Peligros de lo simple



“DESDE EL JARDÍN”

Por Julieta Nardone
julietanardone@gmail.com

En el mes de la primavera, compartimos este singular libro del escritor polaco Jerzy Kosinski (1933-1991). La estación que se avecina siempre nos remite a la energía vibrante de la naturaleza: olores, brisas, colores. El resplandor sin pausas de las jornadas de sol. La novela, a decir verdad, no alienta precisamente lo que dice “un espíritu primaveral”; pero una cadena de malentendidos provoca una metáfora naturalista que no para de germinar a lo largo de toda la trama. Al fragor de ese desplazamiento de sentidos, el jardinero Chance, en un lapso brevísimo de tiempo pasa de ser un don nadie, un sujeto despersonalizado, a un hombre famoso y codiciado por la sociedad americana.
El personaje vive en cautiverio toda su vida hasta que muere la persona que desde niño lo había acogido en su mansión. Sin contacto alguno con el exterior, sus días transcurren plenamente integrados a los ciclos naturales, y ajenos a todo dispositivo sociocultural. Salvo su inclinación casi viciosa por la TV. Chance (nombre parlante, sin duda) no era más que un simple servidor, sin documentos y sin historia, que sólo experimentaba la realidad a través de la criba de la pantalla: “La televisión refleja sólo la superficie de la gente, pero al hacerlo les va arrancando las imágenes de sus cuerpos para que sean absorbidos por los ojos de los espectadores, desde donde no pueden regresar jamás, condenados a desaparecer”. En absoluta soledad, apenas asoma al mundo; en su primera caminata por las calles de Manhatan, es atropellado por la esposa de un magnate de Wall Street, quien decide llevarlo a su casa para cerciorarse de que el daño no ha sido grave. A partir de allí la maraña de sobrentendidos altera por completo la situación; Chance es interpretado como la suprema autoridad en los planes y variables económicas: “Mientras no se hayan seccionado las raíces todo está bien y seguirá estando bien”. El jardinero puede hablar de su única experiencia, su único radio vital: el jardín. Donde los otros interpretan estrategias políticas, él opina con austeridad y simpleza sobre tallos y plantas.
Por cierto, el libro es una verdadera explosión de significados en busca de expresar el patológico maridaje que va de la autoridad moral y la corrección política, al reconocimiento y la obsesión material. La sociedad mediática, el sistema democrático, el orden liberal son los campos que alojan la mayoría de los sentidos, centralizando los discursos; e incluso, asimilando aquellos que pertenecen a otra cosmovisión, hasta volverlos incapaces de expresar otra referencia que no sea la de sus criterios y provechos: “¡Un jardinero! ¿No es acaso la descripción perfecta del verdadero hombre de negocios? Alguien que hace producir la tierra estéril con el trabajo de sus propias manos, que la riega con el sudor de su frente y que crea algo valioso para su familia y para la comunidad… Un hombre de negocios productivo es en verdad un trabajador de su propia viña”.
También, podríamos pensar que (en una dimensión menos sociopolítica y, quizás, más existencial) el libro abre otra herida: la imposibilidad de la comunicación auténtica. Ellos hablan el mismo idioma, el mismo código, pero la configuración de sus lenguajes parece haber recortado y articulado porciones totalmente diferentes de lo real para su representación. Al contacto de la palabra, sus esferas siguen sin tocarse.
En un estilo lacónico, sereno -y en oportunidades frío y neutro como el mármol-, el narrador consigue ubicar al lector como espectador privilegiado; dando cuenta de los más profundos pensamientos de los personajes sin ningún tipo de censura ni valoración agregada. Del mismo modo, logra hacer que las interpretaciones y sentires habituales de los sujetos que giran en torno al humilde e ingenuo jardinero, no parezcan cínicas ni especuladoras. La indiferencia y el tono monocorde destacan, sin embargo, con mayor intensidad los  ángulos turbios de la “normalidad”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario