NEGOCIAR
Por Ana Guerberof*
Cuando pienso en negociar, y este mes me entregué a esta práctica sin descanso, siempre recuerdo a un novio quien, ante una discusión, me espetó: “Pero vos, vos lo que querés es negociar”. Como si descubriera la solución a un enigma milenario. Algo sorprendida por esta aclaración a lo obvio, ¿no había que negociar para vivir?, respondí: “Sí, claro, podría decirse que estamos negociando”. Entonces él, mirando la taza del cortado con cierto aire solemne, sentenció: “Es que yo no negocio”. Cuando una parte no negocia es como bailar un tango solo, no funciona. A veces la palabra se asocia, en su etimología más estricta, a comerciar. Sin embargo, negociamos por casi todo y con casi todos. Existen distintos tipos de negociación y estilos de negociantes pero se trata, a fin de cuentas, de alcanzar un objetivo con la otra parte, sabiendo que seguramente ninguno conseguirá lo que desea sino una tercera vía que sólo el tiempo validará. Al carecer de una bola de cristal, negociar es un arte que puede resultar extenuante y, en ocasiones, ingrato.
En 1921 Michael Collins negoció el Tratado anglo-irlandés durante el proceso de independencia de la república. Como resultado de esa negociación, cedió seis condados del norte, Ulster, al Reino Unido. A su regreso, se encontró con que esa decisión le valió una escisión interna y el inicio de una guerra civil entre los favorables y detractores al tratado, que se prolongó durante cuatro largos años. Eamon De Valera encabezó la oposición y según las malas lenguas, en realidad según casi todas las lenguas, mandó a asesinar a Collins en Cork. La dichosa negociación le costó la vida (como había vaticinado él mismo) y originó no pocos consabidos problemas en la isla. Lo que reafirma mi idea de que negociar no es moco de pavo.
Tuve presente a Michael en estos días mientras leía las noticias de Túnez, primero, y de Egipto, después, porque pensé en lo complicado que sería negociar estas transiciones. Por un lado, se presenta la oportunidad de democratización pero, por otro, la presión de terceros dentro y fuera del país (como Estados Unidos, Israel y la Unión Europea con serios intereses económicos en la zona) hará que la negociación resulte ardua. No se trata sólo de derrocar a dictadores, que a algunos conviene que se vayan, dejando tras de sí a políticos aliados, sino de alcanzar reformas importantes. La tarea que se presenta en Egipto es de una complejidad de la que recibiremos sólo información parcial y filtrada. La historia mostrará qué caminos se pudieron elegir y dónde hubo que ceder. Muchos esperamos que, sea lo que sea, obedezca más a los intereses de los egipcios -y no precisamente de la minoría enriquecida durante el régimen anterior-, que a los del resto del mundo.
A la mayoría, esta demostración popular nos ha dejado la sensación dulce de que podemos todavía recuperar cierta dignidad. En una época donde parece no contar el voto, ni los derechos, ni la opinión del ciudadano de a pie porque la política obedece a intereses económicos incontrolables y desconocidos, ser testigo de la voluntad de un pueblo unido por conseguir la libertad y con deseos de cambio tan tenaces, consigue emocionar. En España, ante la resignación y quizás apatía ciudadana, ya no sabemos si la jubilación será a los 65, a los 67 o si continuaremos trabajando en un infinito bucle donde se confunda la vida con nuestro valor como elemento productivo de un gran ente, tipo Matrix, que nos fagocite sin que nadie sepa para qué había que producir tantas ganancias o más bien para quiénes. Claro que todos apoyamos a los egipcios porque hacerlo significa apoyarnos a nosotros mismos. ¿Estamos realmente ante el síntoma de un deseo de cambio radical o es sólo un espejismo? Mientras lo averiguamos… ¡Salud, compañeros egipcios y que les vaya bonito!
Y con respecto a aquel novio, por si le quedó la curiosidad a algún lector, digamos que la conversación precipitó el final de un romance y el inicio de una gran amistad donde se negocia más de lo que a él le gustaría admitir, o sea, todo, o casi todo.
* Argentina residente en España.
Muy bueno, Ana. Has negociado esta crónica de maravilla
ResponderEliminarAdorei Ana! Sigue, sigue....
ResponderEliminarBeijos
Tulia