Des-cubrir la ambigüedad



“CONFESIONES DE UNA MÁSCARA”

Por Julieta Nardone

Esta novela, que sale a luz por primera vez en Tokio en 1949, se agita entre los escombros de la segunda postguerra, en un movimiento pendular que va de la más plena aceptación a la más absoluta condena. En cualquier caso, significó una vuelta de página en la literatura japonesa moderna, a razón de un gran control sobre el lenguaje en el tratamiento de temas profundos e insondables: la formación de una personalidad en plena guerra mundial, la identidad cultural y el sexo, el dilema territorial y la evasión simbólica. El propio autor, Yukio Mishima (1925-1970) dice que trata “de revelar algo de la humanidad que la gente no se atreve a expresar abiertamente por la modestia”.
Con un fuerte trasfondo autobiográfico, el narrador hace del relato una larga confesión de las tensiones que engendraron su “perversión”: Hasta la idea de mi propia muerte me hacía estremecer con un placer desconocido. Tenía la sensación de poseer todo. El alma sensible y atormentada del joven sobrevuela los recuerdos de su crecimiento con la turbulenta sospecha de saberse diferente, al descubrir poco a poco sus inclinaciones homosexuales. Así, el fin de la guerra supone el inicio dramático de su existencia; la “paz” será vivida como la puerta a una convivencia de lo cotidiano que lo arroja al desdoblamiento entre un mundo interno y un mundo social. Con todo, esa tendencia sexual ambigua –donde el deseo carnal se inclina por lo masculino, pero el ideal amoroso por lo femenino-, es una de las fuerzas que lo obsesiona; la otra es, insistentemente, construir su propia máscara de la “normalidad”.
¿Qué significa “la inversión”?, ¿cómo sanar la ira del deseo reprimido?, ¿la fuerza ciega de los impulsos tiene un sustrato en las desilusiones?, ¿el peor de los miedos puede ser irracional? Preguntas que socavan cada palabra, gesto, acción del protagonista. Aunque la cuestión excede el drama personal. La sociedad japonesa –en opinión de este escritor- finge que su sistema cultural cierra con perfección y armonía, aun en los tiempos de la bomba de Hiroshima. Y Mishima molesta con su sola presencia: una vida y obra hechas de pastiches de la simbología japonesa aristocrática y el arte popular americano. En sus mezclas dispares, hace brillar las antinomias de su propia región, sin intento de resolver ni de proponer otras vías: sólo asumiendo (que no es poco). Entrega en estos pasajes, un ideal de belleza que incluye el sufrimiento, el dolor, la sangre. Agudizando un poco el oído, el protagonista silencia ante los otros, no sólo su bisexualidad u homosexualidad latente, también hay una brutal comunión del placer estético y erótico con la muerte. Belleza y destrucción, horror y goce. Algo así como sentir la plenitud vital sólo ante la inminencia de la muerte; tomar la propia desaparición como máxima coronación de una entrega.
Toda la trama nos sacude en este vivo torrente de indefinición, ambigüedad, y a su vez, busca “desenmascarar” o “confesar” aquellas pulsiones y sentimientos que son escoria para el drenaje social de lo instituido: En lo que yo llamaba inteligencia había una buena dosis de inmoralidad, una dosis de estafa que rodea al dictador que toma el poder por circunstancias puramente casuales y caprichosas. La obra del japonés más controvertido de los últimos tiempos, nos hace despertar ante la complejidad de elaborar un “yo” que mejor nos “represente”… Así, y como siempre amigos, para la buena literatura… es preciso que ser valientes.



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