Cine


LA PASIÓN COMO ENEMIGO

EL CISNE NEGRO

Por Lorena Bellesi

La singular visión del mundo del ballet que nos acerca el director Darren Aronofsky en su última película El cisne negro (Black Swan) es fascinantemente oscura y, por momentos, escalofriante. Resuelto a seguir los pasos de una bailarina que forma parte de una compañía de danza clásica neoyorkina, Aronofsky irá desentrañando los pormenores que preceden la puesta en escena de  “El lago de los cisnes” de Tchaikovsky, obra emblemática cuya trama, a su vez, se entrecruzará y superpondrá con la vida de los propios personajes del film, lo que determinará una suerte de desplazamiento incesante entre la fantasía y la realidad. Por lo tanto, el espectador queda atrapado en un lugar completamente inseguro, a merced de sus propias intuiciones y adoptando una postura de desconfianza hacia lo que ve.
Parece, entonces, haber un intencionado interés por parte del director en utilizar una mecánica dualista de opuestos como método narrativo. Lo bueno y lo malo, lo inocente y lo perverso, lo real y lo imaginado, la vida y la muerte son contraposiciones que se multiplican incesantemente, que luchan por imponerse y generan un compás entre aterrador y complaciente. Tal oposición se continúa en una casi monocromática fotografía; el subyugante contraste entre el blanco y el negro, que son los tonos predilectos para la ambientación, ayudan a componer un escenario profundamente dramático e intenso.
La actriz Natalie Portman encarna magistralmente a Nina Sayers, una atormentada y rigurosa bailarina, con un gran desafío por delante: interpretar al mismo tiempo dos personalidades antagónicas. Si bien lo que compete a la caracterización del cisne blanco, representante de la ingenuidad y la castidad, no le ofrece dificultad, la del  cisne negro, emblema de lo sensual y del engaño, no le resulta tan fácil. La irrupción de otra bailarina, la desinhibida Lily (una carismática Mila Kunis), su potencial reemplazante, la afecta de sobremanera, promueve en ella una sensación de inseguridad y paranoia. En este espacio refinado y grácil de la danza, los cuerpos de ambas confirman la brecha emocional que las separa: frente al cuerpo flagelado por la autoexigencia y la locura de Nina, tropezamos con la espalda  tatuada casi en su totalidad de Lily, y este detalle no es menor, debido a que claramente sugiere una personalidad regida por la despreocupación y el placer.
Dos personas más contribuyen a hacer de la vida de Nina un gran sufrimiento, por un lado, su entrometida y manipuladora madre (Barbara Hershey), y por otro, el exigente director de la compañía, Thomas (el gran actor francés Vincent Cassel), quien a pesar de utilizar tácticas un tanto cuestionables para hacer emerger en la reprimida Nina su costado seductor, confía en su gran talento, pero le advierte: “La perfección no sólo es control sino también dejarse llevar”. El cisne negro puede leerse, entonces, como una fábula moderna en clave de drama psicológico, donde la obsesión desmesurada por la excelencia artística sólo desembocará en un paulatino viaje hacia la autodestrucción.

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