Bobby Fischer*



Por Garry

Fischer fue un jugador formidable. Se dice que su potencia radicaba en su energía y ambición, precisión táctica, preparación teórica y una pétrea confianza en sí mismo. No son pocos matices, pero en el ajedrez de elite muchos jugadores comparten esos valores. Sucede sin embargo que cada campeón es tan bueno como los anteriores pero suma algo más, nuevo.
Fischer no tuvo a su padre, basó su infancia en una hermana mayor. Se supone que nunca conoció mujer, no tuvo novias y, cuando se casó, lo hizo con el objeto de obtener una nacionalidad que le brindara asilo para huir de las leyes del país natal.
Es el claro ejemplo del idiota inteligente, del genio que sólo sirve para una cosa. Tuvo el coeficiente intelectual más alto pero su capacidad de relación social era nula. Si no era por el ajedrez, con nadie hablaba, a ningún evento acudía. De adulto adhirió a una iglesia. Ajedrez y mística, solo abstracciones para él.
Por entonces se libraba la Guerra Fría y, con todo el aparato de propaganda estadounidense a favor, nada costó al mundo “conocer” y “querer” a ese flaco alto que batía a los “malditos” rusos. Como un falso Quijote, enfrentaba Fischer a los campeones soviéticos y los vencía. Cuando alguien le ofrecía tablas, sonreía meneando la cabeza, ni siquiera se molestaba en contestar.
El modo en que llegó a ser retador de Spassky -por entonces campeón del mundo- es memorable: Fischer tuvo en eliminatorias que enfrentar a Taimanov, portento ruso, jugador solidísimo. Fischer le ganó 6–0. Una vergüenza. Taimanov jamás se repuso del apaleo. En segunda instancia tuvo que enfrentar a Bent Larsen, el campeón danés, una leyenda viva; muy pocos podían jactarse de haberle ganado una partida. Fischer le ganó 6-0. El pánico cundió por el ejido soviético. ¿Existía el respeto y la consideración? A partir de Fischer, no.
En semifinales se enfrentó a Petrosian, ex campeón. Jugaron en Argentina, porque Fischer amaba el bistec pampeano. En la primera partida hubo un repentino corte de luz cuando se decía que Tigram llevaba ventaja ganadora. Todos se retiraron a esperar que retorne el fluido eléctrico; Fischer, no; siguió sentado pensando en la oscuridad. Cuando se hizo la luz, había encontrado el único camino hacia el empate. Se adujo que el corte fue sospechoso.
El match contra Spassky fue pactado a 24 juegos, en Islandia. La cantidad de anécdotas que nacieron de este evento no las agota una biblia. Que Fischer llegara a Islandia fue una odisea. Con contrato firmado se negó a jugar hasta que un particular inglés, harto de escuchar sus tonterías, le depositó a cuenta 1.000.000 USS extra.
En la 1° partida, Fischer se “colgó” un alfil: EEUU 0- Rusia 1. A la 2° partida no se presentó por un capricho relacionado con su supuesta religión: EEUU 0-Rusia 2. Pidió jugar la 3° partida en una sala ajena a la principal. Spassky no estaba obligado a hacerlo pero accedió. Fue el error más grave de su carrera. Fischer se impuso con holgura. Los EEUU habían derrotado por vez primera en algo importante a los rusos. El mundo occidental conoció entonces el ajedrez. Este juego de intelectuales y comunistas pasó a ser admirado por todos. En Argentina transmitieron el match por radio.
Falta mucho por decir. Fischer cambió el ajedrez. En el futuro tal vez abunde sobre la leyenda americana pero ahora los dejo, voy a leer otra vez “Mis Mejores 60 Partidas”, un libro magnífico escrito por el mismo genio.
Hasta el año que viene.

* Fischer, Robert James. Campeón del mundo en 1972, venció a Spassky. Jamás jugó como campeón. Perdió el título en 1975 por incomparecencia ante Anatoly Karpov.


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