Claudia la solitaria II
Por Alejandra Tenaglia
“¿Existe una persona así? ¿Quién es esa Claudia? Me gustaría tenerla en frente”, son algunos de los comentarios que he recibido sobre nuestra protagonista. Muchos la recuerdan como la “solterona”, siendo que yo la llamé la “solitaria”. Y están quienes aseguran adorarla, considerarla lúcida, portadora de verdades y hasta piden que por favor, abra un blog para comunicarse con ella. Veamos qué opina Claudia.
¿Qué voy a opinar? Que tengo razón, la mayoría de la gente está acostumbrada a vivir “como si…” Hablan con cualquiera y de cualquier cosa, como si les importara. Miran programas de chimentos, como si les aportaran algo. Compran cosas, como si las necesitaran. Hacen planes, como si tuvieran ganas. Arman familias, como si las quisieran. Critican lo que digo, como si expresar lo que uno siente en las entrañas fuera indecoroso. El humano se ha vuelto esclavo, no ya de otro que lo oprime, ¡de sí mismo! Apareció –descendiendo del mono o creado por algún dios- en este bendito planeta, con todo a su disposición para, en uso de su inteligencia, poder hacer lo que quiera. Insuflado además de un algo mágico que lo hace detenerse en una persona frente a miles que deja pasar de largo. Sí, del amor te estoy hablando, en su sentido más amplio. Y con todo eso, ¿qué hizo? Usó su inteligencia para crear cosas, esas mismas que ahora siente necesitar desesperadamente, y que le pertenecen a otros, y que hasta matará para poder alcanzar. ¡Las cosas que él mismo creó para su servicio, ahora son el aroma a torta recién horneada que lo lleva de las narices! En cuanto a hablar por hablar y escuchar o mirar chimentos, es sencillísimo: relleno. Relleno para no pensar ni hablar ni escuchar ni mirar la propia vida, porque posiblemente esté vacía como escuela en verano. Y el vacío, parece un abismo dispuesto a tragarnos. El tema de armar familia, es más grave todavía, porque cuando digo familia no digo sólo pareja sino también hijos. Yo no sé si antes la gente se casaba porque se quería, pero como los matrimonios duraban, por lo menos nacía la fraternidad, al compartir las cosas cotidianas que en definitiva son las que construyen la vida. Y eso se transmitía a los hijos, que se criaban en un ambiente ligado al trabajo, al sacrificio, al respeto, a la proyección de un futuro, a la valoración del tiempo, de la naturaleza, del aprender cosas útiles. Ahora tampoco sé si la gente se casa porque se quiere, pero encima, no duran juntos, porque al primer roce patean el tablero, sobre el que también están los hijos. Chicos que se crían viendo ese ejemplo de que todo es descartable, hasta la familia. Entonces, quién se puede asombrar cuando estén un día con aquella que tiene lindo traste; otro día con otra que tiene lindas tetas; al día siguiente con otra que les dio bolilla, y lo mismo hacen las señoritas. Es que ya no valoran a las personas como tales, son simplemente “cosas” que se abandonan con facilidad porque hay otras miles esperando ser adquiridas. Hay oferta, hay demanda. El mercado se regula sólo. Se manejan como si no tuvieran alma. ¡Y sí la tienen! Por eso no soportan lo que digo. El alma grita desde y cómo puede, que le restituyan su lugar. No es raro entonces, que en ese camino engañoso prefieran recordarme como “la solterona” y no como “la solitaria”. La primera quiso pero no pudo, es una perdedora, fracasó, por eso no tiene autoridad para decir nada. La segunda pudo pero no quiso, ¿y qué es eso de no querer algo que todos quieren? ¿Qué es eso de reflexionar, ser coincidente entre el sentir y el hacer, pensar en los demás como seres sensibles y no como objetos descartables? No nena, yo cometo errores todos los días, pero en la trampa de la hipocresía, en la tontera del como sí, en el simulacro de una unión que es sólo amuchamiento, en el juego despiadado e irresponsable en el que no importa lastimar, no caigo. Prefiero mi soledad, disminuida cada tanto cuando el chispazo se produce y brota un fueguito. Ojo, después quizás no sé alimentarlo para mantenerlo encendido, pero al menos el origen, debe ser genuino. Ah, y a los que les caí bien y quieren comunicarse conmigo, deciles que me llamo Claudia, no Luisa Delfino.
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