Vicios
Por Ana Guerberof*
Estoy enganchada a “Mad Men”, la serie ambientada en el Nueva York de los 60 y que no cesa de cosechar éxitos desde su estreno. Fue un amigo. Como suele ocurrir con los vicios siempre se esconde aquel que te descarrió y que es, en el fondo, el culpable de todo. Es lo que tienen los vicios, se empieza y no se puede parar. Uno se miente pensando que ejerce su libertad pero en el fondo es un esclavo de ellos. Los fumadores lo tienen más difícil en España desde el 2 de enero porque se aprobó finalmente la ley antitabaco, no sin cierta polémica por parte de un sector que deseaba reivindicar sus derechos. Nadie terminó de entender a qué derechos se referían exactamente. A veces por querer ser diferentes somos bastante estúpidos. Lástima que yo ya lo dejé, porque seguro que al abrigo de un portal o entrada de un bar suceden encuentros extraordinarios.
Pero si alguien decidió dejar de fumar, “Mad Men” no es su serie. Todos fuman sin cesar por doquier, incluso las embarazadas, beben en exceso, sobre todo cuando manejan, no les importa tirar al parque plásticos, botellas y papeles, el volar es sofisticado y luchar por los derechos de una minoría algo loable. Entre todos los temas que disecciona con inteligencia, la serie apunta, y lo hace con éxito, a la transformación del papel de la mujer y, por ende, de la sociedad en los últimos 50 años. Sin embargo, luchar por los derechos de la mayoría de mujeres todavía no está en boga (¡cáspita! si ahora tampoco). Lo que más me gusta de la serie es que nos obliga a reflexionar sobre el presente y analizar en qué puntos conservamos esos mismos valores pero disfrazados de modernos.
En un episodio, por ejemplo, el ama de casa insatisfecha se compra el novedoso biquini y el marido al verla le prohíbe, como quien no quiere la cosa, ponérselo, mientras se despide para acudir a la oficina con un beso en la frente. La cámara se aleja de la protagonista que se cubre avergonzada el cuerpo con un baby doll amarillo dejando al descubierto en la mirada no sólo su confusión sino la humillación de saber a la parte de su personalidad que va a renunciar: su libertad. Una toma impecable. En otro, la redactora, que ama su trabajo y desea triunfar, aunque siente vergüenza de admitirlo, le dice a un nuevo novio que ella no es normalmente así en la cama, tan fogosa, para así ocultar sus anteriores experiencias sexuales. Las mujeres de la serie se enfrentan constantemente a esa dualidad de, por un lado, intentar complacer a una sociedad que les exige unos roles habituales y, por otro, ser ellas mismas, sin tan solo saber, a veces, quiénes son o qué desean. Todo se muestra sin ser obvio.
Lo que más me choca es que viendo la serie me di cuenta de que, aunque existen cambios, ni las situaciones ni los comentarios me eran ajenos. Comprobé, con cierta sorpresa, que, aunque bien tapadito, también necesitaba la validación de una sociedad con valores machistas para sentirme bien con lo que era. Entonces, me planteo que, con todo lo que ha llovido, ¿no será hora de que todos seamos conscientes de que somos libres y podemos ser lo que queramos sin importar qué tipo de roles sociales se nos han adjudicado? ¿Y que todos respetemos lo que otros deseen hacer con su vida sin importar el sexo que tengan? ¿Y que mujeres y hombres nos respetemos como iguales, al otro y a nosotros mismos, y nos demos las mismas oportunidades olvidando, por un momento, las clasificaciones inútiles? Y, sobre todo, ¿no será hora que enseñemos a los niños que no hay roles “genéticos” sino que son libres para ser y hacer lo que deseen?
Para terminar, y como me preguntó mi amigo, el corruptor, como si me retara a un duelo serial: ¿cuántos episodios de “Mad Men” vieron ustedes, los viciosos como yo, en un solo día? A ver quién da más…
PD: Se me olvidaba, si alguien me quiere relatar un maravilloso encuentro provocado por la ley antitabaco, a ambos lados del Atlántico, prometo no robárselo sino disfrutar de un agradable efecto dominó.
* Argentina residente en España.
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