repitiendo éxito tras éxito, lo nuevo venía de la mano de los excesos detrás de la fórmula que permita llegar a los top ten de Europa y EEUU. A esas fórmulas me refiero, con lo negativo de la década. Surgían jóvenes en todo el mundo con deseo de triunfar, de llegar a ser los nuevos Beatles, vivir el sueño del sexo, las drogas y billetes que venían con el rock. Aparecieron muchísimos talentos, pero en esa ecuación el propio género se corrompió y comenzó la decadencia. Led Zeppelin, Deep Purple, Pink Floyd, llevaron el virtuosismo a los límites. Si bien había excelentes compositores y mejores ejecutores, la complejidad empezaba a tener que ser sinónimo de excelencia. Queen nace en el 74, y sumado a las performances de Freddie Mercury y a su voz de ángel -que tenía completamente domesticada a sus caprichos-, fue dentro del mainstream, original e innovador. Como no podía ser de otra manera, eran de Inglaterra. Por supuesto que además reventaban taquillas alrededor del mundo. También la música comenzaba a endurecerse, a buscar distorsiones y experimentar. De esas experiencias surgieron los australianos AC/DC, Motorhead y en otro plano musical, The Who, quienes venían arrasando desde los ‘60 pero se inmortalizaron con su álbum “Quadrophenia”. Por debajo, tal vez es la década más fructífera del siglo XX en lo musical. Pero salvo excepciones, el rock perdía rebeldía, tanto en sus letras, como en su sonoridad.  Los adolescentes de los ‘60 podían comprar un disco con una docena de canciones. En los ‘70, la mayoría de los grupos vendía álbumes con dos canciones por lado, con interminables solos de guitarra que provenían del onanismo musical de sus ejecutantes y entusiasmaban bastante poco. El rock no agonizaba pero entraba en caja y solo se aceptaba una imagen desprolija, aunque con cuentas bancarias ordenadas. Los Rolling se mudan a Francia por cuestiones impositivas. Los contratos con disqueras tenían más ceros que virtudes. Y para colmo de males, la bonanza económica de los piases centrales se desaceleraba, luego de casi 30 años de belle epoque, eso generaba jóvenes disconformes en la cola del paro. El Reino Unido tenía miles de desocupados. En EEUU la generación hippie tenía resaca y ya todo estaba experimentado; a partir de entonces, solo quedaba el exceso. Aparece la  música disco, que empalaga y hace culto de lo banal y efímero. En ese horizonte, en Nueva York, en Forest Hill, barrio malevo de la gran manzana, aparecen cuatro tipos con canciones de dos minutos, simplísimas, que te dicen qué quieren y qué no. Punk music le dicen al estilo: y a ellos, Los Ramones. En el ‘76 graban un disco con menos de 7000 dólares y son invitados a tocar en Inglaterra, la magia se repite. Dice la leyenda, que entre el público estaban los que formarían las bandas más significativas del género. Lo mismo que una década antes cuando Lennon, McCartney y Richards fueron testigos de la invasión americana. Pongamos en una probeta social: Londres, miles de jóvenes sin trabajo pertenecientes a una generación que no tiene ningún pergamino, música sencilla (y mal tocada) con letras virulentas, una base ideológica/filosófica nihilista por momentos, aguerrida por otros. Allí tendremos un movimiento, no solo un nuevo género. El punk vino a darle una patada en el culo al rock, a despertarlo de la modorra de las drogas lisérgicas, a darle un contenido ideológico fuertemente contestatario. Además de esto, miles de inmigrantes de las colonias desembarcaban en el Reino Unido, trayendo sus petates y su música. Desde Jamaica, hacen lo propio trayendo el reggae y el ska. En las barriadas periféricas de las ciudades inglesas, jóvenes blancos y negros se integran alrededor de esa música, también con un fuerte contenido antifascista. El Sr. Robert Nesta Marley, un Gardel del Caribe, impulsa el reggae en el mundo y es canonizado por los cultores del género y la religión rastafari.
Sumado a la explosión punk, con los Sex Pistols, The Clash, Sham 69, The Buzzcocks y cientos más, la mezcla de estilos da lugar a la reggae punky party a finales de los ‘70.  Madness, The Specials, The Skatalites, son hoy bandas de culto.

