ATRACO
Por Ana Guerberof
ana.guerberof@gmail.com
En esta
nueva sección del periódico que se estrena con este año 2015, les quiero contar
historias reales perdidas entre las páginas de una revista o de un diario y que
son, como dicen en inglés, «más extrañas que la ficción». Historias que de ser
encontradas en una novela o un cuento seguramente se catalogarían de «poco
creíbles».
Quizás porque desde chica intenté maquillar detalles de mi
historia familiar porque nadie creería la verdad –mi realidad superaba o, al
menos, se igualaba con el realismo mágico de una novela de García Márquez‑, estas
noticias siempre me han atraído. De hecho, me sorprende cuando alguien dice de
una ficción: «¡Eso no es posible!» Realmente lo único que suele pasar es que el
desarrollo de los hechos no es lógico o que se nos presenta una solución de
última hora sacada de la chistera de un mago pero rara vez que el hecho en sí no
pueda ocurrir.
Desde
España
La primera historia que les quiero relatar es, entonces,
una aparecida en el diario catalán La Vanguardia el 29 de diciembre de 2014.
Una mujer española de 47 años acude el 22 de diciembre a las 13:45 a una
sucursal bancaria en el barrio de Santa Coloma de Gramanet –un barrio popular
de Barcelona-. El banco está a punto de cerrar ‑aquí cierran a las 14:00‑ y todavía
quedan algunos clientes que han apurado hasta el último minuto para ir al
banco. La mujer relativamente alta, morena y delgada, va vestida con unos
vaqueros, una camisa blanca y unos zapatos de taco. Se dirige con determinación
a uno de los trabajadores de la ventanilla que habla por teléfono, le apunta
con un revólver, le pide que, por favor, cuelgue el aparato porque está
atracando la entidad y no es momento para la cháchara (la verdad es que no). A
continuación, le exige la recaudación del día. Todos en la sucursal dejan lo
que están haciendo y miran a la mujer como congelados en una pantalla. No se creen
que lo que está pasando es verdad y que la mujer, a la que todos describirían
más tarde como una clienta “normal y corriente”, es una ladrona y no una
profesora o funcionaria del estado. Hasta aquí los hechos podrían catalogarse
de lógicos en el marco de un atraco a mano armada de una sucursal bancaria y es
justamente a partir de este punto cuando la realidad se torna más extraña que la
ficción.
En la cola de los clientes rezagados se encuentra un mosso
d’esquadra (un miembro de la policía autonómica
catalana) que acaba de entrar en el último minuto para hacer un ingreso. Está
fuera de servicio y, por tanto, va vestido de paisano. El mosso observa a la mujer y algo en su gesto le llama la atención:
sostiene el arma como si fuera demasiado ligera. Mientras el cajero prepara el
dinero y la mujer, sin dejar de observarlo, lo apunta con la pistola, el policía
se desplaza con sigilo pero rápidamente hasta colocarse por detrás de la mujer y,
con un movimiento certero, la desarma. En ese momento confirma su sospecha: la
pistola es de juguete. La mujer lo mira sorprendida pero también de una forma
altiva, como si le dijera: «Pero tú, ¿quién eres?» y «Sí, es de juguete ¿y qué?»
Mientras un par de clientes voluntarios ‑ahora que saben
que la mujer es inofensiva‑ la sujetan, el mosso abre la cartera y descubre una segunda pistola de
juguete. ¡Una segunda pistola de juguete! Se produce un revuelo de sorpresa
entre todos los presentes y, entonces, el policía la mira de forma acusadora:
una pistola de juguete vaya y pase, pero ¡dos!, eso es alevosía y premeditación.
Ella, esta vez, baja la mirada y se concentra demasiado tiempo en sus zapatos
de taco alto. «No hacía falta mancillar así mi dignidad», piensa. El cajero ya
ha llamado al 112 y la mujer es detenida por ser la presunta autora de un
delito de robo con intimidación.
Es cierto que el plan de nuestra ladrona de Disney era
descabellado pero su final me dejó un mal sabor de boca. ¡Cuánta mala suerte!
Justamente en el último minuto entra en la sucursal un policía vestido de
paisano y con la suficiente prestancia y agilidad como para resolver el
conflicto sin estar de servicio ni armado. Mi primera reacción fue pensar que
la mujer padecía algún tipo de trastorno psicológico, y es posible que así sea,
pero el hecho de que fuera un 22 de diciembre en un barrio trabajador del
extrarradio barcelonés me hace pensar que quizás nuestro personaje hubiera
querido recaudar fondos para las celebraciones que se avecinaban. Por un
momento, y sin desestimar el miedo lógico del cajero y de los clientes, deseé
que la mujer se hubiera llevado el botín y que hubiera celebrado una gran
fiesta o se hubiera hecho un inmenso regalo el final del que fuera, quizás, el peor
año de su vida. No lo sé, la realidad será aun más increíble, sin duda, pero lo
que es del todo seguro es que la banca siempre gana.
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