LOS MIL Y UN
BOSTEZOS
Por Juan
Carlos Ferro
¿Hace falta que les aclare que voy a dedicar esta
columna al teleteatro denominado “Las Mil y una Noches”?
Ante el éxito de público y la sugerencia de
familiares, al retornar de mis vacaciones en Saint Rose of Calamuchite, me
dispongo a darle una oportunidad a la popular novela turca.
A los pocos minutos de estar frente al televisor,
comienzo a preguntarme: ¿por qué tardan tanto en hablarse? ¿Por qué se miran
por largos segundos sin hacer nada? Esto me lleva a reflexionar: ¿qué mierrrrda (como diría
Fontanarrosa) le gusta a la gente de esta novela? A pesar de ello, tengo unos
minutos de paciencia y sigo mirando el programa.
Ya, totalmente desencantado, me doy cuenta que el
doblaje es muy berreta. No sé cómo será verla en su idioma original, pero con
este castellano neutro se parecen más a Estevanez que a Chávez.
Las historias de amor no tienen nada de original. ¿Cuál
es el eje?: un tipo millonario que se enamora de una de sus empleadas pobres,
por supuesto; igual que la mayoría de las novelas que dan a la tarde en canal
nueve o las clásicas de Andrea Del Boca.
Pero eso no es todo, hay un detonante en esta historia
de amor: la protagonista necesita dinero para tratar a su hijo enfermo. ¿Cómo
lo obtiene? Se encama con el jefe
millonario. Eso ya lo hizo Demi Moore hace más de veinte años en Propuesta Indecente. En este punto, como
hombre, quiero hablar de algo importante. ¡¡¡No puede ser que la protagonista
use poleras!!! Por favor un asesor de vestuario, ¡se los pido por Dior!
Sigo buscando algo que pueda gustar. Pienso en el
galán. Las mujeres suelen mirar novelas para ver a los hombres que no pueden
encontrar en el Parque Centenario un domingo a la tarde. Otro fiasco: un tipo
del montón, pelado, sin afeitarse y con unos kilos de más. No pueden comparar a
ese muchacho con un Gustavo Bermúdez o un Joaquín Furriel. Este Onur está más cerca de Miguel Ángel
Rodríguez cuando hacia Los Roldán, o de mí mismo cuando voy al mencionado parque
local a tomar mates y ninguna viene a los gritos para besarme.
Otra de las cosas que se ponderan, son las imágenes de
Estambul. Ya vi esos paisajes en las películas de James Bond, que por supuesto son más entretenidas que la
somnolienta novela de la noche. Además si quiero actualizar mi mirada de la
capital turca, miro el programa de Iván De Pineda “Ghesto del Mundo” -pobre pibe, si le patina la “r” cámbienle el
nombre al programa, podría ser “Vuelta al mundo” por ejemplo-.
Para que vean que no me ensaño con el cuentito turco,
reconozco que la música es un rubro destacado. Casi sorprendente, ante tanta
mediocridad. Yo creo que la explicación debe estar, en el desconocimiento que
los productores tienen de la discografía de Ricardo Arjona, porque ese sí, hubiera
sido el maridaje perfecto para semejante culebrón (a este cantautor ya nos
vamos a dedicar, con la saña y el ahínco que se merece, en otra ocasión).
En fin, como este periódico dice ser “Prensa Libre” y
a esta columna la titulé (en homenaje al inolvidable personaje del querido Juan
Carlos Calabró) “El contra”, les aviso que voy a seguir en las próximas
ediciones atacando todo aquello que me cae para el to-or, como se suele decir.
Así que si quiere, puede acompañarme mensualmente en este despotrique
catártico, nunca amable, livianamente fundado, pero decididamente visceral. ¿Lo
espero en marzo, entonces, a seguir mascando broncas?
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