Por Carina Sicardi / Psicóloga
La
demanda de la gente a los empleados de mesa de entrada de los efectores de
salud es, no sólo diversa sino casi como un pedido de adivinación: sobre sus
dolencias, profesional al que se dirigen, y hasta la medicación que están
tomando.
Hacia
esa mesa de entrada llegó un día Romina. Su cabeza gacha, escondiendo la
belleza que aún así se dejaba ver; y sus hombros como cayéndose del cuerpo,
acompañaban el gesto de sentirse vencida. No quería ser mirada, necesitaba
hacerse invisible… Pero un deseo incluso más fuerte que ella misma, la llevó a
esperar su turno en esa larga cola de gente para tratar de comenzar terapia
psicológica: alguien debía poder escuchar lo que su sonrisa callaba…
Romi
conoció a Claudio en un momento de esplendor de su vida. O quizás las luces de
lo estético encandilaban, y no la dejaban ver que sólo había buscado a alguien
que la quiera bien y a quien querer, alguien que quiera frenar su alocada
carrera y caminar de la mano junto a ella.
Él
se presentó como su príncipe, alto y bello, solo y necesitado de quien lo
cuidara sin invadir, que lo apoyara sin imponer, que lo amara sin esperar nada
o casi nada a cambio… y ella aceptó.
Al
poco tiempo, ambos emprendieron la convivencia. El amor en ella crecía, pero
algo iba apagándose; poco a poco se opacaba esa mirada brillante hasta hacía
poco. No era fácil ser ella, la alegre, vital, bella y llamativa Romina, la
bailarina pasional, la sociable y deportista joven mujer. No ante este hombre
que se hacía cada vez más grande en la exigencia por dejarse amar…
“Y si el precio es morir, tan caro no
será, la vida vale menos que el amor”,
canta Dolina. Y así, entre proyectos propios (siempre de él) y supuestas
infidelidades nunca demostradas ni asumidas con responsabilidad, los días
fueron pasando y la posibilidad de un embarazo muy deseado, se hizo realidad,
con la esperanza renovada de ser así la familia por la que ella había
renunciado, a casi todo en su vida…
Antes
de tiempo, nació la hermosa Brisa. Tan chiquita, tan necesitada de cuidados que
varios días la retuvieron en neonatología. Cada día era su madre quien más allá
de toda soledad, malestares físicos post parto, lágrimas retenidas y horas sin
comer, la esperaba en el pasillo, como tratando de traspasar las paredes con un
abrazo, para cobijarla…
La
vuelta al pueblo de los tres juntos, nunca le devolvió la idea de familia. Cada
uno sobrevivió como pudo, viviendo Romina con Brisa en la casa de sus padres, y
Claudio terminando su departamento detrás de la casa de su padre, departamento
que nunca lograron habitar los tres, más que por algunos momentos del día en
que parecían jugar a la casita, sólo si ella decidía dejar pasar desplantes,
humillaciones y desautorizaciones solapadas.
Un
día, lo oculto se puso en evidencia y el dolor se hizo carne. Después de una
discusión que los encontró a los tres en el auto, la palabra se transformó en
golpes, y aquello que callaba a la vista de todos los que la querían, lo
gritaron los hematomas junto a los cuales quedó internada y llorando, no por
esto, sino porque él había decidió abandonarlas…
Arrepentido
y convenciéndola de la culpa compartida, volvieron a intentarlo, del mismo
modo, con sueños que nunca se concretaban, con culpas que siempre eran de ella,
pero con pequeños despertares de esta pesadilla disfrazada de cuento de hadas.
Romi
comenzó terapia para tratar de entender, para tomar fuerzas, dijo. Hoy se
encuentra de pie, tambaleante aún, pero con la vista al frente, mirando un
nuevo camino por seguir…
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