En castellano se había diluido el rock peruano y Argentina parecía ser el único país en que algo valía la pena. Se copiaba perfecto lo que venía desde EEUU y salvo excepciones, eran réplicas bastante fieles y aburridas, con algunas pinceladas spinetianas de poesía, nunca tan penosas como el rock español de Franco. Los ‘70 fueron tal vez la década más importante de la historia del rock, por cantidad de bandas y de hermosas canciones. Por haberle dado este resurgimiento en el momento de la agonía y traer frescura. Pero fundamentalmente, porque todo lo que hoy escuchamos tiene su raíz allí. Ni Amy Winehouse ni todos esos pibitos de Manchester que juegan a la música, ni nada de lo que aun hoy es rock, hubiera existido, sin los fastidiosos ‘70.


Antro Musical / Hazte a un lado Beethoven


Por Nico Raterbach


Ambiguo, era el devenir del rock de los ‘60.  Por un lado, las compañías discográficas apadrinaban y ponían en caja a las bandas más importantes, más populares, haciéndolas parte de un sistema que al rock aun no le importaba destruir. Por el otro, la música en sí misma encerraba y canalizaba tibios esbozos de rebeldía, ya desde lo estético, el sonido o un poco menos digeribles líricas, desvergonzadas pero no tanto. Luego de la invasión de bandas estadounidenses a Inglaterra, la semilla prendió, Lennon y McCartney se conocieron y la dupla compositiva más prolífica, tal vez del mundo, dio origen a los Beatles. La historia más conocida sobre ellos nos cuenta de Liverpool, de los comienzos en Hamburgo, esa ciudad que funcionaba como el prostíbulo  de los mares del mundo y estaba a la vanguardia de las transgresiones. En esos orígenes sombríos, los “fabfour”, esos inglesitos esmirriados, dieron al mundo bellísimas canciones. El talento inconmensurable se podía palpar en la simpleza de sus melodías, aun con la discreta ejecución y la banalidad de sus letras. Si algo le faltaba a Inglaterra, para transformarse en la meca mundial de rock, eran los Rolling Stones. Se forman en el ‘62 y comienzan a girar por los bares de Londres, con algunos seguidores, entre ellos los Beatles. Un poco desconocida es la historia según la cual la primera canción que los Stones logran ingresar a un chart, es compuesta en cinco minutos (y regalada a sus majestades satánicas) por Lennon y MacCartney. De esa manera, y ayudados por su imagen de facinerosos del rock, los Rolling se hacen un lugar en el mundo de la música. Luego, el talento, de esa otra dupla compositiva maravillosa, Jagger-Richards, los mantendría 50 años en el escenario. Así planteado, con los niños buenos (no tan buenos) y los niños malos del rock (tampoco tan malos), el antagonismo Beatles-Stones que los medios de la época querían instalar, quedó muy por detrás de la apabullante cantidad de canciones inmortales de ambos. Con los ‘60 agonizantes, la guerra de Vietnam atravesando continentes, el Mayo Francés, la primavera de Praga, el Che Guevara y cientos de movimientos sociales y políticos que venían a contradecir la bonanza de posguerra de EEUU y Europa, una generación que debía heredar imperios comienza a tomar las canciones de ambas bandas como banderas.  La contrainvasión,  la llegada de músicos británicos a América, había ocurrido, generando al principio una oleada de féminas histéricas por sus ídolos. Luego, con la profundización de las líricas, generarían y serian fundamentales en la aparición del hipismo y movimientos pacifistas en el mundo. Los ‘60 fueron la multiplicación hasta el infinito del talento y la proliferación de nuevas bandas y músicos, todos dignos habitantes del Olimpo del rock. Los Doors, The Who, Jimmy Hendrix, Jefferson Airplane, versiones mas lisérgicas de la época, con influencias en filósofos y experiencias con drogas que abrían la conciencia. Resistían esa corriente algunas bandas digeribles para el establishment y la sociedad estadounidense, como The Beach Boys, aun así, creadores del surf rock y de geniales temas. También para esa época, los coletazos del género llegaban a Latinoamérica. En realidad, una década antes, Eddie Pequenino, un Tonino Carotone primigenio y  el primer rocker argento, hacía covers de Buddy Halley en el barrio porteño de Cabildo. El rock también había prendido en los ‘50 en Perú, donde si bien no fue tan popular y la difusión era mucho más difícil, podría decirse que está la cuna del rock en castellano. Luego, Sandro y los de Fuego, Billy Caffaro y otros de nombres más vergonzantes aún, marcarían el camino del género en nuestro país, tal vez con algunos destellos pero poca originalidad, algo que aparecería con un poco más de fuerza en los ‘70. No obstante, las copias no fueron todas malas. Una infancia con un disco de pasta de “Los Shakers”, uruguayos ellos, me recuerda que la llama ardía a ambos lados de la rivera. Volviendo a los ‘60, lo notable es que algunos hechos marcarían la música hasta el día de hoy. En principio, la supremacía británica. Con honrosísimas excepciones, las tendencias y la aparición de grupos que quedaron, se dio en la isla. Y a destacar es que, allí, casi en la adolescencia, el rock empezó a ramificarse y a tomar distintas formas, casi todas bellísimas. La influencia a fuego de la década aun se escucha en los discos de Oasis, Elastica, The Last Shadow Puppets. Si hubiera sido posible, alguien debería de haber advertido unos siglos antes a Beethoven: ¡Hazte a un lado, que vienen los Beatles (y los Stones)!


