LA TIERRA I
Por Sergio Galarza
sergiogalarza62@gmail.com
Solemos decir que Saturno, por elegante,
es el mejor vendedor de telescopios del mundo; Marte destella color sangre y el
Lucero alumbra con furia tal que lo asociamos a Lucifer, el ángel más hermoso
arrojado a la Tierra.
Esta última, tonal zafiro, con sus
nubes y sus ocasos, luce, en la era de las comunicaciones, como el planeta más
bello del sistema.
El Planeta aglutinó a partir de
partículas de cierta densidad que el viento solar no pudo empujar lejos, los mundos
terrosos orbitan cerca al sol por la densidad de sus componentes. Pon sobre una
mesa recortes de cartulina, goma eva y monedas; sopla luego sobre ellos: el
papel se irá, acaso la goma; las monedas no. Las retendrá su densidad o mayor
inercia. Aglutinar quiere decir que, en una masa sin forma, algunas regiones se
tornan más espesas que otras. Toma un bol de harina y le agregas agua para
preparar una piza: en los sitios húmedos la masa aglutina y has de revolver
mucho para homogeneizarle. En nuestro sistema primordial, una nube de
partículas sólidas y gases envolvía al sol nuevo; este sopló con fuerza; los
gases huyeron lejos y allá se formaron los gigantes Júpiter, Saturno, Urano y
Neptuno; acá los pequeños de piedra Mercurio, Venus, Gea y Marte.
Poco después de este proceso sucedió
algo muy común en todo sistema, aunque las pelis de ciencia ficción le muestren
en clave apocalíptica, y fue todo lo contrario, nos dio las condiciones para la
vida.
Apenas formada Gea, un cuerpo de la masa
de Marte impactó con ella.
¿Pueden imaginar el destello, la
luminosidad en el cielo?
Si en otro planeta hubiera habido
seres curiosos estos habrían presenciado un espectáculo maravilloso que alumbró
el sistema interior por centenares de años (nunca podrían haber oído nada pues
el sonido no se traslada por el vacío).
De esta colisión surgieron al menos
tres características de Gea actual: las estaciones, un núcleo denso y aún
activo, y Luna.
El cielo es increíble, sí. Pero no sólo
allá lejos. Es increíble acá, debajo de tus pies. Cinco mil kilómetros por
debajo de tu silla aún laten, calientes y líquidos, silicatos y materiales
ferrosos de aquel desconocido mundo que nos impactó un día, el cual, al
fundirse por el choque, nos dio su masa y que, por el común rebote de guijarros
livianos, formó un anillo de rocas que coaguló en el satélite que llamamos Luna.
Las tres características que mencioné
son muy importantes.
Las estaciones se producen desde la
colisión porque el eje de giro del planeta quedó inclinado con respecto a su
órbita. Por su parte, el núcleo activo genera campos magnéticos y calor. Los
primeros son un escudo contra la furia del astro Rey y por ello hay la
posibilidad de vida en superficie. Las atmósfera e hidrosfera serían barridas
por el sol sin dicho campo, ese mismo que mides con una brújula.
El calor, por radiar hacia superficie,
produce tectónica de placas (el quiebre, movimiento y renovación de la
litosfera o capa de roca), origen del ciclo del carbono que garantiza la vida.
Todo calor migra desde lo denso a lo menos denso, es ley universal. Fíjate que
cualquier astro es una escalera de densidades, desde lo más pesado sito en los
núcleos hasta lo más liviano, enrarecido en las periferias. Pasa esto hasta en
el pavimento de Chabás: las rocas abajo; la arena y el cemento arriba, en la
capa de rodaje.
Continuará…
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