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CAMPEÓN SIN CORONA*


Por Enrique Medina

Inesperadamente, Prada acierta en la cara dando vuelta la pelea, y el público.
Gatica no camina bien, las piernas no le responden y retrocede mal, tambaleando y riendo para que Prada se dé cuenta de que no ha sentido el golpe, pero Prada sabe que esa estúpida sonrisa, apenas esbozada por la interferencia del protector bucal, justamente es la señal más indicativa de que el golpe ha hecho mella. Y por eso Prada avanza con todo, a matar, para ganar el título como corresponde, amasijando a ese mierda que tiene enfrente y legitimando su calidad de campeón para siempre...
-¡Está! ¡Está!!!!!
El grito de Preziosa actúa con doble eficiencia: desconcierta a Prada que a pesar del infierno ha escuchado el grito como si un alfiler se le incrustara en el ojo y, Gatica, bien tocado y sin sentido, gracias al grito de batalla de Preziosa, eficaz, enérgico y poderoso como la marchita del ejército norteamericano cuando en las películas de cowboys llega a tiempo para salvar a los blancos buenos acosados por los indios malos, despierta y se repone como un robot al que le han presionado el botón exacto. El golpe sale idóneo en la distancia, pulcro en la dirección y exquisito en la precisión. Prada está en la lona y Gatica no ha dejado de sonreír. El referí manda a Gatica a un rincón neutral y cuenta sacudiendo el brazo delante de Prada que se agarra de las sogas. Es tan fuerte el aullido delirante del público de la popular que el estímulo se pasa de rosca y no sólo respalda a Gatica sino que también sacude el espíritu de Prada y éste, con odio, vergüenza y rencor, aún sin lucidez, consigue ponerse de pie al conteo de cuatro, justo cuando suena la campana, y caminar a su rincón sin ayuda. Los segundos tratan de reanimarlo bañándolo en agua y le preguntan en qué round está para comprobar su estado de conciencia. Prada responde bien. En la octava vuelta Prada sale valientemente y atropella, evitando que Gatica aproveche su deterioro para acentuar la ventaja que ha ido acumulando. Se enredan las acciones y no se sabe bien a qué cuerpo pertenecen los brazos. Ambos púgiles están cansadísimos. Prada, maestro para neutralizar ataques en su abierto estilo de trabar, recurre a dicha táctica para evitar que los cordones de los guantes de Gatica le abran las cejas. Ya en el noveno asalto, Gatica emplea magníficamente la derecha golpeando al cuerpo y a la cabeza de Prada que desesperado se aferra a Gatica para evitar una nueva caída. Las tres vueltas restantes no muestran variantes notables. Gatica es mucho más preciso y hace valer su reciedumbre con golpes netos a la cara. Prada se ha quedado sin fuerza para trabar, se echa sobre Gatica y éste se dobla sobre las cuerdas. No por mucho tiempo. El referí separa y Gatica envía directos espléndidos a la cabeza de Prada como si recién empezara la pelea. Tal aplomo le permite un dominio esencial para la decisión de los jurados. En el último round Gatica ataca furiosamente y Prada, totalmente agotado, vuelve a emplear la cabeza. Prada sabe que tiene la pelea perdida, por lo tanto aprovecha el tiempo que le queda en un ataque arrebatado para dar la impresión de dominar y llegar al final con resto. Pero el plan no es muy efectivo y Gatica termina el round castigando maravillosamente con golpes cortos, bien palanqueados por el cuerpo, en los riñones y en la cabeza de Prada. Suena la campana y finaliza la pelea. Los aullidos fanatizados impiden que los boxeadores entiendan que deben parar y se siguen dando. Los aparta el referí y ambos se dan la espalda con los brazos en alto buscando el apoyo de su hinchada. Entre gritos, matracas, sordinas y cantos efervescentes, el referí recoge las tarjetas del jurado. Silencio y expectativa. El referí llama al centro del ring a Gatica. Le levanta el brazo declarándolo ganador. Una clamorosa ovación de la popular tapa y sepulta los silbidos quejosos del ring-side que no respetan la presencia de Perón y Evita. El Ruso levanta en andas a Gatica y lo pasea por los cuatro lados del ring. Como siempre, Gatica sonríe y tira besitos. Ahora sí es el más grande. Verdaderamente es el campeón sin corona. Le ha hecho tragar las palabras a Prada y se ha vengado de aquellos que no confiaban en su triunfo y de todos los que habían echado a andar los rumores de la fragilidad de su mandíbula. Los derrotó al derrotar a Prada. Es el más grande. El verdadero campeón. Le acercan un micrófono y le dedica el triunfo a Perón, a Evita, a toda su hinchada y muy especialmente a los que vienen a verme en la lona; que bufen tranquilos, dice, mucho más van a bufar cuando traiga el título mundial a la Argentina. Luego se inclina por entre las cuerdas y saluda, aún con los guantes puestos, a Perón y Evita, sonrientes y plenos de felicidad por la tremenda emoción que ha tenido la pelea, que no defraudó en nada a las expectativas, como sigue diciendo el periodista radial.

* De la novela “Gatica, el boxeador de Evita y Perón”.

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