Antro Musical / Las raíces del rock


Por Nico Raterbach


Las raíces del rock llegan hasta no muy lejos, en tiempos humanos. Si ahondamos en su genealogía, podemos ir hasta sus primeros pataleos en la década del ‘50. Claro que podemos seguir hacia atrás, hasta el góspel, el abuelo, esa forma de adorar a dios cantando; y el blues, el padre; y si lo llevamos al exceso, podemos llegar hasta África, donde nacieron los ritmos precursores de todo esto. Pero no es esa la intención de esta columna. Vayamos a la historia del género, que mutó y devino en otras cosas, y no fue solo eso, música, sino que también en muchos casos tuvo componentes filosóficos, compromiso político y bases ideológicas fuertes. Como cualquier fenómeno cultural, fue y es algo dinámico que trasciende fronteras, y no puede eliminarse el componente social de sus ejecutantes. Hasta el hartazgo, repetiré que cada búsqueda impone romper con la geografía, y así lo haremos. Allá vamos. Estados Unidos, fines de los ‘40. La música tiene color. Los blancos, tienen la suya; los afroamericanos, varias. La inmigración negra (en realidad los esclavos traídos de África para trabajar en las plantaciones de algodón del sur), tenía no solo su música sino su forma particular de practicar la religión. En las iglesias de Louisiana, Alabama y Mississippi, el coro y la música góspel, eran y aun son, elementos infaltables. Con un componente devocional, estaba a un paso de convertirse en otra cosa. El blues, el lamento del esclavo, tocado en compás de góspel.  Allí, en forma de broma, un compositor afroamericano, Wynonnie Harris, en 1947, sin ser el primero en hacerlo, se convirtió en el primero en grabarlo, en un país donde la bonanza de la post guerra había puesto una radio en cada casa. La revolución comenzó en ese año. Aun no sabemos quién creó el término rock and roll -que tiene cierto sentido sexual en “rock”-, podría haber sido alguno de los primigenios autores, otros apuntan a un dj de radio de Cleveland. Lo cierto es que para principios de los ‘50 el rock estaba aquí. El estilo se expandió por todo el país del norte, adoptando variantes; y en otros países de habla inglesa, entre ellos por supuesto Inglaterra, y Jamaica, donde adoptó un estilo peculiar que abordaremos en algún momento, el ska.  Con Elvis Presley, el rock llega a Hollywood y se hace masivo. Elvis tenía varias a su favor. La industria entendía que el género podía ser comercialmente muy rentable. Este muchachito era blanco y las cámaras lo adoraban. En una sociedad racista y conservadora como la estadounidense, un nuevo género musical, provocador y revolucionario, que atentaba contra lo establecido, era demasiado como para que además, sus principales estrellas, sean negros. Así y todo, Chuck Berry, Little Richard, Bo Diddley, Fats Domino, permanecen en el Olimpo del Rock. Esta generación de músicos fue la primera que cruzó el charco. Afortunadamente para los que vinimos después, entre el público de los primeros “bluesman” que se presentaron en Inglaterra, estaban unos adolescentes a quienes la BBC, no convencía demasiado: Jhon Lennon, Keith Richards, Paul McCartney, Jimmy Page, y allí sucedió el milagro. Lo que años mas tarde se conocería como la invasión británica, tuvo su germen en esos auditorios. Ese rock primitivo y genial de contrabajo, piano y hasta maracas, iba a tener que adaptarse a los tiempos y a las tragedias. Ritchie Valen y Billy Holly murieron en un accidente aéreo en 1959. Elvis cumplía con el servicio militar y el mandato social, Jerry Lee Lewis era enjuiciado y apabullado por la prensa por casarse con su prima de 14 años. El escándalo “Payola” (en lunfardo inglés “soborno”) por el cual las grandes compañías disqueras acusan a las pequeñas que patrocinaban a los rockeros estrella, de sobornar a disc jockeys para que el rock se escuche, cobra cientos de víctimas y destruye a muchísimas compañías grabadoras artesanales. En América Latina aun afinaban los instrumentos para lo que vendría una década después. Todo parecía acabado o cuanto menos digerido por el sistema. Pero en julio de 1957, un pibe de 15 años conoce a otro de 14 años en una fiesta, en la hedionda ciudad portuaria de Liverpool, Inglaterra. La pregunta del flaquito y desgarbado adolescente, cambiaría para siempre la historia de la música. ¿Te gusta el rock? La cambiaria casi tanto como la  respuesta: ¡Sí, claro!  

