Postales


CALLES

Por Marroco

Subo las empinadas calles. Las anchas paredes de la Colonial Catedral flanquean mi diestra. Resbalan mis zapatos por los sucios adoquines.  A un lado y otro, puestos de madera me depositan en un mundo de objetos y colores.
Cueros, ropa, antigüedades, artesanías, electrónicos, apiñados, un ordenado revoltijo. El dulce de frutas secas se mezcla con el rancio de una canaleta, portadora de quién sabe qué fluidos.
Un pequeño de negros cabellos, pómulos quemados y nariz chorreante, me observa. Avizoro una vida dura tras sus ojos oscuros. El olor a frito me golpea.
¡Siñorito, cómpreme niñito!, la chalita incita a la compra.
Todos caminan apretujados, un hormiguero de gritos, ofertas. Una guagua exige su teta, que está resguardada por varios pulóveres.
Aromas, olores, regateo, vida…
Bajo las callejuelas cansado. Los pulmones queman.
Me incomoda su mirada por mi aspecto ario. Su cotidianeidad me apabulla, todo es extraño, raro, atrapante…
Cae la tarde. Miro sin ver por los vidrios del ventanal que me separa de los picos nevados. Me siento parte de esto. Soy un ario por fuera, con un corazón andino.


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