Directo al corazón... roto


APENAS…

Por Ariel Nicassio

Hoy mi voz no es necesaria. No después de escuchar la voz del que sufre la alegría, del que sonríe resignado y realizado. Voz de viento y de galope, de silencios incómodos, de laberínticos recuerdos roncos, que decía:

Siempre Mariela. Parecía a punto de sonreír y pasaba a mi lado sin mirarme. Lo sé, me miraba. Ya ve cómo lo digo, cara a cara a su pasado, a la mujer que fue mientras su corazón marcaba el pulso de mis alegrías.
Todo rutina su existencia, llena de esquemas y de teorías. Por las noches un té y una fruta, martes y jueves gimnasio, viernes de música bailable con la escobilla. Lo sabía todo Mariela, y lo callaba, era nuestro secreto de mentiras.
Quizás aún no lo entiendas…Quizás ya lo entendías... Verte mostrador de por medio, una tarde cualquiera a la hora de siempre, cruzando por la acera de los sueños; no me miraba, y al pasar reía. Qué alivio pronunciar su nombre: MARIELA, como si fuese entonces. Hoy quisiera volver a la época en que odiaba verla tan lejana... En la maraña de posibilidades que tenía, barajar maneras de acercarme, hablar del tiempo, hacer un chiste, silbarle (menos mal que no lo hice)… Salí a la calle y le pedí fuego, sacó el encendedor del bolsillo derecho del tapado negro, y sin darme cuenta yo tenía el mío en la manoSe rió, y charlamos no sé qué cosa de su viejo.
Luego, no recuerdo nada, como las víctimas de una gran sorpresa o una catástrofe, un largo tiempo… Tiempo inmensurable y ajeno a mis horas, tiempo insípido de consternación. ¿Dónde habrá andado ella en ese entonces, mientras yo como ahora, en este desahogo, la pienso?
Creo que fue un sábado, otoño tormentoso… ¿o invierno? Refugiada de la garúa, rodeada de amistades, reía como loca con el morocho ese de la corbata que al final no era tan amigo; y me vio entrar pero como si nada; y yo parecía caminar al ritmo de “la pantera rosa” hacia el fondo del bar. Se hizo tarde, quedábamos pocos; o estaba lleno, no sé ¿y qué importa? Pero fue esa noche, acordamos vernos, ¿en verdad tanto tiempo había pasado? Me fui alegre a casa. Al llegar lo vi clarito, me estaba tomando el pelo. Y yo sacando cuentas…
Por fin, después de tanto caminar a cualquier hora cerca de su casa, de salir a la vereda a intervalos cortísimos, ridículamente seguro de que pasaría, sin mirarme, sonriendo, decidí pasar yo en el auto a buscarla. En ese tiempo no todo el mundo tenía teléfono, ¿qué hubiese sido de nosotros con teléfono?... Ah, sí, pasé a buscarla, en el auto; en realidad no era la primera vez que pasaba a buscarla, pero era la primera vez que “por casualidad la encontraba”.
Obviemos detalles. Fuimos a casa, yo vivía en ese tiempo en una esquina, o al lado de una esquina. Entramos y, esto lo recuerdo bien, fui hacia el tocadiscos, puse “My Ideal” de Charlie Parker, sonreí a lo Bogart… Intenté abrazarla, pero no funcionó… Hasta que se dejó llevar por el vaivén del saxo, que era como su boca, y mis dedos de piano le armonizaban la espalda, pequeños golpes de jazz; y sin darme cuenta el saxo era yo, y su mano en mi espalda el piano desgarrador de esa música… qué música… ya no se hace más.
Así fue que bailando, besando, golpeando, al compás del bajo fuimos caminando hasta la mesa, ella de espaldas, o yo de espaldas, no recuerdo… Pero recuerdo bien que ya no sonaba “My Ideal” y en cambio el saxo era agudísimo, como un aullido. Y no lo escuchamos, me faltaba boca para tomar aire, y me faltaba tiempo para sentirme satisfecho. Me faltaba darme cuenta que tenía en las manos esa materia omnipotente, esa posibilidad inmensa, esa razón caprichosa, ese nihilismo bello, ese efecto sorpresa que hoy… No es más que este espejo de agua…


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