Libros


MORIR PARA CONTARLA

“LA MUERTE DE ARTEMIO CRUZ”



Por Julieta Nardone
julinardone@hotmail.com


Hay un verso de Pessoa que es como prender un fósforo en la oscuridad más rotunda; no resuelve la situación, pero la modifica por un instante: “hoy estoy lúcido, como si estuviese a punto de morirme”. El fallecimiento reciente del escritor mexicano Carlos Fuentes (ocurrido el 15 de mayo pasado, a los 83 años) nos lleva a rememorar a uno de sus tantos personajes complejos y controvertidos, Artemio Cruz (Biblioteca Básica Salvat, 1971). La vida turbulenta de este político moribundo, un “hijo de la chingada” que se corrompe a la par que las ideas populares toman un cariz burocrático y demagógico, se irá reconstruyendo en montaje con fragmentos de lo privado y lo colectivo, del devenir socio-político a la situación personal. Sugerente lucidez de una agonía liberadora. Pero la libertad -valga la aclaración- antes que derecho o valor colectivo, aquí se juega como conquista de supervivientes.
Es en esta misma línea que sobresale la recurrencia de monólogos del protagonista, ajustando una y otra vez la tensión entre la búsqueda de una razón para la propia vida y el condicionamiento casi fatal de la revolución mexicana. Y vivir, lo que se dice vivir, para Artemio Cruz parece ser accionar y no atestiguar. No existir a medias, asumir la vida: ser esclavo o amo, soldado o desertor, canalla o amante, audaz u oportunista… Lo que se deba ser, serlo completamente: “Imagínense en un mundo sin mi orgullo y mi decisión, imagínense en un mundo en el que yo fuera virtuoso, en el que yo fuera humilde: hasta abajo, de donde salí, o hasta arriba, donde estoy: sólo allí, se los digo, hay dignidad, no en el medio, no en la envidia, la monotonía, las colas: todo o nada”.
Por cierto, es llamativo el tratamiento histórico que presenta el libro en tanto que excede el simple marco referencial y se fusiona con prolijidad -sin mostrar los engarces- a una dimensión que bien podríamos llamar existencial: “te vencerán porque te obligarán a darte cuenta de la vida en vez de vivirla”. Sentencias de este tenor, en cifra de futuro, resuenan como eco de una voz que se diluye y cambia, pasando por diversos anclajes pronominales y temporales. Asimismo, el libro no parece haber sido escrito para leerse de un tirón, pues en sintonía con una forma de novelar vanguardista y latinoamericana, se quiebra el tratamiento lineal de la trama y emergen las astillas de distintos mundos o épocas por las que pasó el protagonista. Así, mientras que por un lado se muestra un relato en presente que se ocupa de la habitación en donde transcurren sus últimas horas y se oyen las voces de su esposa Catalina, de su hija Teresa y su nieta, como las intervenciones de su administrador Padilla y los comentarios del médico sobre la gravedad de su salud; por otro lado -aunque las zonas se confundan y tiendan a mostrarse inseparables por el fluir de la conciencia del propio Cruz-, se agolpan caras, nombres, escenas del pasado, que irrumpen del vacío o forcejean desde la propia resistencia a permanecer sus últimos momentos atado al reproche, al resentimiento y la culpa.
Esta particularidad de la forma narrativa (claramente deudora de los recursos cinematográficos) maniobra el tiempo en una sincronía paradójica, resultando decisiva ya que permite que la historia se mantenga abierta y no como una realidad que va desapareciendo con la proximidad de la muerte, de la que simplemente nos quedaría la evocación del recuerdo. De igual modo en que el vaso roto puede volverse a recomponer por un ardid del tiempo en la imagen, aquí el relato agónico anuncia de forma cíclica una vida que se está experimentando o que surgirá dentro de poco. La dilatada desaparición de Artemio coincide, pues, con el momento juvenil en que se alza y elije el destino de su propia existencia.
Regusto amargo de lo efímero, metáfora cultural de los pueblos latinoamericanos, opulencia que llena el vacío, miseria y dolor que iguala. Ideas y acciones, el relato y la historia: vivir-morir, morir-vivir, para contarla.

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