Antro musical / Réquiem para un género


Por Nico Raterbach
Muerto, sin pulso, fané y descangallado. Es el rock argento. Lo vaticiné, en la primera columna. No es que tenga vocación de oráculo, pero todas esas cualidades musicales y no tanto que poseían las bandas que desfilaron por estas líneas, no aparecen en la actualidad. La música, no es de generación espontánea, desde una sinfonía a la combinación de tres acordes que terminan siendo un himno punk. Quien compone, letra o música, está atravesado por una realidad, por la interacción que tienen las vidas con la trama social. “Mañana en el Abasto”, perdónenme, pero ningún italiano en el universo puede componerla. Un italiano, viviendo por años en la Argentina, ex adicto a la heroína, residiendo en el barrio, en una mañana triste, sí. Las décadas de los 50, 60, 70 y 80, cada una con un paradigma diferente, fueron las que dieron grandes talentos al rock nacional. Los próceres del rock nacieron allí. Luca, Moura, Solari, Cerati, Villafañe... pero por sí solos, así en abstracto, no hubieran compuesto ni el arrorró. El Beillinson que derramó talento fue el mismo que participó del Mayo francés. “Basta de llamarme así”, nunca hubiera existido sin la tragedia de las drogas duras en los tempranos ochenta. No es tan diferente en el mundo: hace rato no aparece un nuevo Dire Straits. Los Rolling recorren decadentemente escenarios. El planeta añora a Los Ramones, ya desaparecidos. Joy Division es una banda de culto. Metallica tiene un buffet de abogados… Claramente, la música es un producto de  generaciones que  maceran experiencias y las traducen en obras. Entonces, ¿qué sucedió? Donde deberían estar las generaciones que tomen la posta,  están los hijos del menemismo y una sociedad consumista, el paco y la frivolidad. El futuro llegó, hace rato; nunca más cierto. La prestigiosa revista Inrockuptibles, dejó de editarse en Argentina; Headbangers Ball, de MTV, le dio paso a cumpleaños de 15 televisados y American Idol es la receta para bandas armadas por catálogo con mucho marketing y poco corazón;  el Sí dejó de salir este último octubre. El rock nacional, tuvo también su Waterloo. Después de Cromagnon, nunca fue lo mismo. Desaparecieron centenares de lugares para tocar, esos sótanos malditos que cuando no funcionaban como entradas al infierno, eran  escenario de la movida under. El teatro Arlequines, Morrison, Die Schule, fueron los estadios del ascenso de nuestro rock, el Partenón de los dioses de la música y hoy están también en ruinas. El inglesito, el Ekeko, el Flaquito, todos los personajes que fuimos y surfearon esos pestilentes lugares escuchando a la banda de sonido de las últimas décadas, han envejecido, muerto o están criando niños. Deambulo en la cornisa de tipear lo de la bonanza del tiempo pasado, pero no lo haré. Esta columna, las necrológicas del rock, la misa de réquiem del género, llega a su fin. En su recorrido, me encontré con otros como yo, y así fue que Juan, un pibe de Buenos Aires, tenía en su poder el disco perdido de Yerba Bruja “Hate”, la única prueba de la existencia de esta genial banda. Lo había comprado en Parque Rivadavia, su hermano mayor, y le encantaba la cinta mal grabada y con sonido pésimo. Él tenía lo que yo buscaba; yo sabía lo que él desconocía de los Bruja. Encontré a otros, como Juan, que me mostraron que aún, las brasas del rock, arden. No, no está muerto, me equivoqué. Aunque la mayoría de las bandas actuales apesten a Franz Ferdinand y Artic Monkeys, crean vivir en Manchester, predomine el nihilismo post ‘90 y todavía exista un vacío enorme en las líricas, el rock aun late, en los mismos lugares oscuros donde nació. He aquí las pruebas:
Cosa Monstruosa - Venusians 2016
La sangre en el ojo – Los Octopus - El hielo hoy – 2014
Halloween - Los Rusos HDP - 2015




