Por Sol Di Frente
De vez en cuando volvemos a sentirnos “argentinos, argentinas…”; cantamos orgullosos el himno nacional y nos emocionamos hasta las lágrimas con la mano en el pecho coreando la “Intro Maradó” que Los Piojos supieron conseguir.
De vez en cuando olvidamos las rivalidades internas, las diferencias políticas, las contiendas vecinales, las competencias interclubes y formamos un bloque homogéneo, dispuesto a la confrontación con lo “extranjero”.
Y este de vez en cuando ocurre cada cuatro años exactamente. Ni antes ni después, no hay fiesta patria que nos hermane como lo hace el gran evento futbolístico. Nunca usamos tan orgullosos nuestros colores en la cara, en el pecho o donde fuere como en un mundial. El fútbol logra en este país una unión absoluta que se frustra siempre que este encuentro acaba.
Y en este escenario carnavalesco, Maradona, como en el ‘86, llevando a cabo esta empresa. Maradona, símbolo nacional, que perfecto o imperfecto frente a los ojos de quien lo observe, despierta pasiones y odios a todos los ciudadanos terrestres.
Y admitámoslo, en todas partes nos conocen por él, vayamos donde vayamos. Sus logros y sus fracasos nos definen como país, como argentinos. Duele, pero somos un reflejo suyo muchas veces.
Con una mano en el corazón, yo disfruto de este mes… Me gratifica esta hermandad efímera aunque el país siga cayéndose a pedazos… Si nos uniera así todo lo que nos ocurre como argentinos, tal vez sería distinto vivir acá. Me avergüenzo de los “barras” pero aplaudo que “alguien”, aunque sea un extranjero, los ponga en su lugar.
Y una vez más, reconozco que Argentina es esto: fútbol, pasión de multitudes, prioridad número uno aunque sea absurdo o descabellado. Esa es nuestra verdadera identidad. ¿O alguien se atreve a negar que sintió una incontenible emoción ante el gol de Palermo a Grecia?
Quizá si San Martín, Belgrano y Moreno vivieran hoy, serían parte del plantel del Diego, tal como Mascherano, Messi o Palermo…
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