Cronistas de a pie


Por Ana Guerberof *

La ciudad desierta
O no. Quedarse en Barcelona en agosto, el equivalente al enero argentino, tiene ciertas ventajas. Una de las más destacables es que el auto puede estacionarse en casi cualquier lugar, algo impensable el resto del año. No suelen existir plazas disponibles y además se paga por estacionar en toda la ciudad, bien sea en la zona verde o en la azul, que es bastante más cara y restrictiva. Los guardias vigilan con tal celo, agazapados esperando la multa potencial, que si se velaran otros delitos de igual manera, contaríamos con el índice de criminalidad más bajo del país. Claro que en esta época además podemos viajar con holgura en el metro, sin las apreturas hibernales (en absoluto comparables a las del subte de Buenos Aires en hora punta). ¿Ven? Otra ventaja. Y por último, y no por ello menos importante, en algunos de mis bares preferidos, normalmente abarrotados y cargados de humo (todavía no se ha aprobado una ley antitabaco de éxito), se puede disfrutar de un asiento, charla o baile sin miedo a que un pie, codo o el cigarrillo enarbolado siempre lejos del propio fumador, acabe colisionando con nuestra preciada anatomía. Aunque esto último pueda ser, en ocasiones, el inicio de un ardiente romance.
A pesar de que la ciudad presenta cierto aspecto deshabitado, a excepción de los innumerables extranjeros que disfrutan de unas breves vacaciones antes o después de dirigirse a la costa para “tender sus cuerpos al sol”, lo cierto es que muchas personas no han podido viajar o han optado por el retorno a su pueblo. Y es que España ostenta la tasa de paro (desempleo) más elevada de la Unión Europea: una media de 20.09%, según los datos del Instituto Nacional de Estadística (INE) seguida a cierta distancia por Irlanda con el 13.3%. En Cataluña la tasa es del 17.71%; pero en Andalucía, por ejemplo, llega al 27,78%. Las cifras hablan por sí solas, muchas familias no podrán desplazarse (y muchas de ellas estarán formadas por extranjeros, uno de los grupos más afectados por el desempleo). Además, el gobierno, quizás aprovechando la fiesta del Mundial y el periodo vacacional (¿o soy mal pensada?) aprobó un estricto plan de austeridad fiscal y un decreto de ley que recorta los derechos de los trabajadores. Es la propia Unión Europea (con Alemania, Francia e Inglaterra a la cabeza) y el Banco Central Europeo que presionan a España para que mejore sus índices económicos (¿es justificable o deseable?) a la vez que los empresarios demandan una “flexibilización del mercado laboral”, abaratar los despidos para no correr el riesgo de una pesada carga si la situación empeorara. Ante esto, los sindicatos han convocado una huelga general (eso sí, después de vacaciones) para el 29 de septiembre. Muchos sospechamos que la huelga poco conseguirá ante una realidad económica mundial en exceso compleja. Ciertas medidas parecen ser necesarias pero asimismo se requieren iniciativas originales y no sólo recortes “tradicionales” que afecten siempre a los mismos. De esas no vamos en exceso sobrados. A pesar de todo, la semana pasada España presentó un tímido crecimiento del PIB del 0.2%. No es gran cosa pero se prevé que será negativo pasado el verano. La única que experimenta un serio repunte en la región es Alemania (2.2%), pero no se sabe aún si este crecimiento se sustentará a largo plazo. Por otro lado, cada vez son más fuertes las voces críticas hacia la política germana con respecto a sus vecinos europeos con problemas y a las soluciones propuestas.
Sin duda lo mejor del verano está siendo estacionar el auto cómoda y gratuitamente (los temidos guardias están de vacaciones) o ir en metro a un bar para tomarse unos tragos mientras se conversa sobre el último libro de nuestro autor favorito o se coquetea con algún turista de paseo por esta ciudad “casi” desierta. Después de todo, la industria turística es clave para la economía española y, en estos momentos, todos tenemos que arrimar el hombro.
* Argentina residente en España.

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