Antro musical - Virus

EN EUROPA NO SE CONSIGUE


Por Nico Raterbach
Rebobinemos. Esta columna surgió con el fin de desentrañar la muerte de nuestro rock. La autopsia de un cadáver, que goza de buena salud. Estas son necrológicas de una historia rica en personajes y canciones. Y como el año, la columna agoniza. En Virus, la banda de los hermanos Moura, gastamos las últimas balas en la originalidad y genialidad que tuvo el Rock Nacional. Nacieron en la cuna de oro del rock argento, la Plata, en el 80. Compartieron con Sumo una peculiaridad, le bastaron pocos años para dejar un puñado de discos con canciones geniales. Cuando los escenarios estaban poblados (salvo excepciones del under) de grupos que jugaban a demostrar que la música era para iluminados, virtuosos y acólitos de la dictadura, Virus propuso rock bailable, crítico y escénicamente impactante. Esto les acarreó al inicio, ingratitudes y naranjazos de un público al que le costaba asumir que el mundo cambiaba. Con Virus el new wave inglés que luego deslumbraría a obsecuentes de lo extranjero, nacía en Argentina antes que en Londres. Es arriesgado decirlo, pero tal vez, ellos fueron los primeros en crear un género. Época de las grandes disqueras; al igual que ahora, la independencia de las bandas no existía, sólo grababan aquellas bendecidas con ciertos talentos. Y vaya si  Virus los tenía. WaduWadu, su disco debut, se transformó en álbum de culto para un grupo de consumidores elitistas de rock nacional. La puesta en escena, con Federico Moura y las sutilezas de sus letras al frente, era la esencia de la banda, una imagen original, naif, que se imponía y destacaba entre los congéneres de esa era. Para el 82, ya sonaban bastante. Un detalle destacable para un grupo que fue cuestionado por la banalidad de su música: se negaron a tocar en el festival de la solidaridad Latinoamericana organizado por Galtieri. Los Moura, tenían (y tienen) un hermano desaparecido. Párrafo aparte, avergüenza leer los nombres de los que sí participaron y aun le cantan a la libertad. La presencia de un líder carismático como Federico, con su sensualidad ambigua, su discreta lejanía con el público, su montaje escénico perfecto, garantizaba un magnetismo paradójico. Él logró imponerse sin hacerlo, y escapar de la atracción gravitacional de una banda que sonaba perfecta sin cantante y aún mejor con su voz. Teclados creando colchones que hipnotizan, arreglos geniales, guitarras que desubican al oyente por su extemporaneidad, un resumen muy amarrete de lo que Virus fue. Parecería que la banda hubiera hecho un pacto con el diablo, algo usual en el ambiente. Lanzaron un disco por año, todos exitosos, hasta el 87, cuando Federico muere de SIDA. En un par de años el rock nacional había tenido más mártires de los necesarios, y la muerte de Moura, un año después de la de Luca, fue muy significativa. Hasta el hartazgo, podemos repetir el mantra de las cosas no creadas que perdimos con cada muerte y lamentarnos infinitamente. La banda continuó con Julio en voz, manteniendo la esencia, pero con una muy pesada carga de reemplazar lo irreemplazable, de vivir de añoranzas en un constante homenaje. Ningún grupo, creo, puede sobrevivir una pérdida de esta magnitud. Así, grabaron algunos discos más y volvieron a escena con más ojos en la taquilla que en el talento, con reuniones post mortem y algunos shows. Virus, la banda que introdujo mucho al rock nacional, merece ser oída. En sus canciones se oye sutilmente parte de ese latido de lo que alguna vez fue, el maravilloso rock argento. Van 3:
“Cantante Farsante” (WaduWadu-1980)
“Amor descartable” – (Relax-1984)
“Tomo lo que encuentro” (Locura-1985)


