DOSTOYEVSKI
Por
Julieta Nardone
¿Quién
no confió alguna vez en la suerte? ¿Acaso existe la persona que, de tanto en
tanto, no haya cerrado su pensamiento amontonado de conjeturas y dudas con un
firme “que sea lo que tenga que ser”? Esa
apuesta “al desnudo” nos concede la rara seguridad de una confianza infundada,
que cuanto mucho podría sostenerse en un pálpito; pero sin duda, se basa primordialmente
en un no-saber. Necesitamos, ante todo, remarcar esto: para confiar de verdad en el azar es preciso que no se sepa -ni se
pueda saber- lo que sucederá. El devenir como caos, como fragmento sin
secuencia. Fiarse por entero a la suerte. ¿Acaso el azar sabe? Un jugador compulsivo apostaría hasta su propia
cabeza para aseverarlo. Se trata, entonces, de afirmarse en el azar, como el guerrero antiguo que leía en el cielo la
fecha exacta de la próxima batalla… O como el hombre de otros tiempos que interrogaba
a las fuerzas de la naturaleza para ordenar sus ciclos de vida.
Y
el jugador se ve impulsado, desea, arde
en llamas, por saber.
Y
el jugador -para su desgracia-, busca, pregunta,
con dinero.
Y
si acaso llegase a ganar, el jugador se siente tocado por la fortuna: es el amo del azar.
El
escritor ruso Fiódor Dostoyevski (1821-1891) escribió la novela corta “El
jugador”. Alexéi Ivánovich encarna ese imperio frágil del deseo por ganar.
Jugar por y para uno mismo: allí la omnipotencia;
la absoluta garantía en los favores del
destino. [i]
Es
notablemente manifiesta y vigente la maestría del ruso en el tratamiento de la
psicología de sus criaturas. Su arte reside en haber fabricado personajes que
son auténticas obras humanas. El libro nos lleva de las narices a través de un
imponderable suspenso, que va de la apuesta ganadora al vértigo del vacío ante
la pérdida total; una sucesión de episodios de tensión y alivio que nos impulsa
casi a gritarle al protagonista que ya es suficiente, que se retire de escena
cuanto antes. El movimiento audaz de ese zarandeo parece revestir al juego de una
especie de carácter épico: “Aquí, una
familia vive en la más absoluta esclavitud y obediencia al Vater (padre). Todos trabajan como bueyes y ahorran
dinero como judíos (…) Ya ven ustedes, prefiero entregarme al libertinaje a la
rusa o hacer fortuna a la ruleta. No quiero convertirme en Hoppe y Compañía
dentro de tres generaciones. Necesito el dinero para mí mismo; yo no me
considero como una especie de apéndice necesario del capital”.
Alexéi,
por si fuera poco, vive un amor turbulento por Polina Alexándrovna, la hija del
general para quien trabaja como preceptor. Como la ruleta, esa relación tiene
la intensidad poética y el sabor a muerte de una pasión violenta, que lo
arrastra a proceder a ciegas, sin llegar nunca a comprender del todo las
demostraciones turbias, y hasta algo perversas, de la mujer: “Yo temía que ella viera en mí, lo que
aquella emperatriz antigua en sus esclavos, ante los que se desnudaba por no
considerarlos humanos”.
En
otras capas de la trama, el autor hace brotar una valoración descriptiva a
manos de los propios personajes sobre el espíritu del pueblo ruso, como así
también el carácter nacional de distintos países en las voces y posturas que
van adoptando los seres diversos que desfilan por la novela: un francés, un
inglés, ciertas figuras alemanes, entre otros.
Toda
la atención dostoyevskiana, puede sintetizarse en el interés por la naturaleza
humana. Momentos críticos, y verdaderamente éticos
en los que afectan al cuestionamiento, presencia o falta del otro; conflictos desde donde se plasma
ese elemento simbólico e inconsciente del hombre, hasta cierto punto
insondable, fatal y cambiante.
[i]Las reflexiones
de los primeros párrafos se deben a la lectura desprolija de un interesante
ensayo psicoanalítico perteneciente a René Tostain, titulado “El jugador”.
Consultado en mayo de 2015 en: http://www.con-versiones.com.ar/nota0513.htm#a
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