¿Todo a un click?


Por Antonio Cedró

Hoy podemos acceder a Internet en muchísimos hogares, telecentros, cibers. Yo era un adolescente recién llegado a Rosario cuando conocí la Internet. La proto Internet. Habíamos tomado prestada la cuenta de una empresa que pagaba por el servicio. Se navegaba a 14.400 bps de velocidad, hoy nado a 3.000.000 de bps. Coadministraba un BBS (bulletin board sistem) que sería como el abuelo de los foros de discusión o de los blogs. Los BBS no admitían el formato gráfico por la lentitud de las conexiones de esa época. Eran lugares donde los primeros internautas compartían cosas. Generalmente tenían contenidos relacionados con la piratería. ¿Cómo era la Internet en esa época? Imagínense un desierto enorme, con una persona cada miles de kilómetros. Encontrar a alguien era una rareza. Apareció el ICQ, un programita para chat, precursor del Messenger. Y no existía el dominio “.ar”, así que mi primera cuenta de mail tenía dominio de otro país. Estaba maravillado. Me daba cuenta de que estaba ante una herramienta poderosísima. Me imaginaba a un médico de la India consultando la biblioteca de Harvard. O a un científico de Holanda intercambiando ideas con sus pares de Corea. O a mí mismo pudiendo consultar lo que se me ocurriera, de donde sea. Aparecieron programas para compartir todo con todos, como Emule y los archivos bit torrent. Con el tiempo, las empresas de pibes de California que habían comenzado en garajes de las casas de sus padres y tenían nombres estúpidos como Google, Yahoo, etc., se transformaron en los monstruos corporativos que son hoy. La red comenzaba a ser filtrada por proveedores de servicio, y los contenidos y hábitos de navegación espiados por gobiernos y servicios de inteligencia. Internet, que parecía haber venido a hermanar a la humanidad, era y es en realidad, un terreno más donde la sociedad capitalista pasea, se divierte, compra y se informa. Microsoft vende su sistema operativo Windows con el Internet Explorer incluido, violando reglas antimonopolio. La información de Harvard está, pero hay que pagarla; y la discusión de los científicos se transformó en Facebook. Así el sueño de esos primeros internautas, se desmoronaba. La red es un campo de batalla ideológico más. Así lo vieron las corporaciones y los gobiernos de países opresores que recuperaron el tiempo perdido, rápidamente. ¿Todo se perdió? De ninguna manera. La Guerra del Golfo de 1991 fue la imagen del pájaro empetrolado 24 horas al día en CNN. En la 2ª Guerra del Golfo, con Internet más masificada, pudimos ver Al Jazzerah, la cadena árabe que retrucaba a CNN. Gracias a Internet familias se reencuentran a miles de kilómetros; Linux le arrebata a Windows miles de consumidores todos los días por ser gratis y abierto; algunos científicos no tienen Facebook y debaten ideas. Las voces de los oprimidos pueden alzarse un poco entre ventanas emergentes de publicidades. Y este periódico difícilmente podría existir sin la web. La red no es tan nefasta después de todo, depende de lo que hagamos con ella.    
En lo que refiere a la comunicación, empecé a darme cuenta de que algo andaba mal cuando redacté un mail, lo envié a varios amigos, y a los tres días recibí una respuesta de un desconocido, agresiva y amenazadora, porque no estaba de acuerdo con lo que yo decía. Otra alerta fue cuando en un aula de informática casi vacía, la chica que estaba a dos asientos en lugar de hablarme me escribía desde su Messenger. Hoy parece que estamos hipercomunicados, ¿pero es realidad? ¿Un fotolog me muestra cómo soy? ¿Mi vida privada pertenece a Facebook? ¿Cuántos de mis contactos de Messenger son mis amigos en verdad? ¿Con cuántos de ellos lloré, me abracé, me emborraché o al menos me agarré a las trompadas? ¿Redes sociales? Un club es una red social, una biblioteca, una escuela, una comunidad. Internet devolvió algo que se había casi perdido: el anonimato. Como me dijo un amigo: los guapos se terminaron cuando se inventó la pólvora y volvieron con Internet. Podemos ser buceadores anónimos, ver sin ser vistos, decir sin ser acusados, mostrar nuestro costado perverso desde el living de nuestra casa. Neonazis sin vergüenza, pedófilos al acecho, y aquellos que reivindican lo irreivindicable, alzan su voz desde nombres de usuario inofensivos. Puedo desde Internet pedir pena de muerte o mandar a vivir a los gay a una isla sin tener que exponerme. El teclado refugia y da impunidad. Puedo decirle a una chica que me gusta desde el MSN o escribírselo en el muro, pero de poner la trucha ni hablar. Soy un internauta crónico, lo admito. Y no odio la red, al contrario, he aprendido a convivir con sus defectos. No opino sólo en foros virtuales, opino en el bar, en el trabajo, en casa. Y le encontré sus virtudes. Puedo charlar, literalmente, con gente de todo el mundo y aprender más sobre ellos. Puedo leer la versión oficial y la otra que siempre me gusta más. Mandarles un mail a mis hermanos antes de verlos el domingo en el asado bien regado que hace mi viejo. Comprar un libro que creía perdido. Saber de la Vero en Rio, del Tano en Italia y de Mariano en Alcorta. Igualmente nada reemplaza las ganas de verlos y darles un abrazo. Nada. Si opinan lo contrario, déjenme un mensaje en el muro de mi Facebook.


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