Antro musical - El rock que se come las eses


Por Nico Raterbach

Dios atiende en  las oficinas de Sony Music o Universal, que están más o menos en Puerto Madero. Pero Rosario, que dio tantos talentos al fútbol, también los dio a la música. Para fines de los 80 los pibes de la rivera estaban hartos de la somnolencia de la Trova Rosarina, ese amasijo de talentosísimos músicos y aburridísimas canciones. Y en las antípodas, surgieron alejados de los flashes que encandilaban a Fito Páez, muchas bandas que podrían estar en el Olimpo del rock, el bar de Mendoza y Corrientes atendido por el Turco, que danzaba entre las mesas. Para los que comprendían la mística de la ciudad, la música era una decantación natural. Las nuevas corrientes musicales llegaron a Rosario, estallando desde el río en los 90, como en el resto del país. Lo tuvimos tan cerca, por allí desfilaron agrupaciones que le dieron una cachetada al establishment sonoro. El Flaquito, un mocoso de 18 años en ese entonces, me contó que el Victoria era el sumun del rock rosarigasino y que una noche él y Eduard, una especie de prócer del rock rosarino, se mofaban de Los Vándalos en la mesa de los Scraps. En otra mesa Piturro y Tato de Los Shocklenders, todavía no se la creían por ser miembros Radio Bemba. El rock de Rosario era territorial y nómade a la vez. Los Scraps, banda de ska mascalzzone, hacían honor a la italianidad de la ciudad, era del centro, pero de Córdoba hacia el río, plena Avarovia, esa zona que ellos mismos habían definido entre los bulevares. Los Yerba Bruja, un pedazo de banda que permanecerá oculta por haberse diluido en el tiempo su material, eran de la zona de la terminal. Si bien no eran tan originales en su propuesta (música sónica, grunge y distorsión de manual), su puesta en escena era épica y sonaban muy bien. Bastaba mirar las paredes para saber dónde uno estaba, en aerosol, como meada de perro, la marca del territorio. Al norte, Los Vándalos, una banda de rock con toques funk, metían hits en la radio y eran seguidos por bastante público. Los Shocklenders, Sumergidos, Hijos del Reyna, El regreso del Coelacanto, eran parte de esa escena donde en general la música rosarina, desde el under, surgía con estilo bastante propio. Dos factores para que esa identidad se consolidara, fueron de peso: la gran cantidad de espacios para tocar, todos antros de la decadencia rocker, en su mayoría sótanos céntricos, con algunos espacios más grandes donde las locales taloneaban a alguna banda porteña. El Flaquito rememora haber visto a casi todas esas bandas en Montoya, Reggae, Morrison, esa casa hecha bar en calle Dorrego que se transformaba en aquelarre de dealers, skaters, punks y bohemios vampiros. El otro factor era una movida cultural de soporte encabezada por la FM TL, que difundía música local, algo que la FM Matambre Mosca hizo más tarde. Rosario dio joyas, y tal vez la que más brilló fue una banda que conquistaba a fuerza de su estilo original y sus letras, de una poesía cruda y profunda a la vez, como el tango, pero rock: Los Buenos Modales, de lo mejor que he visto en el país, que además de su música y su gira por Europa, tiene el mérito de tener parte del ADN de otra banda suprema, Carmina Burana. Vi latir ese pulso del under. Entre camalotes, muy cerca de donde los Yerba Bruja ensayaban, vi con esperanza cómo no todo está perdido. La Rosario Smowing, Los Peñaloza, Exonora Plosión, Mamita Peyote y otras bandas, mantienen vivo el rock mestizo que se come las eses. Si a vos te pasa, deberías escucharlos:
“Toneladas de Café” (Yerba Bruja)
Rudamacho” (Los Buenos Modales)
“Berrinche Ska” (Scraps)


Antro musical - El under del under

Por Nico Raterbach

Recorrimos bastante camino, con bandas consagradas (y algunas sacrificadas) en el altar del rock nacional. Y en su casi totalidad, todas surgieron del under. En el verbo surgir, hay cierta traición encerrada, pero ese quiebre a la masividad, permitió que conozcamos talentos y que lleguen hasta nosotros enormes obras. ¿Qué hubiera sido de Sumo o de los Cadillacs si hubieran quedado atrapados en la melaza de los sótanos? Lo más probable es que hubieran sido talentos ignotos. Todo este palabrerío para justificar justamente a bandas que quedaron allí, atrapadas en el under; no alcanzaron a despegar completamente y son reconocidas en círculos más reducidos. El determinismo geográfico no es ajeno al rock. Tal vez, estas bandas, de haber jugado de locales en Capital Federal, hubieran tenido otro destino. El rock es de alguna manera, unitario por naturaleza. Trenque Lauquen por ejemplo, dio una banda que, lejos de mis placeres, tenía lo suyo. La sobrecarga, tal es el nombre de la agrupación, tuvieron la poca fortuna de coincidir en el tiempo con Soda Stereo. Aun así dejaron como legado un puñado de temas donde demostraban sus cualidades. Los siete delfines (LSD), fue una banda cuasi olvidada de la que formó parte y fue fundador Gamexane, fundador también de Todos Tus muertos y último prócer del rock nacional. Los delfines explotaron un sonido vanguardista, con letras rebuscadas, adelantados algún lustro a la cronología rockera. Si bien hasta el 2008 andaban por ahí, lejos estaban ya de su zenit, cuando el suplemento Si los declaró banda revelación, aun sin un disco en la calle allá por 1990. De los aquí enumerados podría decirse que no eran carentes de originalidad, pero formaron parte de una era en la que otros hacían lo mismo, tal vez mejor o con mejores canales de difusión. Los Ultrasonoros difieren en que si bien su propuesta era muy californiana, era muy novedosa para Argentina y la ejecutaban a la perfección. Rocabilly, surf rock con amenas distorsiones y algún efectillo, hacían de ellos algo delicioso, semejando un engendro nacido de Henry Mancini con Soundgarden luego de una noche de mescal. Otro éxito del sello Frost Bite records, la aventura discográfica de un joven melómano. De la mano de Frost Bite, también No Demuestra Interés nos trajo inicialmente una propuesta de hardcore clásico, tal vez lo más noble de lo autóctono, con su disco “Extremo Sur”. Pero la escena local que siempre miró más a Nueva York que a Lanús, le bajó el pulgar a un discazo que quedará en los paladares exigentes para siempre. “Mensaje no preciso de Imagen” fue abucheado en los sótanos de los que preferían las modas duras. En líneas similares, Cucsifae y Restos Fósiles tampoco escaparon de la sombra de otras bandas más tribuneras, pero por Krishna, que derrochaban música. De este hato de músicos incomprendidos por su tiempo o eclipsados por otros, vale la pena destacar una banda: Pequeña orquesta reincidentes, la gema extraviada, tal vez la más bonita de las ovejas negras del inframundo del rock nativo. Sofisticados sin llegar a presuntuosos, envolvieron de misterio y poesía al rock.
Cortas imágenes de cada una de ellas, que no lograron escaparse de la gravitación del underground, para que seamos arqueólogos de lo que fue mucho y no lo fue tanto.
“Brillante” (Los 7 Delfines / Desierto / 1995)
“Straitjacket” (Los Ultrasonoros / Los Ultrasonoros / 1998)

