CONTRATAPA
HOLYFIELD Y GATICA
Por Enrique Medina
Es mi amigo Diego Kenis, albergado con Alejandra por unos días en el Hayat, quien me invita a un desayuno en el hotel para presentarme a “alguien” que quiere conversar sobre mi novela “Gatica”. Ese alguien es nada menos que Juan Larena, ícono viviente de “Combates Space”, genial programa televisivo de box del que soy fanático. Diego hace aflorar en el singular periodista una enormidad de anécdotas de los boxeadores que han sabido dejar su huella en el cuadrilátero. Por el celular, le dice a Alejandra que ya estamos todos, que no se olvide que la Tenaglia es la prologuista del libro y se la espera, que sea responsable, pero parece que ella aún se está peinando. Larena me pregunta de dónde saqué esas fotos que puse dentro de la novela, esas de Evita con el pelo suelto, tan eróticas y conmovedoras, y las de Perón practicando box. Antes de que le responda nos dice que Holyfield lo está esperando. ¿Me estás cargando?, le digo, ¿Evander Holyfield?... Sí, el mismo. Dejamos el desayuno sin terminar y descendemos hacia la entrada. A mí se me cruzan las pestañas que me quedan, le doy la mano y no sé si mirarle la oreja que le mordió Tyson convirtiéndolo en el Van Gogh del box, pedirle un autógrafo, o preguntarle en mi tarzanesco inglés quién es esa belleza que lo acompaña. Larena me aclara que es su abogada. Se lo ve impecable, un Súperman de mármol ebanado. Larena me presenta con las mejores credenciales de un Gatica revivido. El gigantón sonríe, y yo le cuento que mi padre también fue boxeador y que Gatica tuvo una implicancia social fuerte. Él toma el libro y lo hojea. Se detiene en la foto donde a Gatica lo bautizaron Joe. Me lo señala. Trato de explicarle quién fue y le menciono a Ike Williams que lo derrotó para siempre. Me informa que a Williams acaban de hacerle una escultura. Le pregunto atropelladamente si al resistir los primeros golpes de Tyson ya sabía que podía ganarle, si quedaron amigos o no se pueden ver, si aún sigue interesado en la religión. Como alargo el rollo innecesariamente, Diego, ya con la camarita en la mano, le pregunta si le molesta que nos tomemos la foto para la historia. Sonríe complacido, mucho mejor que Tyson como bailarín. Diego nos ordena: yo a la izquierda, Larena a la derecha y la pareja en el medio. Y Holyfield disciplinado en la generosidad de los grandes me pone la mano en el hombre y me dice: “para que vean que somos amigos”. Oh, sí, por supuesto. Y nos reímos todos. Llega el auto. Me invitan al paseo. No puedo. Debo ir al Hospital Español porque tengo internada a mi mamá, ya en los 92 pirulines, y que por suerte nos turnamos con mi hija para cuidarla. Larena le traduce mi inglés atropellado y Holyfield deja de sonreír, levanta el pulgar y guiña un ojo amistosamente, que se mejore, sí, seguro. Con Larena nos damos un abrazo de despedida, mientras me dice que tiene planes para un libro de recuerdos y anécdotas sobre su experiencia en el mundo del box. Parten. Che, Diego, ¿sacaste bien las fotos, no?... Por supuesto que sí, terminemos el desayuno. Volvemos a la mesa y la encontramos a Alejandra, bien cepillada, bebiendo el jugo de naranja. Diego le dice que por lerda se lo perdió a Holyfield. Ella, primero cruza esas piernas únicas y absolutas que en cualquier ring vencería por nocaut a todos los campeones mundiales juntos apenas insinuara cimbrear las caderas, luego, casi en cámara lenta, desparrama el pelo en la espalda, y, por fin, con ese desgano teatral y letal que tanto inquieta, de yapa, compasiva y brutal, sin dejar de mover la cucharita en el café, se digna mirarnos, para verificar el dominio del último renglón, su categoría de personaje irremplazable, despótico y absorbente. Pero la jorobo. Me niego a dejarle el cierre. Holyfield y Larena se la perdieron. Pero Gatica se quedó. Aún con posibilidades.
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