Gran Hermano


Por Mariano Fernández

George Orwell escribió en la década del 40 la novela de ficción futurista “1984”. En ella describía una sociedad dictatorial regida por el Gran Hermano (GH), que todo lo veía. Ese concepto inspiró a un equipo de producción holandés que trabajaba para Endemol, y así crearon el reality show más famoso. Una veintena de personas conviviendo, aisladas del resto del mundo. Cuando se emitió el primer show, en Holanda, la polémica surgió inmediatamente. La cuestión era (y es) si es humano encerrar a personas para el entretenimiento de los televidentes. Después de todo, la pena en gran parte del mundo por cometer un delito, es el encierro. Independientemente del revuelo, la serie se transformó en un éxito mundial. Todos los países desarrollados emitieron el show más de una vez, con variantes que van desde el ingreso con madres y todo, hasta ubicar a los participantes en diferentes estratos económicos de acuerdo al cumplimiento de desafíos.
No creo descubrir nada al decir que el éxito de este reality, es el morbo. Nuestro morbo de ver y creer controlar, de observar sin ser observados, a un puñado de infelices  encerrados. De ver insinuaciones de desnudeces, y tal vez si tenemos suerte, algún acercamiento sexual amateur. Pero esa no es la cuestión del planteo. Todos somos un poco voyeurs. Y el morbo es una cuestión inherente al ser humano. Lo que me aterra es el mensaje que deja Gran Hermano.
Me encontré un día en la verdulería con dos doñas hablando de disforia de género. Todo esto a raíz de que uno de los participantes del show que actualmente se emite, tiene esa condición. Bienvenido el debate. Me llamó la atención cómo un tema por demás tabú en determinados ambientes, se había instalado en la sociedad a través de un programa que consideraba perverso. Pero por entonces simplemente prejuzgaba, porque nunca había visto el programa; entonces, decidí verlo. Primero me atajo: no soy un intelectual despegado del sentir popular, ni miro nada de reojo; pero lo que vi me pareció narcotizante. La madre de un amigo decía que ciertos programas de televisión basura, eran “estupidizantes y distorsionantes de la realidad”. Nada más acertado sobre este show. ¿Los argentinos somos como estos 20 tipos? ¿O qué argentinos son como los protagonistas del show? ¿Todas las chicas que hicieron el casting tienen esos cuerpos  esculturales? Casi todas ellas quieren ser “vedettes” al  término de la emisión. ¿Esa es la salida para las chicas de toda una generación? ¿Es ese el modelo de éxito? Y no, nadie es culpable sólo por tener lindas curvas, pero el mensaje de que esa es la condición para ser alguien, es nefasto. ¿Ganar cien lucas verdes en un concurso de televisión es el único camino? La mayoría de los argentinos tiene una pelea diaria muy diferente, por ganarse el pan; es afortunado el que tiene cómo hacerlo, y el que no lo tiene es afortunado por sobrevivir. La realidad, la vida misma, es bien distinta. ¿Entonces por qué el programa es tan exitoso? Parecería como si la producción hubiera armado una lista de personajes con dramas personales, condiciones y variantes en la sexualidad, con el propósito de irradiar mayor morbo y a través de eso captar mayor teleaudiencia. Desde la mañana a la noche vemos las caras de estos pibes desfilar por programas satélites al show. Y el verso de lo popular acá no vale. Popular es algo apropiado por el pueblo, arraigado a lo largo del tiempo, sin caducidad. El tango, el fútbol, Maradona y la Mona Giménez son populares y también pueden ser usados para hipnotizar a las masas. Esto es un set efímero. No tengo nada contra los chicos  que protagonizan GH. Absolutamente nada. Me parece que son víctimas de una productora que los sacrifica en el altar de la televisión, para nuestro deleite, a cambio de un tiro en la ruleta de la fama de los 5 minutos. Y nos narcotiza, nos aliena, porque después de todo, ¿qué es lo que no vemos cuando vemos GH? ¿Qué es lo que no pensamos cuando pensamos en GH?  En esa obsesión por ver, nos olvidamos por un rato de que lo que hay que ver, no es tan placentero, no nos gusta. Y si no lo vemos, tal vez no exista; y si no existe, no hay necesidad de hacer nada por cambiarlo. Las cámaras no muestran lo que no queremos mirar, esto es: la realidad. Eso me queda clarísimo.

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