SUBÍ QUE TE LLEVO*
Por Alejandra Tenaglia
A pesar del conocido dicho según el cual “el amor es ciego”, el protagonista de esta historia afirmó paradójicamente: “hay que ser muy ciego para dejar pasar ciertas oportunidades que te da la vida”. Se refería al hecho de haber conocido a nuestra dama de hoy quien, en poco tiempo, logró cambiarle su percepción del universo; su modo de andar y la profundidad del sentir; sus intenciones y la concreción natural de las mismas. Todo ello sucedió además, sin artilugios o ardides de parte de nuestra enamorada, que tan solo se valió de su singularidad. Pero vayamos al comienzo.
Él volvía con su vehículo de una localidad vecina, a la cual había ido por trabajo. Ella hacía “dedo” junto a ese camino, también con la intención de volver a su casa en este poblado que sin ser su lugar natal, se había convertido por entonces en su firme morada. Aquí desarrollaba su profesión, tenía familiares, y hasta vivía a escasos metros de ese muchacho que gentilmente se detuvo en aquel camino, sin saber siquiera que estaba abriendo un nuevo camino compartido. Ese primer y casual encuentro, generó saludos más cálidos de pasadita, charlas de acercamiento y hasta la intimidad de mateadas en cómplices noches.
Ambos estaban inmersos por entonces, en otras relaciones afectivas. Ella al notar la seriedad de lo que le sucedía, terminó sin vueltas con su pareja de más de diez años. A él la cuestión le llevó más tiempo. Entre tanto, el vínculo que los unía, aunque difuso y complejo, crecía a la sombra con la misma fuerza y contundencia con la que emerge una planta en la fértil tierra pampeana.
No fueron pocas las complicaciones, los titubeos, los sufrimientos, la transición entre lo que fue y lo que podía ser, pero lograron atravesar ese difícil trecho para arribar a un nuevo y bello estamento que cambió sus vidas. Formalmente, comenzaron a salir. No más de 5 meses después tomaron la decisión de convivir, pues él pasaba más tiempo en casa de ella que en aquella donde residía con sus padres. Y en unas vacaciones, en charla de amigos junto al mar, dijeron sin rodeos y hasta casi sin haberlo acordado previamente: nos vamos a casar. Almanaque sobre la mesa, decidieron la fecha. Y así fue que 8 meses después, pasaron por el juzgado y luego por la Iglesia. La vida no suele presentarse de la prolija manera en la que sí lo hace la imaginación, sin embargo esta historia que empezó no sin conflictos, como suele suceder cuando somos alcanzados por la flecha del niño Cupido, se desenvolvió luego con un orden casi exquisito. Cinco meses después de la ceremonia nupcial, la dama quedó embarazada, y la niña a la que dieron vida, terminó de robustecer este vínculo ya por demás certero. Él, perseverante, servicial, atento como caballero de novela y carismático orador, ha logrado ganarse la confianza y el amor de una mujer a la que define como excelente compañera de vida, madre excepcional, y especialmente caracterizada por fusionar fortaleza estoica con dulzura desmedida.
Ahora, suelen sentarse a tomar mates de madrugada cuando la beba les impide conciliar el sueño. Y recuerdan aquellas tantas noches previas a las definiciones, cuando todo se sentía y tan difícil era encontrar el sendero que los uniera sin dolores propios ni ajenos, espantando temores inherentes a las grandes decisiones, dejándose guiar o quizás más bien, arrastrados por ese calorcito que desde el pecho se expande hasta incluso rodearnos como un halo mágico de encantamiento, que de pronto nos diferencia vehementemente del mismo mundo al que nos incluye con intrepidez. Y en ese mundo construido al unísono, han sabido no sólo generarse un espacio para su amor, sino también para esa pequeñita que además de cambiarles la vida, literal y metafóricamente, los reúne en su ser. Estos encuentros nos animan a desafiar a Calderón de la Barca: quizás los sueños, no sólo sueños son, hay veces que se convierten en la mismísima y bendita realidad, que con coraje, nos sabemos procurar.
* Basado en una historia real cuyos protagonistas han pedido la reserva de sus nombres.
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