Por Carina Sicardi / Psicóloga
casicardi@hotmail.com
Las
notas musicales se sucedían unas a otras como enlazadas en un vaivén infinito
de movimientos invisibles. No había palabras. Sólo los instrumentos
perfectamente afinados, respondían a la exigencia de la batuta, para intentar
darle sonido a la partitura que descansaba sobre el atril. Y así, aquello que
inspiró siglos atrás a estos genios musicales, toma vida y vuelve a despertar
la emoción.
Cada
uno de los que estábamos ahí, atravesados por distintos saberes e historias
como espectadores había en la sala, teníamos sin embargo algo en común. Todos
estábamos permitiéndonos sentir: nostalgia, alegría, emoción, tristeza,
aburrimiento… Entonces Beethoven y Tchaicovsky, vinieron a visitarnos desde la
eternidad más absoluta, de la mano de la Orquesta sinfónica.
Al
igual que los escritos, que ya no nos pertenecen a partir del significado que
toman en el entendimiento del lector, el compositor nos cuenta una historia
desde el pentagrama, a la que cada uno de nosotros sin poder evitarlo, le pone
su propia letra. Incluso atreviéndonos a resignificar aquello a lo que Tchaicovsky
y Shakespeare dieron el nombre de “Romeo y Julieta”.
Los
dulces violines acompañados por las atentas violas y los nostálgicos violonchelos
parecen contarnos con sus cuerdas esos encuentros amorosos, prohibidos e
inocentes, de balcones y escaleras, de complicidades compartidas. Atentos los
timbales, a mostrarnos la lucha de dos familias movidas por el odio cuyo verdadero
motivo quizás, haya sido olvidado por el paso del tiempo.
Los
instrumentos de viento soplaban envolviendo la obra entera con su arco iris de
notas desentrañando sensaciones. Y allá, casi perdiéndose en el fondo,
confundiéndose con él, aguardaban, atentos y pacientes, los platillos y el
parche. El momento se venía, cada golpe de ellos nos anunciaba el dolor y la
muerte, producto del error, el engaño, el desencuentro de dos amantes
defendiendo su amor por sobre el odio que no les pertenecía.
Esta
eterna historia de pasión, amor y muerte, tiene la particularidad de haber sido
pautada y pactada por sus jóvenes protagonistas. Pero los amores desencontrados
cuentan otra historia.
La
emoción es una reacción primaria, explosiva, brusca e intensa. Un estímulo ya
sea percibido desde el exterior o representado desde el interior impacta el
psiquismo provocando cambios del tono afectivo (huida o ataque) y trastornos
neurovegetativos que alteran la conciencia.
El
enamorado contrariado, que vivencia el desamor como un abandono del objeto de
deseo, y que en tanto objeto, le pertenece, muchas veces toma posesión de lo
que cree propio, si no es el amor, es la vida. Y, sin más, le quita la vida
porque cree que le pertenece a él, no a su amada.
Aquí
aparece la denominación de “Emoción Violenta” como una reacción vivencial anormal
que altera el equilibrio psicoanímico y que es expresado como un paroxismo emocional,
con bloqueo intenso del pensamiento reflexivo y afectación de la voluntad. Es
aguda y de corta duración, expresada por una vivencia psicotraumática, que se
muestra a través de una conducta impulso-agresiva y culmina con una acción
violenta.
Esto
sucede cuando el enamorado contrariado no puede anticipar lo que sucederá pero
al ver que su deseo no logra ser saciado, sin planificación consciente previa,
toma violentamente la vida del ser amado.
Historias
de pasión, de amor, de amores patológicos, de vida y de muerte, que no suceden
sólo “En la hermosa Verona, donde
colocamos nuestra escena…”
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