Por Ana
Guerberof
ana.guerberof@gmail.com
El fin
de semana fui a visitar la Colección Phillips instalada temporalmente en
Barcelona. Esta colección reúne sesenta obras de artistas del SXX entre las que
se incluye la del pintor francés Maurice Utrillo, hijo de la gran artista Suzanne
Valadon. Suzanne fue una reconocida pintora de la belle époque que, sin
embargo, cayó posteriormente en un cierto olvido. Por eso y sin dudarlo, decidí
subirme allí mismo a mi máquina del tiempo para hacerle esta entrevista.
Nace en
Bessines, un pueblo cerca de París, en 1865. Sus comienzos son más que humildes
y, sin embargo, se convierte en una pintora excepcional.
Sí, yo soy hija natural. De
hecho, mi madre, Madelaine, era costurera, lavandera, servía. Nunca supe quién
fue mi padre. Con cinco años, nos trasladamos a Montmartre. Un barrio que vivía
una transformación artística; estaba en ebullición total. Tuve mil oficios
—incluso trabajé de acróbata en el circo, pero un accidente me obligó a
dejarlo— hasta que el pintor Pierre Puvis me propone ser modelo para sus
cuadros.
Y se
convierte en modelo y amante de Renoir; Toulouse Lautrec; Erik Satie le pide
que se case con él… Montmartre se rinde a sus pies.
¡Es que era tan joven! Pero
a mí siempre me había gustado la pintura, así que no solo posaba, sino que
observaba la técnica y después la copiaba en casa. Aprendí rápido de Lautrec
que era una persona extremadamente generosa, él me presentó al maestro Degas
quien me animó a que siguiera pintando. “Eres una de los nuestros”, me dijo. El
mejor día de mi vida. Fuimos grandes amigos, le debo muchísimo. ¡Ay, Erik! Era
demasiado celoso, tuve que rechazarlo.
A los 18
años tiene un hijo natural, Maurice, que luego fue reconocido por Miquel
Utrillo. Sigue pintando…
Sí, mi madre me ayudó a
cuidar a Maurice y Miquel lo reconoció algo más tarde. Yo posaba y pintaba sin
parar. Se me criticaba porque no intentaba idealizar la figura humana, sino que
pintaba cuerpos desnudos, tanto de mujeres como de hombres, en posturas
naturales. Era poco habitual.
Aun así,
en 1894, se convierte en la primera mujer que expone en la Société Nationale
des Beaux Arts. Todo un hito.
Por entonces ya había
comenzado a pintar con óleos y el maestro Degas me animó a presentarme.
Increíblemente me aceptaron.
La estabilidad económica viene de la mano de su casamiento con Paul
Maussis que era un rico financiero. ¿Aumenta su producción?
No sé si aumenta, pero
consigo pintar con más tranquilidad. Nos trasladamos al campo con Maurice, aunque
él nunca se adaptó. Volvió a París, sus problemas mentales continuaron y
comenzó a beber en exceso. Para que dejara esa etapa destructiva, lo animé a
que pintara.
Se la ha
acusado de haberlo explotado para ganar dinero. ¿Qué hay de cierto en ello?
Nada. Siempre alenté a
Maurice a pintar porque se encontraba mejor así. Sin proyecto, se emborrachaba
hasta perderse. A veces, alguien llamaba al timbre para traerlo porque se lo
habían encontrado tirado en la calle. La pintura lo salvaba. Además, yo ya
había triunfado como pintora cuando él empezó.
Usted se
divorcia de Maussis y se va a vivir con el mejor amigo de su hijo, André Utter,
que era 20 años más joven. Un escándalo.
Yo venía de tan abajo que
la burguesía no esperaba menos de mí [Se ríe]. Fue Paul [Maussis] el que me
pide el divorcio cuando ya no soporta la relación con André que yo nunca
oculté. André vendía tanto los cuadros de Maurice como los míos. Estuvimos más
de catorce años juntos y conseguimos volver a vivir bien.
Pero
finalmente las relaciones en ese triángulo se deterioran…
Mi hijo se casa y se va de
casa, aunque nunca consiguió recuperarse. André siguió su vida, y es que
nuestra diferencia de edad así lo exigía. Yo me sentía afortunada siempre que
pudiera vivir pintando. Y lo logré.
En 1938, Suzanne sufre un ictus
mientras pinta y muere horas más tarde. Aunque su hijo la eclipsa como artista,
existe un renovado interés en su obra caracterizada por su originalidad y
fuerza, un claro reflejo de su personalidad y de su vida.
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