Por
Ana Guerberof
ana.guerberof@gmail.com
Desde
España
Hanan Mahmoud Abdul Karim
vive en Amán, Jordania. Tiene treinta y seis años, y hace tan solo cuatro días,
tuvo a su primer hijo en una clínica privada del centro de la ciudad. El niño
al que quieren llamar Abdul, en honor a su bisabuelo, pesó al nacer nada menos
que 4,8 kg. El día 24 de abril el ginecólogo de Hanan decidió practicarle una cesárea
porque el niño no estaba bien colocado, venía de nalgas.
Cuando le dan el alta en
el hospital, le informan que se sentirá cansada durante la primera semana pero
que luego todo volverá a la normalidad. Hanan nunca imaginó que ese cansancio
le impidiera casi moverse. Sí, piensa, está feliz por haber tenido al
primogénito que tanto deseaba y que tanto había tardado en llegar, pero le
cuesta compartir la alegría de sus familiares y amigos. A veces le duele hasta
reírse. Da gracias a Alá por su pequeño milagro y le pide que le dé fuerzas
para recuperarse. Por ahora, su madre, Majeda, se encarga de todas las tareas
del hogar mientras ella intenta aprender a darle el pecho a su hijo que siempre
parece tener hambre, justo al revés de lo que le ocurre a ella.
Al segundo día de estar
en casa, Hanan siente unos fuertes dolores abdominales que ella piensa son
debidos a la operación y el agotamiento. Hanan duerme una media de tres horas
diarias. Decide, entonces, que se recostará un rato en la cama mientras Majeda
le prepara una tisana. Sólo necesita descansar. Cuando Majeda vuelve a la
habitación, encuentra a su hija muy pálida y a su nieto llorando. Hanan no
puede casi moverse y suplica a su hijo que deja de llorar. Pero el niño pasa de
un llanto quejoso a un berreo desesperado. Su abuela intenta tranquilizarlo sin
éxito así que lo coloca en el regazo de su madre mientras ayuda a su hija a
darle de mamar. Así, logran que se tranquilice durante unos momentos.
Los dolores abdominales
no cesan, Majeda advierte que su hija pierde en ocasiones el conocimiento a
causa del dolor y decide salir a la calle y pedir a un taxista que la ayude a
llevar a su hija de vuelta a la clínica para que la examinen. Desde el taxi,
llama a su yerno, Jamal, quien casi no puede entender las explicaciones de la
suegra porque su hijo ha comenzado a llorar de nuevo y el ruido es ensordecedor.
Finalmente, quedan en encontrarse en la puerta de la clínica.
Una vez allí, el médico
de guardia les explica que los dolores son frecuentes en los casos de cesárea y
que tanto Hanan como su hijo se encuentran en un óptimo estado de salud y añade
que el ginecólogo realizó un gran trabajo teniendo en cuenta la posición tan
complicada del feto. Se deben considerar afortunados, les dice. Majeda insiste,
presiona, vuelve a explicar que su hija ha perdido el conocimiento por el dolor
y pide que la ingresen. Pero el médico la invita a que se tranquilice y que
vuelvan todos a casa, así, en ese ambiente de comodidad, aclara, la
recuperación será más rápida. Jamal le dice que es mejor que se vayan.
En el camino de vuelta,
Abdul deja de llorar y se queda dormido plácidamente en el coche de su padre.
Sin embargo, Hanan se sigue quejando del dolor y comienza a decir frases
incoherentes, y a gritar: «¡Quitadme al diablo! ¡Quitádmelo! ¡Alá, ten piedad
de mí y haz que me ayuden!» Majeda toca el vientre de su hija —que todavía está
abultado— y siente una vibración. Esta se detiene unos segundos y luego vuelve
a reanudarse. Tras varios intervalos, la vibración finalmente se detiene.
Majeda y Jamal se miran unos instantes y llegan a un acuerdo tácito. Jamal da
un volantazo, gira a la izquierda en Príncipe Al Hasan y toma Al Taj hasta
llegar a la puerta de urgencias del hospital público Al Bashir.
El equipo de urgencias de
Al Bashir examina a Hanan, escucha la explicación de sus síntomas y decide
hacerle una radiografía. Los médicos descubren atónitos un objeto extraño –demasiado
parecido a un celular– en el abdomen de la mujer y deciden operarla de urgencia
esa misma tarde. Durante la operación, extraen el objeto que es, en efecto, un
teléfono de una conocida marca de celulares con múltiples llamadas perdidas. Por
fin, Hanan está fuera de peligro.
El despistado ginecólogo acude
ese mismo día al shopping Taj Mall para adquirir el último modelo en celulares
porque no puede recordar, por mucho que lo intenta, dónde extravió el anterior
y, la verdad, es que sin el celular se siente como perdido.
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