Por Mariano Fernández
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Los pibes de Cromagnon, murieron asfixiados por ácido cianhídrico. Víctor Choque, Maxi, Darío y un largo etcétera por heridas de arma de fuego. Los estudiantes que se manifestaban en Chile por la educación y resultaron violentamente reprimidos, no tenían la culpa. La culpa -señalaban algunos sin ponerse colorados- era de los padres que no sabían dónde estaban sus hijos. Marita Verón fue responsable de ser atractiva para los tratantes de blancas, y desapareció. Lucas murió por viajar de manera irregular. El chofer del tren no tenía la pericia necesaria. Los jóvenes que trabajan 14 días corridos a 5000 metros sobre el nivel del mar en La Lumbrera, y dejan los pulmones en las rocas, tienen la culpa de ser pobres. La Barrick Gold que los emplea, trae el progreso; el cianuro tan negado, viene solito en camiones. Si nos oponemos a Osisko, la minera canadiense que cambiará trabajo y bienestar por el oro y el futuro de los pibes, seremos los responsables del atraso y del hambre en nuestra pre cordillera. Todo por tu culpa, por la mía, por la de los que vendrán. La víctima con un doble rol de victimario, sin siquiera la redención que otorga la muerte, sin poder redimirse frente a sus semejantes. Hasta el cliché de decir o pensar que los argentinos tenemos los gobiernos que nos merecemos. Una forma más de endosarnos la culpa de las cosas. La lógica de la responsabilidad del muerto, del golpeado, del desaparecido, del violado, se nos impone desde la superestructura. ¿Cuántos controles que no se hicieron son en realidad el porqué de muchas cosas? ¿Quiénes son los legisladores que permitieron que se saqueen nuestras riquezas por el 3% de comisión?
Las coimas, las prebendas, la conveniencia y el silencio cómplice, son de fondo los culpables. El ansia desmedida por la renta, que es la razón del modelo después de todo, está detrás de cada muerto. ¿Cuántas vidas jóvenes hubiéramos ahorrado por tener funcionarios honestos, políticos que cumplan con la patria (la nuestra) y una justicia certera y ciega? Dejemos de buscar entre nosotros cada vez que una tragedia nos sacude. No es que no tengamos responsabilidad alguna, pero lejos estamos de tener la responsabilidad toda. La carga del Estado, que parece diluirse en los discursos, es siempre siempre siempre, cualquier sea su color político, mucho mayor. Un Estado que actualmente pretende querellar a una empresa que debía controlar. Una empresa subsidiada que no invierte en el servicio. Y subsidios que van a parar a la timba financiera. Lo mismo en La Lumbrera, en Belén, en Once, en Cromagnon, en nuestras rutas saturadas. Ya basta de nuestra culpa, de nuestra maldita culpa. Ellos, los que realmente toman las decisiones grandes, deberían algún día responder.
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