“Miguita de pan” (Pequeña Orquesta Reincidentes / Miguita de pan / 2003)

Antro musical - Los poetas malditos del rock



Por Nico Raterbach

El vino y el tango son gustos adquiridos. Lo que se quiere decir con esto es que requieren cierta madurez, no necesariamente cronológica, para disfrutar de ambos. Lo mismo pasa, sin más rodeos, con “Los Visitantes”. Tal vez sea la banda que ha pasado más desapercibida por la escena nacional, en un imperdonable error.  Ni los orígenes ni sus influencias son demasiado originales, no hay peculiaridad que distinga en estos planos a “Los Visitantes”; la originalidad estaría en su estilo, en su poesía y en la adopción de géneros nuevos, atípicos para el rock. Vamos al germen: año ‘84, ya sabíamos lo que sucedía por acá. Se forma una agrupación, “Don Cornelio y la zona”, con porteños de barrio sonando un tanto ingleses de la época. Dos discos bastaron para que desplegaran su oscuridad y tuvieran su reconocimiento en el under y no tanto, como para que el suplemento “Si” (de Clarín) los distinguiera como banda revelación en 1987. “Ella Vendrá” y “Tazas de té chino” sonaron bastante en radios por esos años. Palo Pandolfo, guitarra, voz y letrista, imprimió su estilo único y se perfiló como el poeta maldito del rock nacional. Para el ‘89 se habían separado, pero a principios de los ‘90 Pandolfo armaría “Los Visitantes” en una continuación de “Don Cornelio”, prácticamente imperceptible. El new wave, post punk ochentoso, tal vez se había radicalizado un poco en la banda, y el neo tango, allí estaba latiendo. En una manía equivocada por definir estilos, se me ocurren varios adjetivos que dan pinceladas de lo que fue su música, y es difícil, parecen apestar a Joy Division por momentos, brillan en la oscuridad de sus letras intelectuales, metafísicas, carnales y de una visceralidad extrema que rezuma sexo y melancolía y lo derrama en nuestros oídos. Así algunos terminamos completamente ebrios y estupefactos encima de mesas de antros cantando nuestros deseos, a los que ellos le habían puesto música y letra. “Don Cornelio” y “Los Visitantes” fueron las bandas que le gustaban a otras bandas. Desde “La Renga” a “Los Piojos”, pasando por “Sumo”, “Los redondos” y otros, fueron asistentes a sus shows o admiradores de su obra. Sí, “Los Visitantes” eran una banda filosóficamente mística y compleja, y -me cuesta decirlo-, elitista, desde los postulados de sus líricas y sus mixturas musicales, tangueras, punks, experimentales, sublimes. Apuesto fuerte, pero banco la parada; ellos fueron nuestros “Nirvana” antes de “Nirvana”, los existencialistas del rock nacional, el sonido rocker detrás del cine de Bergman, son sencillamente, los que despiertan chauvinismo musical (¡púdrete Radiohead!). Me atrevo a decir que son una banda de culto o lo serán cuando la historia del rock nacional, arregle sus cuentas.
Como es usual, es difícil elegir tres temas. A aquellos afortunados que contemporáneamente disfrutaron de su música, les parecerá una selección vulgar, superficial, mezquina, lo sé. Son sólo una invitación a los dos discos de “Don Cornelio” y seis de “Los Visitantes” (uno en vivo), que están allí en la red de redes para que nos sumerjan en los extraños placeres de la alegre angustia que generan sus canciones; doy fe de esto, escribo mientras me hundo en la  tibia oscuridad de “Villa Dominico”. Un gusto adquirido. Como el vino y el tango.

