DIARIO ÍNTIMO DE UNA NIÑA QUE CRECE
“STELLA”
Por Lorena Bellesi
bellesi_lorena@hotmail.com
Primer día de clases. Stella no conoce a nadie: nueva escuela, nuevas caras. Una vez en el salón, sentada sola frente a su mesa, evalúa los rostros de sus también nuevos compañeros y, desde ese primer momento, se sabe diferente. Ella jamás formará parte del grupo de los “protegidos”, de aquellos niños cuyos padres los obligan a irse a la cama temprano, “yo no soy así”, afirma. Y rápidamente la directora, Sylvie Verheyde, nos hace saber el motivo por el cual Stella, apenas ingresa al colegio, toma distancia de los demás. Sucede que el hogar de esta niña es bastante particular, sus padres están a cargo de un bar, que a su vez funciona como hotel, lugar de tránsito y residencia de borrachos y perdedores. Frente al disciplinado y normativo ámbito escolar, contrasta fuertemente este otro, lugar de pasiones y pura “jarana”.
Ambientada en la Francia de finales de los años 70, “Stella” es un encantador y muy emocional relato acerca de una niña de 11 años, que está transitando ese camino tan sinuoso y difícil que va de la niñez a la adolescencia. La actriz Léora Barbara interpreta espléndidamente a esta absorta muchachita, dueña de una mirada vacía y al mismo tiempo, según las circunstancias, totalmente profunda y enternecedora. La voz en off de Stella es de una relevancia fundamental. Son sus comentarios, sus observaciones y reflexiones los que sacan a la luz el verdadero sentir de ella, y ésta sólo lo comparte con el espectador. Por tal motivo, la película se vuelve una narración absolutamente íntima, que la cámara acompaña con sucesivos primeros planos.
La vulnerabilidad de Stella sólo es el producto de la falta de contención por parte de los adultos. En general, los “mayores” que la acompañan son presentados como seres irresponsables, indiferentes y hasta abusivos, que amparan los agravios, algunos terribles, que ella recibe. El desamparo se hace palpable en los ojos de la niña, como también su entereza.
Será la amistad la verdadera fuerza motora de sus cambios y replanteos, la que le mostrará que el mundo puede ser un lugar mejor, que depende de cada uno saber aprovechar las oportunidades. Para Stella conocer a Gladys significó no sólo encontrar alguien con quien pasar el tiempo para dejar de estar sola, sino que también descubrirá, gracias a su nueva amiga, el maravilloso y desconocido mundo de la literatura y de los grandes escritores franceses: Balzac, Duras, Cocteau. La emoción de leer, de comprar un libro la desborda y la humaniza.
El universo de ambas niñas no coincide en nada, y eso repercute en el desempeño de cada una en la escuela. Gladys es una de las mejores alumnas, es cordial y generosa. Trata a Stella sin prejuicio y no se burla del rendimiento escolar de su amiga, quien siempre está distraída o simplemente apática. Sus padres son judíos argentinos que emigraron a París. El papá es psiquiatra y hasta escribió un libro, un exiliado político (entona una canción del ERP) de tinte intelectual. La cotidianeidad de Stella, en cambio, está relacionada con la música a todo volumen, con los gritos y la pelea, el humo y el alcohol, con lo popular, con la falta de hábitos, con el caos en general.
Las palabras de los protagonistas jamás resultan forzadas, algunas de tremendo impacto emocional, son pronunciadas como al pasar, en consonancia con el ritmo sosegado con que se desarrolla el argumento. Con una estética que refleja fielmente los setenta franceses, que reproduce la música popular de moda por esos años y la integra al guión, la directora logra una imperdible y entrañable película sobre lo que significa crecer.
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