La
tarde se ceñía negra sobre ese pequeño pueblo que siempre recordaría el hecho,
manchado ya por la transmisión oral que pasó de generación en generación, sólo
para intentar justificar lo que no entendían…
Aquella
tarde, Raúl estaba terminando su tarea escolar, quizás con el único lápiz que
tenía, rodeado del humilde hogar, del cariño de su abuela y de la presencia de
su padre.
Pero
ese día, su padre estaba frente a él sin estarlo, con la mirada perdida quién
sabe dónde, pero sí en quién… Desde ese estar ausente, interrumpió el silencio
y le pidió a Raúl lápiz y papel… Luego se despidió y salió a la calle. La
abuela leyó lo escrito y entendió todo… Corre desesperada como intentando
detener el tiempo, frenar lo inevitable. Su nieto la sigue. Cuando ambos
llegan, el hombre ya trepado sobre un palo del alambrado público, rodea su
cuello con una soga y se tira, poniéndole fin a su vida, ante su madre y su
pequeño hijo.
Raúl
siguió sus días con su abuela, quien secó sus lágrimas y amó con todas sus
fuerzas a ese hijo de su hijo muerto físicamente aquel día descripto, pero mucho
antes y de tristeza en el momento en que su esposa, la mujer de su vida, los
abandonó a ambos.
El
niño siguió creciendo entre risas, tristezas y música, pero con el dolor muy
arraigado en él, a veces traducido en zamba, otras en nostalgia, y las demás
transitando un mundo paralelo, ideal, donde la muchedumbre lo adoraba, donde
cada mujer lo elegía, como nunca lo había elegido su madre. Entonces, tanto
podía ser Elvis Presley como Sandro, el
público femenino lo ovacionaba.
En
sus intentos por hacer lo que la sociedad y su familia esperaban de él, Raúl se
casó y tuvo dos hijos. También obtuvo un trabajo estable. Ninguno de estos dos
proyectos pudo ser sostenido, su nueva familia se disolvió y una licencia
psiquiátrica lo alejó de su ámbito laboral.
Poco
a poco, la soledad en la que se encontró, fue soslayada por pensamientos
religiosos que todo lo explicaban… Según se discurso, su abuela, muerta ya,
luchaba mano a mano con el diablo para que no se lleve a su hijo suicida al
infierno, quien estaba flaco de tanto pelear por no caer. Sus tres tíos, con
quienes compartiera su infancia, muertos sólo pocos años atrás, “están bien y
en el cielo”, les relataba a sus primos.
El
diablo y Jesús salían del televisor para hablarle y seducirlo. Y cada proyecto
de su vida, pequeño o grande, que no saliera como lo planificaba, eran señales
del demonio que él no había podido decodificar a tiempo.
Ese
mundo en donde convivían creencias y alucinaciones, fue cubriéndolo todo y alejando
a aquellos que quisieron enfrentarlo con la realidad, a los que él consideraba
detractores o gente de poca fe, que no lograban entender el poder extremo del
demonio.
Lo
desconocido genera miedo. Aquella mujer con la que se dio una segunda
oportunidad en el amor, pasó a ser parte de su obsesión. Ella lo amaba, pero lo
dejó por el daño que su ex pareja le hacía invocando al dueño del mal… De nada sirvió
que esta mujer le explicara que había dejado de amarlo y que ya no soportaba su
locura, para Raúl, así se manifestaba el Diablo, quien hablaba por ella.
Lo
que resulta significativo, es pensar que el propio delirio fue lo que lo salvó.
Muchas veces amenazó con repetir la historia de su padre, matarse por amor.
Otras con matar a esa mujer que “no puede darse cuenta que debe desalojar al
demonio de su cuerpo”, y luego matarse él.
Pero
no puede… Bien sabe él lo que sufren en la eternidad, aquellos que se suicidan
por amor…
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