Por Alejandra Tenaglia
Aunque
haya minutos que duren horas y horas que duren días. Aunque mucho tarde en
llegar esa fecha señalada. Aunque “el mes que viene” parezca una distancia
disparatada. Aunque “el próximo año”, ya fuera del calendario, se haga
impensable. Aunque el “cuando seas grande” parezca una simple frase lejana y
ajena. Aunque, por suerte, no tengamos constante conciencia de que el tiempo es
como el movimiento de la Tierra, nunca se detiene a pesar de creer que estamos
quietos. Aunque hagamos manifestaciones, declamaciones, protestas, piquetes,
cortes y quebradas a las autoridades políticas o celestiales. Aunque roguemos a
los líderes de todas las religiones o pidamos más crédito a los banqueros del
mundo. Aunque la ambición sea acumular vehículos y hectáreas o cosechar acelga
en la huertita del fondo y salir a pasear en bicicleta para charlar con los
vecinos. Aunque la dedicación esté puesta en mirar hacia la calle o por el
contrario se escudriñe en los propios rincones. Aunque el fervor esté dirigido
a cultivar las más bellas flores, por la dedicación y el amor puesto en la
tarea; o acaso se salga a destruir todo jardín que asome, para que las ajadas
tres margaritas mías queden entonces como las mejores del precario reino.
Aunque se agreda, se grite, se llore, se ría, se ame, se cuide, se espíe, se
trepe, se gane, se degrade, se crezca, se enaltezca, se perfeccione, se
deshonre, se agigante, se arrastre, se golpee, se acaricie, se mejore, se
pertenezca, se escape, se afirme, se ignore, lo que sí se sabe es que dentro
del carril de la existencia, somos tan sólo un suspiro. Efímera, es nuestra
vida. Se haga lo que se haga. Se tenga lo que se tenga. Se sea como se sea. No
fue eterno el dictador más férreo de la historia: sus estrategias pudieron
incorporar países, mas fueron ineficaces para gambetear a la muerte. Los
millonarios por línea aristocrática; los herederos de empresas y de tierras;
los que estafan a usted, a mí y a la patria para quedarse con lo que no les
corresponde, arribistas sin escrúpulos ni inteligencia suficiente para darse
cuenta que al pasar la línea de la vida, ni siquiera podemos llevarnos el
propio cuerpo. Los buenos, los decentes, los honestos, los laburantes, los
generosos, los sensibles, los amables, los admirables, también mueren. La
trampa está echada desde el comienzo como una señal que, quizás, no deberíamos
olvidar. Para hacer más ameno el “durante”. Para profundizar cada instante.
Para cavar hasta el fondo de la experiencia. Para mirarnos hasta sonrojar. Para
abrazar con todo el cuerpo. Para evitar hacer de nuestra boca un excusado y más
bien perfumarla un poco antes de hablar. Para trocar la agresión por crítica
más opción sustitutiva de lo que veo mal. Para erradicar esa pobre idea, según
la cual sigo, cuido y defiendo mi verdad, denigrando al que piensa de otra
manera. ¿Por qué el ofensivo “globoludos”? ¿Por qué el igualmente ofensivo “militontos”?
¿Qué entidad superior les hizo un guiño? ¿Quién les indicó, pulgar hacia
arriba, que dieron en el blanco de la verdad y que además, por ello, pueden
burlarse del otro? Dudar, siempre, hasta el final, ha sido la piedra basal de
la filosofía. En el plano religioso, San Agustín definió a la ley divina como
el plan con que Dios hizo al mundo, plan inaccesible al entendimiento humano. Mucho
más acá en la historia e inmerso en un definido ateísmo, el francés Jean Paul
Sartre nos dice que hemos sido arrojados al mundo (casi se podría decir,
obligados a vivir y a ser libres) y no hay ningún sentido que respalde a esta
obra en la que somos un constante improvisar. Carente de sentido, la vida, es
para él un absurdo. Ahora bien, haya o no un plan labrado desde algún Olimpo,
es decir, un antes e incluso un después a esta trama diaria que tejemos con
nuestros actos, ¿por qué no elegir buscar la felicidad, sin jorobarle la vida a
los demás? ¿Por qué los malos modos, si se puede ser amable sin pagar más por
ello? ¿Por qué no preguntar e informarse en lugar de suponer, llenarse de
rabia, vociferar a lo loco y encima así no poder cambiar nada? ¿Cómo es que se
lanzan con suma ligereza, términos que engloban delitos tipificados en los
códigos, cuando no se puede justificar el propio patrimonio? ¿Cómo miran a sus
hijos a los ojos, quienes obtienen el sustento de cada día haciendo lo que
creen que son “avivadas”, siendo que son lisa y llanamente delincuentes? ¿Qué
ejemplo de ahínco y sacrificio le transmiten a los suyos, engrosando sus
bolsillos fraudulentamente? ¿Desde qué rincón del ring creen estar peleando por
ese mundo mejor que mencionan pero no forjan? Nadie es tan tonto. Ni el que
hace, ni el que ve, ni el que elige no ver. Nadie, tampoco, escapará a la bandera
de llegada. Pero, es bueno tener claro que lo que hagamos acá, en vida, en el “durante”,
es lo que nos hará simplemente olvidables, o perdurables en el corazón de los
demás.
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