Los impulsos



Por Carina Sicardi / Psicóloga

casicardi@hotmail.com

Cada manifestación humana tiene consecuencias tanto para el que la realiza como para el que es receptor de la misma. Es verdad que un aleteo de mariposa puede desatar un tsunami, porque en cada accionar hay otro que recibe según su estructura psíquica y el momento de la historia que está transitando. Entonces, un gesto, una palabra, una mirada o la ausencia de ellos, tiene sin dudas una connotación mucho más importante de lo que creemos en la cadena de comunicación y de interrelación humana.
Uno de los grandes problemas es que esto lo aprendemos demasiado tarde. Justamente porque siempre miramos la culpabilidad en el otro, y si tiene una entidad que creemos inalcanzable, más aún (para no tener la posibilidad de enfrentar en lo real, ¿vio?).
Tuvimos que enfrentarnos con inundaciones, cambios climáticos, sequías inesperadas para poder pensar que cada árbol que cortamos, cada papel que tiramos en el suelo, el aerosol y el agua usados en exceso, y las tierras saturadas por monocultivos, son actos de los que todos somos responsables y que tienen esas consecuencias nefastas. La naturaleza habló desde todos los tiempos y con todas las voces, pero como estábamos demasiado ocupados en nuestro propio bienestar, no pudimos escuchar. O no quisimos oír, como suele suceder con lo que no nos conviene o está en contra de nuestros intereses.
Cuando la realidad toca la puerta, y de un golpe nos saca las vendas autoimpuestas, surge lo impulsivo. El impulso puede ser entendido como el deseo imperioso, a veces irresistible, de realizar algo. Es pasar en un segundo del estado de alerta a la acción. Entendido como una acción no patológica, es la fuerza que nos lleva a armar barreras de contención sin saber siquiera manipular una pala, es dar palabras alentadoras a un vecino con el que quizás pelearon hace días atrás, y conmoverse con las lágrimas ajenas de una persona que casi no conocen…
Pero la conducta impulsiva, en su grado patológico, es aquella que, lamentablemente, más conocemos. La sintomatología esencial consiste en el fracaso de resistir el impulso, deseo o tentación de llevar a cabo algún acto que es dañino para el propio sujeto o para los otros, acarreando además con una sensación creciente de tensión o activación, antes de llevarlo a cabo. En el momento de consumar el acto, el sujeto siente placer, gratificación o liberación, sin embargo, después puede haber sentimientos de pena, culpa, autorreproche, etc.
A veces se confunde la impulsividad con el acting out, pero en realidad, la impulsividad propicia el acting out, y éste se caracteriza por la forma irracional, sin tener en cuenta al otro y donde los impulsos reprimidos presionan en alto grado, de forma que acontecimientos mínimos precipitan la irrupción de una conducta inusitada.
Los tipos de conductas impulsivas son: trastorno explosivo, cleptomanía, mitomanía, piromanía y juego patológico (ludopatía), entre otros.
La ludopatía aparece como el fracaso crónico y progresivo en resistir los impulsos de jugar, apareciendo una conducta de juego que compromete y destruye los intereses personales y familiares.
Nuestra zona, un tanto alejada de las majestuosas aguas de ríos y mares, cuyos paisajes son más verdes que azules, nos ha presentado sin embargo la cara de la desesperación que generan las aguas cuando invaden todo sin pedir permiso. Impulsivamente, en respuesta a conductas humanas que dañaron por años a la equilibrada naturaleza. A nivel zonal, el premio al triunfo sobre la invasora laguna, fue la creación de un lugar de juego legal, que dejó a la luz, como cuando bajan las aguas, todo lo que estaba tapado. En algunas personas fue la ludopatía. Usted me entiende…
  

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