La Tía María Elena


Por Sol Di Frente

Tengo incorporada a mi vida a la tía María Elena. No sé precisamente cuándo aprendí sus canciones, desde siempre atesoro en mi cabeza muchas letras que ella me enseñó… nos enseñó.
Tía soltera, sin hijos, dedicó su vida a escribir y cantar. Chicos y no tan chicos la escuchamos, la leímos, la aplaudimos, la admiramos. Y me detengo en los chicos, en la infancia… Fue ella quien sin subestimar a los infantes, le puso música a mis días pequeños. Hizo más divertida la merienda con “Canción de tomar el té”; me animé a las inyecciones con la “Canción de la vacuna” y fui a la escuela con más inquietud cuando conocí a “La vaca estudiosa”.
Cuando escuché por tele que María Elene Walsh había muerto, sentí un profundo dolor, y posteriormente una irremediable nostalgia que me hizo recordar y cantar sus canciones durante los días que siguieron.
Una maestra sin guardapolvo; una tía solterona cálida y comprensiva; una intelectual tan grande como clara; una mujer comprometida, inteligente, sensible; una verdadera cigarra.
María Elena supo querer a su país, al nuestro, aun en la distancia, y pudo plasmar en sus canciones y en su obra periodística y crítica, quiénes somos y quiénes fuimos a través de la historia. Será por ese amor incondicional que ella, como Manuelita, anduvieron por París probando suerte en momentos difíciles de nuestro suelo, pero volvieron a “El reino del revés” cruzando el mar, para continuar con sus prolíficas vidas y concluir asuntos pendientes…
Me es imposible no sentir una sensación parecida a la orfandad cuando nos empiezan a dejar solos los grandes maestros, y sus relevos no son del todo claros.
Un interminable aplauso, un eterno recuerdo, un gracias tan extenso como el alcance de sus palabras a tantas generaciones argentinas. Y una flor y otra flor celeste del Jacarandá…

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