“Antojo” (Salud Universal / 1992)
“Patada Sucia” (Espiritango / 1994)
“Gozar” (Maderita / 2000)

Antro musical / El nuevo rock



Por Nico Raterbach

Primera mitad de los ‘90. ¡Esto hervía chavales! Ponerle una palabra a esa época para definirla, es irónicamente limitante: experimentar. Hablemos de la segunda patada en el culo al rock; aquellos que siguen la columna, sabrán de lo que hablo; para los que no, una patada es simplemente una patada. El rock se estaba durmiendo. Los flashes y las cámaras seducían y trasformaban a las bandas en maquilladas y caprichosas  estrellas de cine. En Seattle, una banda de pibes, hartos de casi todo esto y más, empieza a sonar en las radios de las universidades estadounidenses. Tienen un sonido animal, naturalmente vivo, melancólico, lánguido y poderoso. “Nirvana”, se hacen llamar. El coletazo es mundial. Aquí, influyen más que por su estilo, por su actitud. Convengamos que los ‘90 tuvieron de por sí una aceleración en todo; la velocidad de la información aumentó con una bestia que daría un vuelco a la música y a la humanidad: internet. Así, la difusión de lo nuevo, cobró otro ritmo. En Buenos Aires comenzaron a florecer muchísimas bandas, con estilos disímiles y rompiendo los moldes pre establecidos. Casi todos los géneros eran abarcados, pero empezamos a ver formaciones que incluían vientos, DJ´s, sintetizadores, líricas complejas o extremadamente simples. Así nace una corriente que se denominó “El nuevo rock argentino” y que llegó a organizarse en giras. De ahí surgieron Babasónicos, Fun People, Peligrosos Gorriones, El Otro Yo, que ya arrastraban una trayectoria por los sótanos, que es donde se cuece la música. Otras más se sumaron, como Los Brujos o Caballeros de la Quema. En estas giras se demolían clichés y se mixturaban estilos y tribus urbanas. Si en el renacimiento las artes tuvieron a Michelangelo, el rock argentino tuvo esta explosión. Todos se atrevían a experimentar: sonidos, afinaciones, formaciones exóticas. Podíamos ver bandas punk incursionando en cumbia. El rock no era nuevo, lo nuevo era la actitud desvergonzada y la creatividad disparada al extremo. Hasta la prensa del ramo se expandió y al suplemento “Sí” de Clarín, se le opuso el “No” de Página/12; y valía la pena leer ambos. Florecían como hongos los lugares para recitales como Die Schule, Montoya, Morrison; estallaba el Cemento de Chabán. ¿Qué sucedió con esto? Un poco fue digiriéndose por el establishment, otro poco diluyéndose en el mar de los ‘90. Un hecho importantísimo de este período es que surgieron sellos discográficos y productoras independientes. Los músicos ya no tenían que arrodillarse ante un ejecutivo de una disquera multinacional que les exigía dos hits por álbum, mientras se curtía un Cohiba. Esto favoreció la aparición de innumerables bandas de garaje. Frost Bite Records, por ejemplo, fue una de esas productoras capitaneadas por un pibe de 20 años que catapultaron a N.D.I., Ultrasonoros, Fun People o E.D.O. El Ekeko, cuando no andaba hasta el culo de jarabe para la tos, seguía el derrotero de estas bandas y me contó haber visto en la misma noche Babasónicos y Flemas, o El Otro Yo para 30 personas en un sucio bar, sólo para declararle su amor a la bajista de la banda. Épocas muy buenas, que han dejado su marca profunda, tal vez un poco oscura y poco conocida, pero con influencias tan fuertes que aún hoy podemos disfrutar de supervivientes de esa tragedia llamada ‘90; o cuanto menos rescatar de youtube joyas como estas:
“Perfume Casino” (Babasónicos – Dopádromo – 1996)
“Desaparecedor” (Santos Inocentes – Emporio Bizarro – 1998)
“Escafandra” (Peligrosos Gorriones – Peligrosos Gorriones – 1993)