Juego limpio
Por Sol Di Frente
Todas hemos convivido o convivimos con un futbolista… frustrado.
Sí, tan frustrado que no se resigna al fracaso rotundo en el deporte. Por ello de vez en cuando, el susodicho retoma la actividad. Siempre con amigos, pero siempre desafiante, a ganar o morir, aunque el contrincante sea el compinche de la infancia.
Primero asistimos a la preparación del atuendo. Todo jugador de antaño atesora en su guardarropa un “equipito”, shorts, remeras o medias tres cuartas deportivas, y en el mejor de los casos, en composé.
Raudamente salen hacia el “cotejo”, y ¡suspirá!, que durante un tiempito vas a poder hacer tu vida.
Pero más luego vuelven a casa, en estado calamitoso.
Los que están entrados en años probablemente no caminen durante los días siguientes, visiten al médico y pasen por una importante intoxicación por la ingesta de miorrelajantes.
En cuanto al desvestirse, implica que quede ropa “maloliente” desparramada por toda la casa, pasto seco sembrado en cada parcela de cerámicos, y roguemos a Dios que no se haya tratado de un evento revestido en barro, porque de ser así, nos acordaremos de toda su familia, pero nos tocará a nosotras lavarla.
Y esto no es nada. También deberemos escuchar el relato del partido de sus vidas, con anécdotas que no llegaremos nunca a comprender pero que igualmente nos divertirán.
Cuando vuelven a la normalidad, ya bañados, mudos y frente al televisor mirando fútbol o jugando al fútbol con la “play”, nos reímos de ellos; y en el fondo, además de putearlos por el despelote y la ropa sucia, admiramos esa actitud que equipara: seguir jugando, seguir viviendo.
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