Antro musical / El nuevo rock



Por Nico Raterbach

Primera mitad de los ‘90. ¡Esto hervía chavales! Ponerle una palabra a esa época para definirla, es irónicamente limitante: experimentar. Hablemos de la segunda patada en el culo al rock; aquellos que siguen la columna, sabrán de lo que hablo; para los que no, una patada es simplemente una patada. El rock se estaba durmiendo. Los flashes y las cámaras seducían y trasformaban a las bandas en maquilladas y caprichosas  estrellas de cine. En Seattle, una banda de pibes, hartos de casi todo esto y más, empieza a sonar en las radios de las universidades estadounidenses. Tienen un sonido animal, naturalmente vivo, melancólico, lánguido y poderoso. “Nirvana”, se hacen llamar. El coletazo es mundial. Aquí, influyen más que por su estilo, por su actitud. Convengamos que los ‘90 tuvieron de por sí una aceleración en todo; la velocidad de la información aumentó con una bestia que daría un vuelco a la música y a la humanidad: internet. Así, la difusión de lo nuevo, cobró otro ritmo. En Buenos Aires comenzaron a florecer muchísimas bandas, con estilos disímiles y rompiendo los moldes pre establecidos. Casi todos los géneros eran abarcados, pero empezamos a ver formaciones que incluían vientos, DJ´s, sintetizadores, líricas complejas o extremadamente simples. Así nace una corriente que se denominó “El nuevo rock argentino” y que llegó a organizarse en giras. De ahí surgieron Babasónicos, Fun People, Peligrosos Gorriones, El Otro Yo, que ya arrastraban una trayectoria por los sótanos, que es donde se cuece la música. Otras más se sumaron, como Los Brujos o Caballeros de la Quema. En estas giras se demolían clichés y se mixturaban estilos y tribus urbanas. Si en el renacimiento las artes tuvieron a Michelangelo, el rock argentino tuvo esta explosión. Todos se atrevían a experimentar: sonidos, afinaciones, formaciones exóticas. Podíamos ver bandas punk incursionando en cumbia. El rock no era nuevo, lo nuevo era la actitud desvergonzada y la creatividad disparada al extremo. Hasta la prensa del ramo se expandió y al suplemento “Sí” de Clarín, se le opuso el “No” de Página/12; y valía la pena leer ambos. Florecían como hongos los lugares para recitales como Die Schule, Montoya, Morrison; estallaba el Cemento de Chabán. ¿Qué sucedió con esto? Un poco fue digiriéndose por el establishment, otro poco diluyéndose en el mar de los ‘90. Un hecho importantísimo de este período es que surgieron sellos discográficos y productoras independientes. Los músicos ya no tenían que arrodillarse ante un ejecutivo de una disquera multinacional que les exigía dos hits por álbum, mientras se curtía un Cohiba. Esto favoreció la aparición de innumerables bandas de garaje. Frost Bite Records, por ejemplo, fue una de esas productoras capitaneadas por un pibe de 20 años que catapultaron a N.D.I., Ultrasonoros, Fun People o E.D.O. El Ekeko, cuando no andaba hasta el culo de jarabe para la tos, seguía el derrotero de estas bandas y me contó haber visto en la misma noche Babasónicos y Flemas, o El Otro Yo para 30 personas en un sucio bar, sólo para declararle su amor a la bajista de la banda. Épocas muy buenas, que han dejado su marca profunda, tal vez un poco oscura y poco conocida, pero con influencias tan fuertes que aún hoy podemos disfrutar de supervivientes de esa tragedia llamada ‘90; o cuanto menos rescatar de youtube joyas como estas:
“Perfume Casino” (Babasónicos – Dopádromo – 1996)
“Desaparecedor” (Santos Inocentes – Emporio Bizarro – 1998)
“Escafandra” (Peligrosos Gorriones – Peligrosos Gorriones – 1993)



No hay comentarios:

Publicar un comentario