MAESTROS
Por
Carina Sicardi / Psicóloga
casicardi@hotmail.com
“Maestro es aquel que es capaz
de enseñar lo que para él ya es mentira”, dijo Lacan. Y setiembre se presenta
ya con una duda para quienes han transitado el sistema escolar con las reglas
ortográficas marcadas a fuego, como yo: ¿es setiembre o septiembre?
El
aprendizaje surge siempre con la antelación de la duda. Lo adquirido, aquello
que nos aparece como dado, no merece ni siquiera un momento de reflexión en
nuestras cansadas cabezas llenas de conocimientos vanos, saberes que, por no
resultarnos trascendentes, los mandamos casi sin tiempo de evaluación, a la
papelera de reciclaje.
Ahora
pienso que quizás esté llena, y que sería bueno hacer una revisión de aquello
que en el minuto que apareció, fue descartado sin lugar a dudas. Literalmente
hablando. No damos lugar a la duda. Compramos conceptos dados por quienes se
presentan en frente nuestro y ocupan el lugar de saber: el maestro.
Desde
el absolutismo del saber no hay conocimiento nuevo. Todo está dado. Así se
toma, así se evalúa. No hay construcción sino repitencia de un concepto que otro
ha pensado por uno.
Y
es así. A alguien habrá incomodado “septiembre”, escrito con “p”. Otros se
habrán pronunciado a favor del famoso dicho: “Si toda la vida se escribió así…”
Y seguramente habrá también quien alegue que en esta zona, las consonantes
intermedias y finales son una incómoda intromisión lingüística, sólo destinada
a ser pronunciadas por facultativos que las utilizan con el único objetivo de
diferenciarse, de ocupar el famoso estrado simbólico desde el cual se ostenta
aun hoy el saber de unos pocos. En boca de los cuales, libertaD se transforma
en libertaT, pero no importa, por lo
menos se diferencia de la popular libertá', tan repetida en nuestro Himno
Nacional, cantado a viva voz en los actos escolares, con lágrimas en los ojos
de los que todavía nos emocionamos viendo la unión de las voces conformando un
improvisado coro de dormidas y obligadas voces matutinas en feriados pactados.
Nadie
se cuestiona ya sobre el origen del himno. Ni si Parera era el autor de la
letra o de la música; o si Vicente López y Planes era una o dos personas. Se da
por sabido que ese que se canta cuando las banderas flamean en lo alto es el
“verdadero”, porque así lo cantamos desde pequeños. Pero en realidad era mucho
más largo en la partitura de Parera y en los versos de López y Planes.
Imagínense
la pavura de los autores si pudieran escuchar que, debido a la falta de tiempo
en la que vivimos, hoy se resume el himno tan sólo en la introducción,
popularizada en los comienzos de los partidos de nuestras selecciones, en donde
la letra se traduce en un: oh, oh, oh, ooohh!!!
Los
detractores de siempre, los refutadores de leyendas de los que habla Dolina,
dijeron que a los jugadores no les importaba la Patria, ya que no cantaban el
Himno… Detalle: nunca se cantó la introducción, ni siquiera en los orígenes.
Es
que siempre cuesta adaptarse a los cambios de saberes. A lo nuevo. Si sumamos
además que la normalidad es lo que hace o piensa la mayoría, estamos
complicados.
De
no darnos siquiera la posibilidad de escuchar lo que el que piensa diferente,
puede enunciar, aún estaríamos sosteniendo aquello de que la Tierra era el
centro del universo. Si no podemos sentarnos a debatir verdades absolutas, vamos
a seguir pensando que el saber está sólo en los que pueden interpretar lo que
otro escribió en un libro cuyo nombre conocemos pero que duerme en lo alto de
un estante de una empolvada biblioteca…
Amo
los libros; respeto el tiempo y la sabiduría de aquellos que pensaron y dudaron
antes que nosotros respuestas sobre saberes dados; y admiro a aquellos que
aceptan la duda después de recorrer las certezas de otros sabios.
Y
apuesto a los maestros como posibilitadores de nuevos conocimientos,
respetuosos del saber y del otro, conscientes de la marca de la palabra en
quienes en ellos confían. Con toda la responsabilidad que
eso implica. Por ello, entre otras cosas, les deseo que tengan el 11 de
septiembre, un muy feliz día.
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