Por Sebastián Muape / sebasmuape@gmail.com
Alma, Bico y Clara son protagonistas de una secuencia
peculiar. Esas cuestiones que a uno le narra alguien cercano o muy cercano, como
acontecimientos vividos por allegados o por conocidos con varios grados de
separación en medio. Son instancias donde a priori, no podemos visualizar los
rostros para armar el fotograma completito y no existen simpatías o empatías, contexto social, juicios
de valor, etc.; todo esto permite contarlo de manera desprejuiciada y hasta con
cierto disfrute. Para cuando se comparten este tipo de vivencias, a nadie le
importa qué tan ciertas son, se hace el breve ejercicio de entrar y salir de
cuadro, para evaluar cómo actuaríamos si la calesita de la vida nos hiciera tocar
con su borde, una historia así. Conforme la acritud va inundando el paladar,
nos alegramos más o menos de que se trate de terceros sin rostro e
inmediatamente pasamos a formar parte de la cadena oral.
Bico y Clara son un matrimonio con poco rodaje, llevan
juntos algo más de siete años de apacible transitar, con un hijo en salita
verde y equivalentes carreras en el área contable. Tienen una vida social
intensa, conocidos en común en el ámbito laboral y grupo de amigos también
compartido, con anclaje en la adolescencia. Clara es una mujer resuelta,
inquieta y con cierta independencia innegociable, lo cual genera reclamos
habituales de parte del marido, a los cuales ella desestima de plano, asumiendo
el costo de algunas discusiones a repetición aunque digeribles.
Tal vez entonces haya sido por la lejanía de ambas,
respecto a sus círculos íntimos respectivos, que Clara confió en Alma, a quien
conoce desde hace tres años, del gimnasio. Piensan y sienten muy parecido,
puntos de contacto a granel y charladas caminatas por el puerto, dos veces a la
semana. Es una forma de tener un muy buen banco de prueba de situaciones
maritales, sin el condicionamiento que da la cercanía con terceros.
La cuestión del mensaje de texto a Bico de parte de su
compañera de oficina, sobre el cual Clara no le hizo a su esposo ningún
comentario para no alertarlo, al principio le pareció intrascendente a Alma,
pero una vez que juntas espiaron el perfil social de la mujer, empezaron a deshilachar un factible
interés de ésta por Bico.
La idea fue de Alma y a Clara le pareció inteligente y excitante,
al tiempo que valedera. Enrocaron la clase de Tae Bo (recién entiendo que se
trata de una mezcla entre Taekwondo y Box), con un café en el bar y crearon un
falso perfil de una falsa Alma, con fotos suyas atractivas, no exageradamente
agraciadas, no increíblemente seductora, sí con ganas de chat, sí con interés
en conocer a Bico a través de sus gustos y preferencias, etc. La respuesta del
hombre fue gentil pero fría, teniendo en cuenta los minutos que pasaban entre
una línea de diálogo y la siguiente. Se divirtieron con la situación y
coincidieron en que Bico había actuado de manera condescendiente con su
matrimonio. Clara ató esa sensación al mensaje de texto aquél y le quitó
importancia al tema rápidamente.
Unos días más tarde reintentaron el lazo con el hombre;
pero esta vez leyó y leyó sin responder. Perdices a la vinagreta y a otra cosa.
Parados al día de hoy, a seis meses vista, podemos
asegurar que a Alma la sorprendió la cantidad de mensajes de Bico en el falso
perfil (que se fue autenticando, como sus ganas), tanto como el tiempo que
llegó a pasar en el chat un sábado. Sabemos que lo virtual se volvió carne,
como era predecible; sabemos que Bico no sabe aún, que Alma y Clara son amigas;
y que Clara no sabe aún, por qué de un día para otro Alma suspendió las clases
de Tae Bo y va al gimnasio salteado; y sabemos también que Alma
no sabe aún, cómo es que se metió en ese asunto, sin saber ahora cómo salir.
Ir por lana y volver trasquilado, es un refrán que bien
podría aplicarse a… ¿cuál de los tres personajes? Es que la red, los atrapó a
los tres.
No hay comentarios:
Publicar un comentario