Por Alejandra Tenaglia
Harta
de ver noticias en los medios, de mujeres asesinadas o violadas o sobreviviendo
a golpizas propinadas por hombres con quienes, en la mayoría de los casos,
tienen o han tenido una relación afectiva. También por desconocidos, claro. Y
ni hablar de los padres, hermanos, tíos y demás familiares sanguíneos o políticos,
sumergiendo nenas en infiernos ardientes e indelebles, siempre a la sombra de
alguna complicidad por cobardía.
Harta
de ver jóvenes masacradas que luego son descartadas en bolsas de residuos a la
vera de algún camino, como quien se desliga de un envoltorio de galletitas que
se ha vaciado.
Harta
de escuchar historias de empujones, cachetadas, patadas, piñas ejecutadas por
maridos disconformes con tal o cual proceder de sus compañeras. Minimizadas,
esas historias, por propios y ajenos, como si pertenecieran al folklore natural
de hogares que van desde el porcelanato al piso de tierra, ofrendando un
espectáculo que repite su esencia aunque cambie el escenario y el sonido ambiente.
Harta
de las sentencias emitidas por hombres, según las cuales: “una mujer de verdad
tiene que ser… así o asá”. Frase replicada por cientos de mis congéneres,
lamentablemente.
Harta
de que no podamos evolucionar hacia el respeto mutuo, más allá de los genitales
que portemos. Harta de que se siga festejando al mujeriego como un “vivo”
bárbaro, mientras a la mujer que despliega igual papel se la llama, lisa, llana
y despectivamente: puta.
Harta
de ver gráficas fotoshopeadas para lograr siluetas consideradas “ideales”, que
vehiculizan creencias disparatadas acerca de la perfección humana.
Harta
de los programas de televisión que siguen usando a chicas semi desnudas como
decorados silenciosos que reflejan un paradigma degradante.
Dolorosamente
harta de ver imágenes de nenas en posturas supuestamente sexys, que parecen
ofrecerse como un pote de yogurth en la góndola de las redes sociales.
Ser
mujer, es ser.
Ser mujer
es, simplemente, ser.
No
hay que tener piernas lindas tetas
grandes cola redondeada rostro estandarizado pelo espléndido modales determinados
por tres o cuatro cráneos que se piensan que hay posibilidad alguna de
convertirnos en muñequitas articuladas a medida de sus fantasías. No. Hay que
simplemente ser.
Tampoco
hay que hacer esto o aquello para
ganarse ese título. No se es más mujer porque se lave, planche, cocine, limpie,
cosa, todo muy bien y sin chistar porque ese listado figura entre los deberes
innatos que algunos otros cráneos, nos endilgaron como requisitos
indispensables para ser valoradas. Más abrir las piernas siempre que el hombre
lo pida, claro.
¿Cuántos
tipos abusados conocen, por haber salido a la calle con una remera apretadita?
¿Qué muerte masculina fue justificada por haberse ido el muchacho de mochilero
o por hacer dedo o por sonreír demasiado o por dar charla a una mujer
desconocida? ¿Son muchas o pocas las madres que les repiten a sus hijas que lo
importante es ser buenas personas, mientras se acomodan una y otra vez el
cabello frente al espejo? Que sus nenas bajen unos kilitos o vistan a la moda,
¿les importa tanto como que cultiven el intelecto o se expresen a través de las
artes? ¿Por qué las revistas de mayor venta, son esas en las que aparecen como
famosas chicas que lograron ese podio teniendo sexo ante las cámaras de Gran
Hermano o casándose con un futbolista? Algo no anda bien. Algo hay que cambiar.
Algo hay que desarticular en ese imaginario perverso que aún rige en pleno
siglo XXI.
Rompamos
con tanto mandato nefasto que coarta libertades, impide el florecimiento de
personalidades, esconde autenticidades detrás de hipócritas caretas que
propician de a montones insatisfacciones e infelicidad, y además matan. Sí,
matan. Una mujer muere cada 30 horas por estos mandatos que no podemos
desterrar. Y no intento aquí un manifiesto feminista ni en contra de los
hombres. Es un pedido asexuado, un llamado a la reflexión general, un ruego si
es necesario. Abramos la cabeza, por favor.
Ser
mujer o ser hombre, es ser humano.
Nada
más, ¡y nada menos que eso!
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